Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Del plagio literario
L

as personas de a pie que cultivan la imaginación, mejoran su sensibilidad, afilan la mirada crítica, ensanchan sus percepciones o simplemente gozan, pertenecen a un mundo que obliga a los creadores a tomar distancia, para rencontrarse con él. Si lo consiguen, nunca sabrán con exactitud a qué atribuir su autoridad.

La crítica especializada procede al revés. Inmersa en lo contingente, maneja datos y lenguajes para iniciados, tratando de interpretar los misteriosos deltas de la creación. A veces, orienta y estimula. Otras, confunde y destruye. ¿Pero quiénes, para qué, desde qué lugar ponderar y juzgar?

De primera clase o segunda categoría, abundan críticos y autores que, a falta de más, se solazan con puteríos de aldea. La ética y la moral son sus temas favoritos. Y si por ellos fuera, tras la reciente aparición en Buenos Aires del prontuario policial de Carlos Gardel que lo sindica como estafador, le quitarían lo bailado.

¿Será el plagio literario una suerte de estafa con atenuantes? Hermenéutico asunto que volvió por sus fueros, luego que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) concedió al peruano Alfredo Bryce Echenique el Premio 2012 de Lenguas Romances, a más de un merecido homenaje a Carlos Fuentes.

Autores, críticos y periodistas curiosos se preguntaron: ¿por qué los aldeanos vanidosos acusaron al autor de Un mundo para Julius (1970) de plagiario y polémico, librando a Fuentes de igual pecado? Y sabrá usted disculpar por no entrecomillar aldeanos vanidosos, pues no recuerdo si los derechos de autor son de José Martí o Chicharito Hernández.

Hace muchos años, el cubano Guillermo Cabrera Infante acusó a Fuentes de que la novela Cumpleaños (Mortiz, 1969) se inspiró en otra de su autoría. Y en 1997, un par de investigadores apuntaron en la novela Diana o la cazadora solitaria (Alfaguara, 1994), 95 coincidencias textuales y personajes similares a los aparecidos en un texto de Víctor Manuel Celorio (1987).

Fuentes se defendía mejor que Bryce, respondiendo con una verdad que a muchos saca de quicio: No hay libro que no descienda de otro libro. En cambio, Bryce Echenique endosó a su secretaria la culpa de ciertas licencias con varios artículos periodísticos que habría plagiado.

Referentes de la gran literatura latinoamericana, los libros de Fuentes y Bryce Echenique sobrevuelan el cosmopolitismo barrial, fundiendo mexicanidad y peruanidad con auténticas miradas cosmopolitas. ¿Qué subyace, entonces, en los infames señalamientos de plagio?

Indulgente, el crítico y novelista argentino Ricardo Piglia cree que el plagio sería una práctica ligada a la “…apropiación y la admiración, dos palabras tan parecidas…”. Agrega: el plagio es la forma más ingenua de admiración literaria (revista Qué Pasa, Chile, 17/04/03). Como fuere, el acto de plagiar no le ha quitado el sueño a un sinnúmero de autores ilustres.

En el blog Autores del Mundo, conflictos interesantes sobre la creación (eso sí, con derechos reservados), la nómina resulta inquietante: empieza con los autores del llamado Siglo de Oro español, y termina en el presente, sin agotarse. Ahí están casi todos.

Felizmente, la nómina excluye a los negros que en México se dedican a cazar plagios, a cuenta de un protervo empresario de la cultura. Razón por la cual, un autor de la revista de poesía La Otra, propuso nombrar al líder de aquellos en fiscal único y perpetuo de la literatura mexicana.

En El plagio utópico, la hipertextualidad y la producción cultural electrónica se propone acabar con la noción que al plagio atribuye connotaciones negativas (capítulo 5 de The electronic disturbance, Critical Art Ensemble, Autonomedia, Brooklyn, 1994), Obra sólida y de autoría colectiva, que encaja a la perfección con La respuesta imposible (Siglo XXI, 2002), ensayo del gran Federico Álvarez, donde se muestra que todos los pensadores revolucionarios fueron eclécticos.

Plagio, eclecticismo, perogrulladas: ningún hallazgo creativo surge de la nada. De origen renacentista, el concepto de plagio pegó un salto cualitativo en el siglo XIX, y fue institucionalizado por un sistema clasista que, para legitimarse, requería de celebridades y citas de autoridad.

Cuando el tiempo lo permite, releo a Jack London, tan distinto y superior a las incontables obras originales que plagió. London, Fuentes, Bryce Echenique son importantes. Y en particular, para los que anhelan salvar el lenguaje cuando parecería que nada resta ya que decir.

Los interesados en profundizar el asunto con seriedad, pueden consultar El plagio en la literatura hispanoamericana: historia, teoría y práctica, tesis de doctorado presentada por Kevin Perromat Augustin, en la Universidad de París (2010).

Menos densa, La conferencia: el plagio sostenible, de Pepe Monteserrín. Mezcla de novela, ensayo y disertación enciclopédica sin fin, el libro fue publicado en España por una editorial cuyo nombre suena a melodía con la época que vivimos: Lengua de Trapo.