an pasado más de diez años desde que se publicó en 1997, bajo el título de Las voces del ver, una primera recolección de los ensayos que al paso del tiempo fui dedicando a las artes visuales. En la breve presentación de aquella edición, publicada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en su colección Sello Bermejo, decía, entre otras cosas, que todos los ensayos que conformaban Las voces del ver habían sido escritos en un periodo de siete años: entre 1989 y 1996.
Definí los cuarenta y dos ensayos, divididos en nueve capítulos, que constituyeron ese primer volumen como el testimonio de un mundo nuevo visto, creado y recreado en compañía de un grupo extraordinario de artistas que han sabido ver la realidad que les fue dada con los ojos maravillados. Hoy, más de diez años después, que el número total de ensayos ha crecido hasta redondear la cifra de sesenta y cuatro, refrendo lo dicho.
Esta nueva edición corregida y aumentada, de Las voces del ver –y que con el nuevo título de El eco de las formas publica la misma editorial– incluye todos y cada uno de los ensayos de la primera edición, menos los dedicados a los pintores Vicente Rojo, Rodolfo Nieto y Francisco Toledo. La razón que acaso justifica esta decisión es muy sencilla: en los tres casos los ensayos individuales acabaron por dar pie a tres libros extensos: La música de la retina, dedicado al trabajo de Vicente Rojo y publicado por Aldus; La razón fantástica, dedicado a la pintura de Rodolfo Nieto, publicado por el Museo de Arte Moderno, y un volumen, que permanece inédito, dedicado a la obra de Francisco Toledo.
Aun con la exclusión de estos tres ensayos que han desembocado en tres libros independientes, El eco de las formas se ha visto enriquecido con la inclusión de una serie de ensayos nuevos que amplifican y complementan los capítulos de Las voces del ver. Por lo que toca a los ensayos de la primera edición, vale la pena puntualizar que me he resistido, salvo en un par de excepciones que confirman la regla, a la tentación de actualizarlos.
Del mismo modo, debo confesar que me he resistido a escribir en torno a las nuevas y muy ricas manifestaciones de las artes visuales: instalaciones, ambientaciones, intervenciones, apropiaciones, documentaciones, libros de artista, video, arte visual, happenings, grafiti, body art, performance, etcétera. Esto, desde luego, no implica una falta de apreciación de estos nuevos caminos del arte, propios de nuestro tiempo; al contrario, es el reconocimiento de que se trata de nuevas formas y que, como tales, demandan, por fuerza, de una forma distinta de aproximarse a ellas con las palabras. Más aún; es el reconocimiento de que, casi sin hacer ruido, en los años recientes se ha operado un cambio radical en el mundo de las artes visuales –por no decir que en el mundo de las artes en su conjunto, y en el mundo todo– que exige nuevas estrategias y formas de ver, de pensar, de escribir y de actuar. Pero ésa es otra historia.
Por ahora, sólo quisiera agregar que mi mayor anhelo al escribir estos ensayos no ha sido ejercer la crítica de arte, sino dar fe de la pasión de un poeta por las artes visuales.
A mí no me ha interesado criticar, sino ver. Por eso me he resistido siempre a ser considerado un crítico de arte. Sólo soy un poeta que a lo largo de toda su vida ha manifestado su amor por la imagen, en la teoría y en la práctica. Un amante apasionado de la pintura, el dibujo, el collage, la fotografía, la escultura y las artes gráficas. En pocas palabras: un devoto de las artes visuales. Amare videre est, decía el místico medieval Ricardo de San Víctor: amar es ver
. El eco de las formas constituye el testimonio de un diálogo sincero y apasionado entre artistas por amor al arte. Un gesto y una reflexión paralela. Una cuenta más de la relación entrañable que ha existido entre la poesía y las artes visuales. Entre las formas y el eco de las formas.
Escribir sobre artes visuales –tal y como lo dije en el arranque del ensayo dedicado a la pintura de Francisco Castro Leñero– es declararse vencido de antemano, como bien lo saben todos los que han tratado de hacerlo. Y una de las pocas formas que existen para salvar esta derrota prematura consiste, en todo caso (o en el mejor de los casos), en hacer un intento honesto por transmutar esta imposibilidad en un renacimiento paralelo que, mediante la palabra, pueda ofrecernos una vía tangencial de acceso a esa invitación a ver que el artista visual ofrece en cada obra.
Vivir es creer
, decía Marcel Duchamp. Sólo que para creer de veras en esta promesa luminosa y natural hay que ser capaces de ver. Si hay alguna promesa en la que podamos creer es en ésta. Ver la luz con los ojos abiertos, incluso allí donde parece que no reina sino la más absoluta oscuridad.
Pero la luz está allí, aquí, en medio de los tiempos oscuros. Es cuestión de verla, de distinguirla, de saberla aceptar y comprender. Así como la han sabido ver y dar a ver, plasmar, cifrar, transmitir y compartir los artistas reunidos en este libro.
El libro El eco de las formas, de Alberto Blanco, será presentado este sábado 3 de noviembre a las 16 horas en en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca. Participan Julio Trujillo y el autor