Retoma la Plaza México su habitual nivel de mansedumbre, ahora con los de Marco Garfias
Otra inmerecida combinación
El nuevo tlatoani, tan ataurino como sus antecesores
Lunes 3 de diciembre de 2012, p. a42
En el séptimo festejo de la temporada como grande en la plazota México se lidiaron toros mansos y deslucidos de la ganadería de Marco Garfias por los matadores Manolo Mejía, que se despedía (47 años, 29 de alternativa y, lo surrealista, la friolera de cuatro corridas toreadas en 2012), Fabián Barba (33 años, nueve de matador y considerables 31 festejos este año) y uno de los diestros triunfadores en España las recientes temporadas, David Mora (31 años, seis de alternativa y, ojo, 54 corridas en 2012).
En estricta justicia, ninguno de los alternantes merecía esta desalmada combinación, tanto por la trayectoria y lealtad de Mejía cuanto por el desempeño reciente de Barba en la México y plazas de los estados, y las auténticas hazañas de Mora en cosos peninsulares, pero parafraseando al clásico: donde mandan los hamponces no gobiernan los toreros y menos los empresarios.
¿Parecer o ser torero?, le pregunté hace muchos años al maestro Manolo Mejía, cuando a pesar de todo –prejuicios, racismo, clasismo, falta de imaginación y demás limitaciones de los inefables taurinos mexicanos– había logrado remontar la dura cuesta tras su faenaza al bravo aunque joven Costurero, de Javier Garfias, un jueves taurino cualquiera, cuando a punto estaba de ingresar a las filas de los subalternos y el hombre, desperdiciada inteligencia torera en un país taurino poco inteligente, respondió: “dos frases ilustran ese dilema, una falsa, que para ser torero primero hay que parecerlo, acuñada seguramente por un matador muy apuesto, y otra, verdadera, de Juan Belmonte, contrahecho, innovador y genial, quien afirmó que se torea como se es… Actualmente, en vez de querer toreros con empuje y capacidad de rivalizar, la gente quiere ver galanes de luces, rostros y poses de espejo en lugar de técnica, cuando lo más importante de esto es entender qué es torear y en qué consiste dominar un toro, no ser dominado por éste y lograr únicamente detalles vistosos”. Pues sí.
Torero tan cabalmente dominador de los tres tercios como escaso de personalidad y medido de carácter, a Mejía, alumno aventajado de Manolo Martínez, le faltaron país y administración, como a la inmensa mayoría de los buenos diestros mexicanos, sobrados de afición y de cualidades pero huérfanos de ambiente y de apoderados, pues está escrito que Latinoamérica es para los gringos y los españoles, en ese orden, y pudiendo haber sido una de las figuras que rencauzaran la fiesta de los toros en México, prefirió ser empleado de la empresa de la Plaza México y, como consecuencia, primer representante de la Unión Mexicana de Toreros, agrupación de esquiroles urdida por el emprezafio del coso de Insurgentes para debilitar a la resignada Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos. Lo dicho en este espacio: los principales enemigos de la fiesta de los toros en el mundo, no sólo en México, son los propios y antojadizos taurinos, no los antis.
Cada quien en su estilo y sus respectivos antecedentes, Mejía, Barba y Mora instrumentaron meritorios pases e hicieron lo que pudieron con reses pasadoras pero sosas, voluntariosas pero deslucidas, con presencia de toros pero sin transmisión. La oreja otorgada a Manolo, en su segundo, le debe haber sabido a poco, y la extraviada empresa tendrá que lamentar no haber sabido anunciar una corrida tan apoteósica como la anterior, sobre todo con motivo de la unción del nuevo tlatoani, tan ataurino como sus colonizados antecesores.