l señor Calderón está decidido a dejar una cauda de tristes y trágicos recuerdos y un montón de rencores por su desempeño en la Presidencia de la República. Pretende, con sus continuas y difundidas giras de adioses, dar el retoque final a una imagen que, muy a su pesar, ha sido ya contaminada en exceso. Seis largos, terribles y desperdiciados años ocupando una poderosa oficina hurtada. La memoria de su gestión no quedará escrita como tal personaje ambiciona: un recuadro de grandezas. La estela de su historia quedará enmarcada por tres vitales reactivos. El primero, sin duda, lo emulsiona la violencia desatada. El siguiente llevará el signo del nulo crecimiento económico. El tercero se resumirá en la desigualdad que, consistente y con cinismo destacado, empujó. Los enumerados referentes se pueden asentar como ejes definitorios para cerrar el terminal juicio de su gestión al frente del Poder Ejecutivo. La ruta que recorrió durante el sexenio en compañía de un séquito de ineficientes ayudantes deja, además, un reguero de cuerpos insepultos esparcidos por toda la inmensa geografía de este dislocado país.
A pesar de todo, y sin pizca de realismo, Calderón desata, con notable dispendio de variada clase de recursos públicos, toda una campaña de comunicación para, pretendidamente, reubicar en estos postreros días de su caótica administración el perfil y los contenidos que desea heredar. Sin pizca de autocrítica intenta, con maniobras indebidas, hacerse del mando de su propio partido. Quiere tan innoble personaje inducir, insuflar en el recuento de los daños sufridos por el PAN la ilusoria visión que pasea por todas partes de esta angustiada república. No lo conseguirá. Su venidero destino estará enmarcado en una serie interminable de litigios que, con seguridad, se terminarán anclando en cortes internacionales.
El panismo en el Poder Ejecutivo, de cualquier manera en que se haiga encaramado en oficina tan poderosa, deja tras de sí una cauda de frustraciones para las incautas y alborotadas clases populares mexicanas. Una docena de años dedicados –sin penas asumidas, con glorias efímeras celebradas con insulsas fiestas, incompetencias a raudales y muchas fantasías– al disfrute de variada clase de prebendas. Toda una caterva de burócratas blanquiazules que poco cambiaron, menos propusieron y mucho se llevaron indebidamente. Esa es parte de la narrativa que ya puede ensayarse sin caer en exageraciones. La pequeña historia del panismo en los albores del siglo XXI. Manosearon, eso sí, los afanes colectivos por transitar a una época de francas mejoras compartidas. Sucumbieron, voluntaria y mansamente, a los imperios de la plutocracia para dejar fuera del Poder Ejecutivo, por los medios que haigan sido requeridos, a esa decidida versión de la izquierda nacional que enarbola un cambio efectivo y verdadero. Impulsaron, incansablemente y con propósitos nublados, el modelo neoliberal que les dictan, paso a paso, sus distantes mandantes.
Una prolongada docena de años extraviados en manos de una élite panista que no ató ni desató los urgentes afanes populares por acceder a una vida digna. A pesar de los enormes recursos petroleros que recibieron no pudieron guardar, en bien de generaciones futuras, aunque fuera un poco de esa riqueza que, suertudamente, se añadió a la economía. Dejan, eso sí, un Pemex endrogado en exceso e incapacitado para cumplir con su destino de ser una empresa que fuera orgullo nacional. En buen día han perdido la tercera oportunidad buscada con su candidata (JVM) para administrar los bienes nacionales. Doce años de derroche de oportunidades los distinguen. Entregaron cuanto pudieron y nada pueden alegar como muestra de celo patriótico. Duplicaron el nivel de la deuda pública sin que tal hipoteca se vea reflejada en el bien común. Un propósito que fue, en verdad, componente de su lejano ideario partidista.
Los panistas se irán tal como llegaron a Los Pinos: por puertas laterales, revestidos de vanidad, presumiendo su ignorancia o francamente agazapados trasbanderas. Primero una pandilla de gerentes se aposentó sobre los botones de mando sin visión alguna ni respeto por la política. Rearmaron el autoritario y corrupto legado priísta y usufructuaron lo que de esa decadente época pasada debió ser desechado de inmediato. Traicionando los afanes democráticos, impidieron el cambio que tocaba, con sonoras voces, a la puerta de esta angustiada patria.
Los panistas, encumbrados por el seudorranchero guanajuatense (VFQ), se han extraviado en la densa niebla de su pequeñez. El señor Calderón no mejoró, ni un ápice, la composición, miras y la estatura de sus acompañantes. Ahora los panistas vagan por sus achicados territorios sin atinar cómo rehacerse o con quiénes empezar a visualizar las derivadas de su desgobierno.
Pero lo que espera a los mexicanos un tanto más allá de este 2012, el de las ilusiones frustradas y las rijosas desavenencias crecientes, no se aprecia mejor ni diferente. El priísmo que se atisba tras las cuestionadas elecciones lleva atados varios estigmas adicionales, producto de su manera de hacerse con el poder local y el presidencial.
El señor Peña Nieto está acostumbrado a maniobrar con ingentes recursos a su discrecional disposición. Así fue electo gobernador del estado de México. Con esas rellenas talegas transitó por tan complejo estado durante seis años. Así edificó su imagen, impuso su candidatura y, con ellos también, compró la Presidencia. El problema ahora estriba en que para gobernar México no tendrá, ni llevando a cabo sus famosas reformas estructurales, los medios que esa dispendiosa forma de actuar exige.