Opinión
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México SA

Barones incumplidos

Actuar, no recomendar

Pactos: dichos y hechos

C

uando se trata de recomendaciones para salir del hoyo, nadie se detiene. Ideas por acá, pautas por allá y rutas a seguir por acullá. Todos son muy creativos a la hora de proponer alternativas para superar el endémico raquitismo económico que desde hace 30 años padece el país, aunque a la hora de la hora, en el momento de la acción, quienes propusieron tal o cual salida o firmaron uno u otro pacto son los primeros en echarse para atrás.

En esa dinámica, por enésima ocasión, el hombre más rico del mundo ha brincado a la palestra para aportar cifras y dar recomendaciones para que la economía mexicana reporte un crecimiento anual sostenido de entre 4 y 6 por ciento (aunque en realidad lo que el país requiere como mínimo es esta última proporción) y así comience a salir del estancamiento, genere empleo formal suficiente y bien remunerado, y, en fin, México inicie el ascenso por la escalera del desarrollo.

Claro, se trata de Carlos Slim, quien ayer ilustró a propios y extraños: México requiere de una inversión anual de entre 250 mil y 300 mil millones de dólares para tener un crecimiento económico de 4 a 6 por ciento, es decir, una inversión anual equivalente a 20-25 por ciento del producto interno bruto. Desde luego que el empresario Forbes no descubre el hilo negro, pero sus declaraciones y cifras se han convertido en tradición, aunque no necesariamente correspondan a los hechos.

Es recurrente que el megaempresario tome el micrófono en eventos públicos para ofrecer cualquier cantidad de fórmulas para superar el estancamiento económico, entre ellas, de forma destacada, la inversión privada al ser, según dice, una herramienta de crecimiento y desarrollo. Bien: el país requiere ideas y soluciones para salir del hoyo, pero el problema es que a la hora de la acción todo el mundo finge demencia, comenzando por aquellos que son más activos en eso de presentar propuestas y alternativas.

Lo anterior viene a colación porque sólo en el sexenio calderonista el país exportó capitales (léase salieron capitales privados) por más de 111 mil millones de dólares, es decir, casi la mitad de la inversión anual que el propio Slim recomienda como mínima para que México comience a salir del hoyo, deje atrás el raquitismo económico y clausure la enormemente productiva fábrica de informales y pobres.

¿Y quiénes tienen la capacidad económica-financiera para exportar esa voluminosa cantidad de dinero, equivalente a 10 por ciento del producto interno bruto? Desde luego que no son los campesinos ni los obreros. Tampoco los empleados y, mucho menos, los desempleados. Son, precisamente, los que no pierden oportunidad de tomar el micrófono en actos públicos para recomendar tal o cual salida, ésta o aquella acción, para superar el subdesarrollo y entrar al mágico paraíso del primer mundo. En tiempos de Fox, México exportó 62 mil millones de dólares adicionales, de tal suerte que a lo largo de la decena trágica, pintada de blanco y azul, la salida de capitales superó 173 mil millones de billetes verdes.

En este contexto es inevitable recordar aquel Pacto de Chapultepec, firmado el 29 de septiembre de 2005 por los megaempresarios (dueños) del país, promovido por el propio Carlos Slim y aplaudido y avalado por el gobierno panista de Vicente Fox y por el entonces precandidato blanquiazul a la Presidencia de la República, el inefable Felipe Calderón. En aquella ocasión los barones mexicanos, junto a no pocos políticos de distintos partidos, se formaron para estampar su rúbrica al pie del documento que daba cuerpo al pomposamente denominado Acuerdo Nacional para la Unidad, el Estado de Derecho, la Inversión y el Empleo (el nombre real del citado pacto).

¿Qué promovía tal acuerdo y a qué se comprometían sus abajo firmantes? Pues a fortalecer el estado de derecho, impulsar el desarrollo del país, incrementar la inversión interna y aumentar la generación de empleo, o lo que es lo mismo lo que más de siete años después Carlos Slim propone como novedad. Y puede ser él quien recomienda u otros empresarios o sus organizaciones. Por ejemplo, el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, que todos los años hacen su show con el inquilino en turno de Los Pinos para hacer público su compromiso de inversión.

En aquel septiembre de 2005, tras la firma del Pacto de Chapultepec, el propio Carlos Slim aseguraba que postergar un acuerdo de unidad nacional que postule el estado de derecho, el desarrollo, la inversión y el empleo sería una irresponsabilidad histórica que profundizaría inequidades y problemas sociales; estas convicciones son las que nos han reunido ahora. Es justo reconocer que muchos de los abajo firmantes honraron su compromiso, aunque no necesariamente en México, es decir, invirtieron, sí, pero en otros países; generaron empleo, sí, pero allende nuestras fronteras, y generaron riqueza, sí, pero estrictamente para ellos, y los más de 173 mil millones de dólares exportados dan cuenta de ello.

Es menester recordar que entre los abajo firmantes del Pacto de Chapultepec aparecían los mismos de siempre: Carlos Slim, Lorenzo Zambrano, Emilio Azcárraga, María Asunción Aramburuzabala, Gastón Azcárraga, Eugenio Garza, Carlos Hank Rhon, Juan Diego Gutiérrez Cortina, Gilberto Borja Navarrete, Claudio X. González, Manuel Medina Mora, Ricardo Salinas Pliego, Héctor Rangel Domene, Lorenzo Servitje, Olegario Vázquez Raña, Roberto Hernández y Alfredo Harp, quienes se manifestaron en favor de invertir y generar empleo en casa, con el fin de, entre otras prioridades, contribuir a redistribuir el ingreso. Y cumplieron, sí, exportando sus capitales.

A 30 años de distancia, el Estado no participa en actividad económica alguna, salvo el petróleo y lo que queda de generación pública de electricidad. La economía mexicana está privatizada prácticamente 100 por ciento, al capital se le ha dado amplia manga, las decisiones se toman entre los barones y el gobierno se ha transformado en simple gerencia. Entonces, así como a las autoridades y los políticos se les demandan seriedad y compromiso con el país, hay que exigir lo mismo a sus dueños, que dejen el micrófono, cumplan sus compromisos y se pongan a trabajar, porque la iniciativa privada, pero especialmente los barones, ni lejanamente han estado a la altura de lo que México requiere.

Las rebanadas del pastel

Entonces, cierto es que al país le urge una nueva clase política, pero también, con el mismo apremio, una nueva clase empresarial.