Opinión
Ver día anteriorJueves 27 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Premios de consolación
L

os fines de sexenio a veces traen sorpresas. Desde luego que todo gobierno saliente trata de aprovechar su mandato hasta el final. Pero algunos abusan del poder hasta el último minuto. Otros, como Felipe Calderón, nos dejan una imagen un tanto patética de un mandatario que no supo gobernar, pero que insistió hasta el final en que había mejorado al país. La irrisoria e irritante propaganda del último mes ciertamente no convencerá a los historiadores de las supuestas bondades de su administración.

La Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) también ofrece ejemplos de cierto abuso de poder cuando el titular ya está de salida. Recuerdo que en 1976 el canciller Alfonso García Robles, al final de su breve paso por Tlatelolco, decidió llenar todas las vacantes de embajador cuando faltaban días para que terminara el sexenio. Argumentó, quizás con razón, que sería mejor que él designara a los nuevos embajadores a que lo hiciera su sucesor.

García Robles también se allanó el camino a Ginebra. Decidió establecer ahí una misión permanente para los asuntos de desarme y logró que se presupuestara para el año siguiente. Al fin de su gestión pidió que la nueva administración lo enviara a esa adscripción. Y así ocurrió. Permaneció en Ginebra hasta su jubilación, en 1989. García Robles creó la plaza que ocuparía cuando dejó de ser secretario. Otros cancilleres han aprovechado el cargo para aumentar el sueldo del titular de ciertas embajadas con la esperanza de que se les nombrara en una de ellas tras el relevo sexenal.

Durante su gestión como canciller (1979-1982), Jorge Castañeda logró, entre muchas otras cosas, reformar la ley del servicio exterior. La ley le dio más transparencia a los concursos públicos de ingreso al servicio exterior mexicano (SEM), instituyó los concursos de ascenso y obligó a la SRE a publicar anualmente el escalafón del SEM. Esa ley también creó el cargo de embajador emérito. Castañeda se inspiró en el ejemplo de Francia y quiso reconocer la dignidad de embajador emérito como culminación de una destacada y prolongada actuación de servicio a la República en el ámbito de política exterior. Son cinco las plazas de embajador emérito y Castañeda le pidió al presidente que nombrara a cuatro (Luis Padilla Nervo, Rafael de la Colina, Antonio Carrillo Flores y García Robles). La quinta plaza la ocuparía el propio Castañeda al final del sexenio.

Esos nombramientos iniciales pusieron el listón muy alto. Era obvio que los futuros nombramientos difícilmente estarían a esa altura. Es más, en 1998, cuando se llenaron varias vacantes, se cambió el sentido inicial de dichos nombramientos. En esa ocasión, uno de los nombramientos estuvo motivado por la necesidad de dorarle la píldora a un funcionario que había sido separado de su cargo en la SRE. La dignidad de embajador emérito se convirtió en una especie de premio de consolación.

Ahora, en 2012, se ha repetido la historia. Faltando escasos días para concluir su sexenio, el presidente llenó dos vacantes de embajador emérito y ambas recayeron en mujeres. Eso está bien, pero ¿por qué nombrar a Sandra Fuentes? Hay quienes dirán que fue para compensar el hecho de que no fue designada canciller al principio del sexenio. Otro premio de consolación.

El segundo nombramiento de Calderón es más entendible, ya que se trata de la secretaria saliente, Patricia Espinosa. Empero, aquí hay algo raro. Es cierto que fue titular de la SRE durante todo el sexenio, pero es cierto también que la suya no ha sido una destacada y prolongada actuación de servicio a la República en el ámbito de política exterior. Para empezar, su gestión al frente de la SRE fue particularmente gris. Unos dirán que estuvo a tono con el sexenio. Pero pocos dudan de que fue más secretaria que canciller. Su caso es curioso por otras razones. En los años 80, Patricia Espinosa aparece en el escalafón de la rama administrativa. De pronto, a partir del 16 de agosto de 1990, figura como tercer secretario en la rama diplomática. Es decir, parece que ingresó al escalafón diplomático por arte de birlibirloque. Sería aconsejable que la SRE averiguara quién fue el prestidigitador.

Desde que Italia se constituyó en una república democrática, en 1946, ha tenido casi 60 gobiernos. Ese carrusel político no impidió que el país funcionara y prosperara. Según algunos observadores, ello demuestra que una nación puede desarrollarse sin un gobierno central.

En México lo mismo ha ocurrido en materia de política exterior o, mejor dicho, en la SRE. En efecto, en los últimos 25 años la SRE ha tenido poca o nula incidencia en la política exterior del país. Con Salinas el gobierno se concentró en la concertación del TLCAN, de cuya negociación se excluyó a Relaciones Exteriores. En años recientes los temas de seguridad y la lucha contra el narcotráfico han acaparado la atención del gobierno y las relaciones con Estados Unidos en este renglón han excluido casi por completo a la SRE.

Desde luego que en el sexenio de Calderón hubo ejemplos de un buen de-sempeño de nuestros diplomáticos. Pienso en el papel del embajador Luis Alfonso de Alba en los temas del medio ambiente y sobre todo del embajador Claude Heller en el bienio que México formó parte del Consejo de Seguridad.

Pero resulta imposible encontrar ejemplos en los sexenios recientes que puedan comparase con lo que hizo Jorge Castañeda. ¿Sería posible que hoy el presidente le encomendara a su canciller que mediara entre los titulares de Pemex y Sepafin para fijar el precio del barril de petróleo? ¿Habrá un canciller capaz de plantear y lograr algo parecido a la declaración francomexicana sobre El Salvador? Y ¿qué decir de los esfuerzos ingentes de la cancillería en el grupo de Contadora para promover la paz en Centroamérica en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid?

No es lo mismo embajador emérito que ya merito embajador.