ontra la desmemoria. Al cabo de una meticulosa investigación de 20 años, que incluye la reunión de testimonios orales entre 1993 y 1995, el documentalista mexicano de origen italiano, Luis Lupone (Luigi Lupone Fazano), explora en Memoria recuperada la doble vertiente de su biografía familiar (semblanza de su padre y su arribo a México en un navío italiano incautado en 1940 por las autoridades) y la creación de una fuerza expedicionaria aérea –el Escuadrón 201– para responder al bombardeo por submarinos nazis de varios de aquellas 11 naves alemanas e italianas que, con matrícula mexicana, debían abastecer de petróleo a Estados Unidos. El documental expone, de modo detallado, parte de lo que suelen subestimar la historiografía oficial y los textos escolares: el carácter ilegal de una incautación de esta naturaleza por una nación declaradamente neutral en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, y el confinamiento injustificado, dada dicha neutralidad, de centenares de ciudadanos alemanes e italianos en el llamado Castillo del Perote, en Veracruz, quienes, al ser liberados, al término del conflicto, obtendrían residencia permanente en el país adoptivo.
Planteada esta cuestión, el realizador procede a exponer las dosis de chovinismo cultural y el patriotismo encendido que acompañan a la enérgica respuesta a la agresión de las fuerzas del Eje, enfatizando también el claro alineamiento de México a la política exterior e intereses estratégicos de la nación vecina. El presidente Manuel Ávila Camacho justifica ese alineamiento sin reservas con un llamado a la unidad nacional
frente a las agresiones combinadas de las fuerzas fascistas de Italia, Japón y Alemania. El 28 de mayo de 1942 México le declara la guerra a las naciones del Eje. Con un notable recurso a archivos de la época, y un apoyo en la investigación histórica de la académica María del Carmen Nava, el documentalista evoca el ímpetu nacionalista del momento, desde imágenes de la cinta Soy puro mexicano (1942), de Emilio Indio Fernández, con Pedro Vargas cantando y Pedro Armendáriz lanzando en tiro al blanco una daga contra una suástica nazi, hasta la retórica sentimental de Salón México (Emilio Fernández, 1948), con Mimí Derba y Silvia Derbez, conmovidas ante el regreso de un maltrecho teniente de aviación (Roberto Cañedo), miembro del Escuadrón 201. Los lazos de amistad y cooperación antifascista de México y Estados Unidos tienen también una ilustración pintoresca en la popular figura del plumífero Pancho Pistolas que promueve Walt Disney en la cinta de animación Los tres caballeros (1945), en alusión a los llamados aguiluchos
de la fuerza aérea expedicionaria.
Los momentos más afortunados del documental de Lupone son los que rescatan la verba picaresca de algunos veteranos, mezclando los recuerdos del anciano alemán avecindado en México, Johannes Müller, quien con desenfado evoca sus tiempos de reclusión en el Perote, con las anécdotas de antiguos miembros del Escuadrón 201 que con satisfacción refieren la fortuna de sus correrías eróticas desde Laredo y San Francisco hasta Manila, donde eclipsan con su virilidad sobrada a los demás combatientes estadunidenses. La letra de la canción de Ernesto Cortázar Soy puro mexicano cobra aquí su dimensión más justa: Si me gustan los balazos y le entro a los trancazos, es por puro vacilón
. La evocación de momentos más emotivos incluye la despedida de los combatientes inexpertos, convocados de improviso a una misión y a un conflicto que apenas comprenden, con fondo musical de la melodía popular Bésame mucho (como si fuera esta noche la última vez
), y también la apoteósica aclamación, a su regreso, por multitudes en el Zócalo capitalino. Estos instantes de gloría efímera dan paso a la crónica de un inmerecido menosprecio en años posteriores, cuando a los expedicionarios se les regatean méritos y compensaciones materiales, arrinconándolos en deslucidas y acartonadas ceremonias oficiales. Ellos, los sobrevivientes ya octogenarios, responden a esa desmemoria de políticos y académicos, con dosis de un humor todavía festivo y con la camaradería que cada año procura reactivar los ánimos, sin auto conmiseración y sin demasiada melancolía. El documental de Lupone, justa faena de reparación histórica, ganaría en eficacia con una edición más rigurosa de esos largos textos explicativos sobre la pantalla y de esas largas ceremonias del 50 aniversario, que restan espontaneidad y fuerza expresiva a la recreación de atmósferas de la época y a los testimonios de los verdaderos protagonistas de la cinta, a esa picaresca de la evocación nostálgica que se basta casi por sí sola, a la manera, por ejemplo, de Los ladrones viejos, del también documentalista Everardo González; pues si bien la faena es larga y la vida es corta
, no es menester que el cine la prolongue innecesariamente.
Memoria recuperada se exhibe hoy en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 20 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1