La Copa Homeless salvó su vida, pues no asistió a un funeral donde hubo una balacera
Es refuerzo de selecciones que no alcanzan a completar su alineación
Le preocupa pensar que regresará a Torreón; su familia está amenazada de muerte
Si pudiera, no volvería, dice
Martes 9 de octubre de 2012, p. a13
El 24 de septiembre un comando armado atacó a la gente que acudía a un funeral en el cementerio Jardines del Tiempo, en Torreón, Coahuila. Era el sepelio de Ricardo Valdés Bolívar, de 27 años de edad, cuyo cuerpo acribillado había aparecido el sábado anterior junto a un narcomensaje. La agresión provocó la muerte de nueve personas –entre ellas dos menores– y dejó 16 heridos. Algunos eran parte de la familia de Olga Rincón, una joven de 20 años que de no estar jugando en la Homeless World Cup –que se disputa en el zócalo de la ciudad de México–, habría asistido a despedir el cadáver de su primo.
La abuela de Olga recibió un tiro en la cabeza, pero sobrevivió; no uno de sus tíos, que murió en la balacera; su hermana menor también quedó viva con una herida de bala en una pierna y justamente fue ella quien evitó que la joven jugadora volviera a Torreón –dice que con la decisión de buscar venganza–, aunque no sabía quiénes eran los que descargaron los fusiles aquel sábado.
Olga estaba concentrada desde el 17 de septiembre en el Comité Olímpico Mexicano, que prestó sus instalaciones para alojar a la selección representativa de México en la copa del mundo para personas en situación de exclusión social. Habló con Daniel Copto, uno de los organizadores de este torneo para exponerle su situación; él trató de darle opciones, pero fue determinante el consejo de su hermana herida.
Ella me dijo que yo quería estar aquí, que era mi sueño y pues decidí quedarme
, cuenta la joven mientras muerde sus labios para evitar las lágrimas.
No fue seleccionada sino elegida como reserva mundialista, una figura que exige el comité de esta copa para que el país anfitrión disponga de jugadores en apoyo de las selecciones que no completan un equipo. Olga se quedó entonces en la ciudad de México para alinear con cualquier nación que la necesite.
Tiene el rostro encendido por el calor, el esfuerzo y los recuerdos terribles que relata con frases que casi nunca terminan. Mientras habla tuerce nerviosa la playera de la selección mexicana que lleva puesta, pero dentro de su bolso lleva camisetas de países a los que nunca ha visitado, pero por los que jugará con el entusiasmo de quien ha recibido un nuevo pasaporte.
En la mañana jugó con el equipo canadiense justo contra su propia selección y aunque quería ser parte del combinado mexicano salió a tratar de marcarle sin remordimientos, aunque no lo logró y perdió ante las tricolores por 12 a cero.
Yo vine a jugar futbol y no importa cuál sea el equipo al que represente o contra el que juegue, yo trataré de anotar porque eso es lo que quiero como cualquier jugador
, dice mientras revuelve en su bolso un revoltijo de telas de distintos colores. Claro, como a todas las jugadoras me gustaría representar a mi país, pero si no se pudo esta vez yo seguiré haciendo lo mío
.
Y lo hace muy comprometida, porque piensa que por participar en este torneo tal vez salvó la vida; de haber estado en Torreón habría acudido al funeral de su primo, sin duda.
Cuando esta copa termine, Olga volverá a Torreón. Un regreso que la inquieta profundamente porque sabe que el grupo que atacó a los asistentes del funeral de su primo amenazaron con exterminar a toda la familia.
Si yo pudiera no volvería a Torreón pero no tengo nada más
, dice alzando los hombros. Ojalá pudiera conseguir una beca o un trabajo para irme a otra parte, pero no sé qué va a pasar conmigo después de que se acabe este torneo
, dice preocupada y se marcha con su maleta llena de nacionalidades prestadas.