omo un nuevo modo de hacer teología en América Latina (AL), la Teología de la Liberación (TL) está íntimamente ligada al pueblo trabajador, a su fe cristiana y a sus luchas históricas. Por sobrevivir en precarias condiciones, las mayorías empobrecidas de nuestros países se fueron convirtiendo en el lugar social interpelante de iglesias y comunidades religiosas, exigiéndoles un compromiso y una opción. Fue así como este discurso y práctica eclesiales, porque reconocen a los empobrecidos como sujetos históricos, capaces de autodeterminación y protagonismo en la lucha por su propia liberación, nació parcial.
La II Conferencia General del Episcopado Católico Latinoamericano, reunida en Medellín, Colombia, en 1968, registra en forma inspirada la necesidad de la transformación social de AL y la fuerza de la presencia del Evangelio de Jesús en el tránsito de condiciones menos humanas: las estructuras opresoras, que provienen del abuso del tener y del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones
. A más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura
(Introducción, No. 6). Para ello invita pastoralmente a: Alentar y favorecer todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base, para la reivindicación y consolidación de sus derechos y por la búsqueda de una verdadera justicia
(Conclusiones sobre Paz, No. 27).
Desde entonces, a lo largo de los cinturones industriales y campos agrícolas se multiplicaron diversas iniciativas y experiencias de pastoral obrera, con el fin de responder a los desafíos de una fe en búsqueda de hacerse historia, por medio del binomio fe y justicia. Con gran riqueza humana y en medio del conflicto se experimentó también la encarnación de la vida y mensaje cristianos en un espacio cultural concreto, independientemente de empresarios, gobiernos y hasta de jerarquías religiosas, de tal manera que se permitió tener la vivencia con esperanza al Dios Liberador de la Biblia, que ante la opresión laboral escucha el clamor de su pueblo.
Muchos sectores de la Iglesia católica latinoamericana y de otras iglesias se convirtieron a ese llamado y se hicieron la Iglesia de los pobres, al advertir que los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres, y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.
(Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia en el Mundo de Hoy, 1965, No. 1). Igual ocurrió en México.
A lo largo de los recientes 40 años surgieron en diferentes estados de la República y diócesis del país experiencias civiles y pastorales para acompañar y animar la fe y la lucha del pueblo trabajador. Abrevando en la Teología de la Liberación, este discurso y práctica eclesiales se tradujeron en solidaridad con la lucha obrera y otras causas populares en un país guadalupano como el nuestro; en el fortalecimiento de la organización social de los marginados en la lucha por sus derechos humanos; en la búsqueda de una pastoral popular que dinamizara la fe de los trabajadores y trabajadoras, y en el compromiso social de los creyentes. La Pastoral Laboral (PL) es una de estas ricas expresiones.
Con el apoyo de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, a principios de la década pasada se logró la articulación de algunas de estas experiencias civiles y eclesiales presentes en el país. La PL es una dimensión de la pastoral social de la Iglesia católica, integrada por trabajadoras y trabajadores de diferentes ramas de la industria o servicios públicos, agentes pastorales, religiosas, religiosos y sacerdotes pertenecientes a distintas regiones y ciudades del país. Desde la propia realidad, la PL procura promover las capacidades y habilidades de las y los trabajadores, y llevar, mediante la capacitación de defensores de derechos humanos laborales y promotores de la pastoral laboral en centros de trabajo, sindicatos, colonias, barrios o parroquias, de forma independiente a cualquier empresa, gobierno, sindicato u otra organización, ajena a los intereses de los propios trabajadores, buenas noticias al mundo del trabajo.
De la misma forma en que los mineros fueron en 1891 un interlocutor de la Encíclica Rerum Novarum, de León XIII (A los que trabajan en sacar de lo profundo de la tierra las riquezas en ella escondidas, deberá compensarse con una duración de jornada más corta, porque su trabajo es más pesado y más dañoso a la salud
, No. 34), lo han sido para la Pastoral Laboral los mineros del carbón y sus familias del norte de Coahuila, incluso antes del siniestro de Pasta de Conchos en 2006.
Desde entonces se ha generado en la región un proceso comunitario por la dignificación de las condiciones de vida y trabajo de los mineros del carbón y sus familias, conformado por trabajadores de las minas, tajos y pocitos, sobrevivientes y familiares de los siniestrados (sobre todo mujeres en ambientes machistas), agentes de pastoral y defensores de derechos humanos que, mediante recursos eficaces, han logrado dar a conocer nacional e internacionalmente las violaciones a los derechos humanos laborales, e iniciar un camino de defensa y de transformación, lo cual obviamente no ha sido bien recibido por los intereses de poder prestablecidos, lo que no hace sino confirmar la autenticidad de la misión al servicio de la fe y de la justicia.