Opinión
Ver día anteriorMiércoles 22 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sudáfrica: la destrucción del sueño democrático
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urante el siglo XX las luchas por la emancipación popular en África fueron un referente político clave a escala mundial. Particularmente importantes fueron los movimientos de liberación en países como Argelia, Namibia, Tanzania, Zimbabwe, Sudáfrica, Angola y Mozambique. Esas históricas gestas marcaron el proceso de descolonización y en plena guerra fría, algunas transformaron el paisaje africano en campo de batalla. En ese contexto, la ofensiva contra el apartheid en Sudáfrica se convirtió en símbolo del combate contra la injusticia en todas sus formas.

El asesinato de 34 mineros que protestaban por las miserables condiciones de trabajo en la mina de platino de Marikana recuerda la represión en los peores días del apartheid. La mina es operada por la empresa Lonmin, uno de los productores más grandes de platino en el mundo. Este trágico episodio revela que el proyecto político del neoliberalismo, desde México hasta Sudáfrica, es convertir el mundo en un estado policiaco.

¿Cómo pudo el movimiento de liberación anti-apartheid abrazar el neoliberalismo?

La victoria electoral en 1994 del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) marcó el fin del odioso régimen de apartheid. Las negociaciones para la transición habían consumido muchos años y culminaron cuando se formalizó la alianza entre el ANC, el Partido comunista de Sudáfrica (SACP) y la Confederación de sindicatos de Sudáfrica (COSATU).

El paisaje mundial había cambiado de manera radical con el colapso de la Unión Soviética y la consolidación del neoliberalismo como paradigma de política económica en casi todo el mundo. En este contexto los líderes del ANC, con Nelson Mandela a la cabeza, se encontraron en una encrucijada. Por un lado, podían seguir luchando por el sueño de la República de Sudáfrica cimentada en la concordia racial, la igualdad y el control social sobre los recursos naturales y la estrategia de desarrollo económico. Por el otro, se abría la senda del pseudo-realismo político con un abrazo mortal con la ideología neoliberal.

En las negociaciones que preparaban la transición el ANC pudo haber planteado la necesidad de una reconstrucción que respondiera a las necesidades de la población africana oprimida por los largos años de apartheid. Hubiera sido necesario hasta plantear la responsabilidad de las empresas capitalistas que se beneficiaron del apartheid, en especial del proceso de migraciones forzadas que llegó a alterar significativamente la distribución demográfica del país. Sin embargo, la presión internacional le inclinó a adoptar una postura muy flexible en la que la palabra clave era la de ‘reconciliación’. En el fondo, el ANC claudicó sus posiciones históricas y aceptó que la injusta estructura económica heredada del apartheid resultara intocable en la nueva República de Sudáfrica.

El ANC llegó al poder con impecables credenciales de lucha anti-colonial y una propuesta de política económica medianamente reformista. Pero su programa de reconstrucción y desarrollo fue rápidamente abandonado y suplantado por la llamada Estrategia de crecimiento, empleo y redistribución (GEAR), un esquema de corte neoliberal. El objetivo central era situar a la economía de Sudáfrica en una senda de crecimiento basado en el sector exportador, con equilibrios macroeconómicos en lo interno, la promoción de una burguesía africana y la inclusión de segmentos de la clase trabajadora en las nuevas clases medias. Sudáfrica pasó casi sin sobresaltos del apartheid a un modelo de desarrollo regido por el neoliberalismo.

A 18 años de la victoria electoral del ANC la economía de Sudáfrica acusa gravísimas distorsiones. Se aplicaron todos los componentes de la receta neoliberal, desde una apertura comercial salvaje (que permitió inundar el mercado sudafricano con importaciones baratas de China, frenar una incipiente industrialización y generar un crónico déficit en la cuenta corriente), hasta una restricción fiscal para generar un superávit primario, agravando el panorama de las clases más desfavorecidas por el recorte en gastos sociales. El crecimiento del PIB llegó a tasas de 4.5 por ciento en promedio anual antes de la crisis, nada espectacular. Ese desempeño fue incapaz de abatir el desempleo que hoy alcanza niveles de 40 por ciento de la población activa.

Hoy la desigualdad y la pobreza no son muy diferentes de lo que existía en la era del apartheid. La explotación de la base de recursos naturales está exacerbando una crisis ambiental de enormes proporciones. Finalmente, la crisis global tendrá mayores repercusiones sobre todos los componentes de la economía de Sudáfrica.

Desde 1994 Sudáfrica ha sido presentada al mundo entero como ejemplo de reconciliación y de democracia electoral. Pero la masacre de Marikana es una llamada de atención. Lo mismo en México que en Sudáfrica, la lección es clara: cuando detrás de la democracia electoral se yergue el espectro de la desigualdad y la pobreza, dejar que el mercado salvaje fije la estrategia de desarrollo es un error de tenebrosas consecuencias.