su paso por el Caribe, el huracán Sandy ocasionó la muerte de 70 personas y dejó miles de damnificados en Haití y Cuba; fueron menos en Jamaica, República Dominicana y Bahamas. En el primer país fallecieron 52 y todo el territorio fue declarado en estado de emergencia, pues más de 200 mil personas resultaron afectadas. Muchas no se reponían de los daños que les causó el terremoto de hace dos años. Y en Cuba, donde los sistemas de prevención de desastres son buenos, las víctimas sumaron 11 en la parte oriental de la isla. En Santiago de Cuba no se veía un destrozo así desde el provocado en 1963 por el ciclón Flora, cuyos vientos e intensas lluvias dejaron más de mil víctimas. Una tragedia que los habitantes de esa ciudad no olvidan. Para consuelo de los damnificados que dejó ahora Sandy, el presidente Raúl Castro les pidió confiar en la revolución
. Quizá por haber dejado tan pocos muertos y daños materiales a su paso por el Caribe, Sandy no ocupó la atención de los medios en el mundo.
Pero ese huracán categoría dos (en una escala de cinco), poca cosa comparado con la fuerza del Gilberto o Wilma, en México, o Katrina, en Nueva Orleáns, se convirtió en noticia principal por los destrozos que ocasionó en el centro del poder económico, financiero y político del mundo. En la gran manzana, en la por muchas décadas llamada la urbe de hierro por sus construcciones gigantescas y su arquitectura.
Sandy no aparecía al principio como amenaza. Pero con enorme rapidez se transformó de tormenta tropical en huracán y con vientos de más de 140 kilómetros por hora ocasionó en ocho entidades de Estados Unidos al menos 112 muertos. De ellos 41 en la ciudad de Nueva York, que sufrió la peor inundación de su historia, mayor a la de 1821. Las ráfagas de viento derribaron más de 7 mil árboles y, junto con el agua, dejaron sin energía eléctrica a casi un millón de familias (la mitad de las que también sufrieron en la costa este la falta de energía). El sistema de transporte público quedó paralizado al inundar el agua lo mismo estaciones que los túneles que conducen hacia Brooklyn y New Jersey. Más de 12 mil vuelos fueron suspendidos y los sistemas de comunicación telefónica también se vieron afectados.
Todavía las autoridades no cuantifican el monto de los daños en todo el país, pero los especialistas calculan que pueden ascender a 70 mil millones de dólares y reducir en 0.6 por ciento el producto interno bruto en el último trimestre de este año. Y mientras se regresa poco a poco a la normalidad, los expertos, que habían alertado de la fragilidad de las ciudades costeras por el aumento del número e intensidad de los huracanes (una de las expresiones visibles del cambio climático), insisten en la urgencia de redefinir la política energética nacional. Igualmente la ocupación y los sistemas de protección de la zona costera por el peligro que significa el aumento del nivel del mar. Todas las predicciones de los estudiosos señalan que ese aumento será inevitable. Y ejemplifican con lo que acaba de pasar en Manhattan, donde el agua entró por el sur de la isla y en unas cuantas horas alcanzó 4 metros de altura. Menos mal que la central nuclear Oyster Creek, en Nueva Jersey, la más antigua de Estados Unidos, no sufrió por las inundaciones. No hay que olvidar que en el área que rodea a la gran manzana viven cerca de 50 millones de personas.
Mientras sigue el recuento de daños, las autoridades anuncian una nueva estrategia para enfrentar los desastres naturales. Desastres que en muy buena parte se deben a la acción del hombre. Esa estrategia debe ir acompañada de medidas efectivas de prevención. Cabe señalar que los candidatos que mañana disputan la presidencia del país vecino ignoraron en sus prioridades al medio ambiente y el calentamiento global. Son tabú, máxime en tiempo de crisis. Los políticos y los funcionarios necesitan del apoyo de los grandes conglomerados industriales, que se niegan a modificar su actual modelo de producción, contaminante y derrochador de energía. Ojalá no haya necesidad de otro huracán para que el gobierno y los ciudadanos estadunidenses finalmente tomen en serio al medio ambiente y al cambio climático.