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Tercera relección de Chávez
Filas para votar desde las tres de la madrugada en un barrio de Sucre
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Periódico La Jornada
Lunes 8 de octubre de 2012, p. 3

Caracas, 7 de octubre. Este crucero de calles sinuosas y estrechas es un microcosmos de la Venezuela que decide rumbo. Aquí, en unos cuantos metros, está el espacio simbólico de la disputa. Aquí votan los pobres, la mayoría del país que decidirá si tuerce el camino y define otra historia para los próximos 100 años, como dice el presidente Hugo Chávez, o si decide despertar de este disparate fanático, como titula Teodoro Petkoff, fundador del Movimiento al Socialismo, integrante del gabinete de Jaime Lusinchi e intelectual orgánico de la oposición.

Estamos en el Barrio Unión de Petare, municipio Sucre, estado de Miranda, un lugar emblemático en el imaginario chavista que da por sentado un apoyo casi unánime e incondicional de los estratos sociales más pobres al proyecto bolivariano.

En una acera hay un cajero automático del Banco de Venezuela, un proyecto de Chávez para llevar servicios bancarios a las barriadas. Está dentro de un negocio que vende refacciones para motocicletas, uno de los medios de transporte más populares entre los caraqueños, pese a que aquí se vende la gasolina más barata del mundo.

–¿Con cuánto llena el tanque? se le pregunta a un taxista.

–Con tres bolívares– responde.

Un refresco de lata cuesta ocho: para que el lector se dé una idea (un dólar, igual a 4.30 bolívares, al cambio oficial).

Dejemos la digresión gasolinera. Al lado del banco está la sede de un Consejo Comunal, la célula del poder chavista, por decirlo así, un colectivo que gestiona los programas sociales del gobierno y que toma decisiones en asambleas (en este caso, lo integran 300 familias). Bajo una pequeña carpa, los consejeros vigilan a corta distancia la escuela primaria sede de las votaciones (cinco mil electores, de los cuales, los primeros, comenzaron a hacer fila a las tres de la madrugada).

Para que la gente se vuelva floja

Cruzando la calle, un pequeño local es anunciado como Fábrica Socialista. Es parte de una red de fabricación de teléfonos celulares, aunque aquí sólo hacen las fundas. Ahorita parece que no está funcionando como debiera, justifica Juan José Salazar, líder del Consejo Comunal, un güero sonriente que señala una pizarra en la pared, donde están escritos tres nombres. Son las últimas viviendas entregadas, se ufana.

En Petare, pese a todos los beneficios anteriores, el gobierno municipal y el estatal están en manos de la oposición. Nos llevamos bien con ellos, son nuestros vecinos y pues nos saludamos y convivimos todo el tiempo, dice Salazar, echando una miradilla a la carpa de enfrente, colocada en el frente de un edificio de la alcaldía de Sucre.

Ahí despacha Milagros Rodríguez, una rolliza cincuentona igual de sonriente que el chavista y militante de Primero Justicia, el partido de Henrique Capriles.

“Ah, con ellos nos llevamos de abrazo y beso, de ‘cámbiate para mi bando’ y ‘no, tú cámbiate para el mío’”, dice, al mirar a los rojos rojitos en la acera de enfrente.

El edificio municipal tiene una clínica, una farmacia y está pintado de amarillo, el color del partido de Capriles. En los pisos superiores de imparten las mismas clases de cultura de belleza, baile y elaboración de chucherías. La propia Milagros es maestra de manualidades para personas mayores.

–Los pobres están con Chávez, se dice en todo el mundo.

–No todos, míreme. Y él sí ayuda a los pobres, pero a los que están con él, no a los demás.

Aunque siempre se refiere a Chávez como el señor presidente, juzga que programas como los comedores comunitarios solamente provocan que la gente ya ni salga a buscar trabajo, que se ponga floja y se ponga a echar más hijos al mundo al fin que Chávez se los va a mantener.

–¿Y si gana el presidente?

–Nos vamos a pique, porque se va a meter con todos los que no estuvieron con él.

Un grupo de motociclistas arriba, sonando motores y bocinas. No traen playeras ni banderas, pero hasta una niña de cuatro años sabe quiénes son, porque al verlos comienza a gritar: ¡Uh, ah, Chávez no se va!

Carlos Manuel Coelho, un joven de 26 años, los mira de reojo y dice: Bienvenido a la Venezuela de adentro, imagínese un país donde andan por ahí los motorizados, abusando todo el tiempo.

Los motociclistas se arrancan. Coelho, militante del centroizquierdista Nuevo Tiempo, se queja del toque de diana y los gritos que lo despertaron a las tres de la madrugada, aunque agrega que esta vez también sonaron fuerte las canciones de la oposición.

–¿Ve?– dice Coelho, cuando un nuevo grupo de motociclistas irrumpe en el crucero.

Pero los nuevos motorizados cargan propaganda de Capriles.

De cacerolas y tolerancia

Yo saqué mi cacerola, pero no supe ni por qué, pensé que era por la pólvora, dice la electora, formada ya dos horas debido a fallas técnicas en la máquina que registra las huellas dactilares.

La votante se refiere a la noche del sábado, cuando el cacerolazo antichavista recibió las respuesta de los cohetones chavistas.

El vecindario es clasemediero y la cacerolera comparte fila con otra señora de mediana edad y dos jóvenes. Está pareja la cosa en la tarde de Sabana Grande, dos son chavistas y dos opositoras.

El diálogo que dejan escuchar transcurre más o menos así:

–Chávez ya tiene reacciones más calmadas.

–Es que vio la muerte de cerca.

–¿Fue a las dos? ¿En cuál marcha hubo más gente?

–Bueno, a la chavista van obligados los empleados públicos.

–Mentira, señora, yo soy empleada pública. Y el que va obligado pasa lista y se va, y ahí la gente se quedó.

–Es un resentido. Yo vengo de Barinas, he salido con sobrinas de Chávez, son igual de resentidas que él. Una persona así sólo puede tener odio.

–No sólo hay cosas malas, hasta la oposición lo reconoce.

–Pues yo nada más veo blanco y negro, nada de grises.

El intercambio no es ciertamente esperanzador, pero hace unos años era inimaginable que chavistas y antichavistas se pusieran a discutir en calma, sin cacerolas de por medio.

Será por el discurso de reconciliación nacional de Capriles. O tal vez porque esta noche el presidente Chávez no llamó lacayo del imperio a su adversario.