El aporte principal de Alan Glass (1932), artista quebecquense surrealista radicado en México desde 1963, consiste en el desarrollo de sus shadow boxes, de pequeñas dimensiones en las que reproducciones pegadas, objetos encontrados y otros hechos a mano, son reunidas en una especie de collage con profundidad, enmarcadas en madera y selladas con vidrio, expresó Masayo Nonaka, autora de Alan Glass (Turner Ediciones), libro/catálogo de Zurcidos invisibles: Alan Glass, construcciones y pinturas, 1950-2008, retrospectiva montada en el Museo de Arte Moderno (MAM) hace cuatro años, y curada por la especialista japonesa.

Alan, acotó Nonaka en la presentación del volumen, es “extremadamente sensible a la belleza de los objetos, así como a los recuerdos colectivos y personales latentes en ellos. Al descifrar las analogías secretas entre objetos (cosas) –como si atendiera a sus oráculos– establece las relaciones entre ellos”.

El libro/catálogo es la primera monografía de la vida y obra de Glass, quizás visto como un artista en los ribetes de los surrealistas en México, en vez de ser parte integral de ellos, en la que se muestra el rango visual completo de su trabajo.

De acuerdo con Nonaka, esa monografía, que cuenta con ediciones en español, inglés y francés, podría ser la llave para llenar un capítulo largamente perdido en la historia del surrealismo en México. Sin embargo, se trata de un estudio básico del arte de Alan, además de que hay temas que la autora ha dejado sin tocar o que deberían ser indagados más adelante.

Mientras, los aspectos poético y minimalista lo distinguen, al igual que a Joseph Cornell. Para la académica, Glass es también un maestro apropiador al igual que sus precursores, Max Ernst o Marcel Duchamp. Dotado de gran inteligencia, habilidades manuales y humor. Alan incorpora las imágenes de los artistas que admira como su manera de realzarlos en su propio universo.

Aparte del libro/catálogo, también fue presentado Alan Glass: scrapbook, originalmente pensado como tres o cuatro hojitas que estarían en el centro del primer libro. Sin embargo, el artista hizo 140 hojas, de allí que en el MAM decidieron hacer otro libro, explicó Carlos Laborde, amigo y coleccionista de Glass.