unque parezca elemental y fácil comprender algunos conceptos que fueron confundidos en su tiempo, en otras latitudes se presentan recurrentemente amenazando con causar, nuevamente, graves situaciones que hay que evitar, ciertamente, en nuestro país.
¿Qué sucedió en Chile en 1970-1973? Pues precisamente las circunstancias que se dieron en este país hermano nuestro, a pesar de la distancia que la geografía nos impone, y también de las diferencias que se generan según el proceso histórico que se va configurando en cada país, quizás económicas, Chile nos resulta ser un pueblo muy cercano en nuestros sentimientos y en nuestra voluntad.
Atendiendo la interrogante que planteamos arriba, nos referimos a las circunstancias que se fueron dando, unas acomodadas por el propio pueblo chileno y sus dirigentes, y otras que se les impusieron desde muy lejos, y desde muy cerca de México. El hecho fue que Salvador Allende triunfa en las elecciones de 1970, con mayoría relativa, de 36.6 por ciento, aproximadamente, lo que según las leyes electorales chilenas, así como la Constitución de este país, obligaba a que el caso fuera resuelto por el Congreso Nacional, y así se hizo, dando más clara legalidad a su elección, y mayor legitimidad. Los demás partidos representados en el congreso lo aceptaron sin reparos. Ellos fueron: el Demócrata Cristiano, el Nacional, y la Izquierda Cristiana.
Salvador Allende estaba apoyado en una sólida argumentación teórica, comprendida en su objetivo de instaurar el socialismo por la vía democrática, a diferencia del socialismo en Cuba, que fue declarado posteriormente al ataque aéreo que precedió a la invasión de Bahía de Cochinos y después de una larga lucha desde la Sierra Maestra, en la que el pueblo cubano se rebeló contra la dictadura de Batista. En todo caso, en sus orígenes, y en desarrollo de lo que en Cuba fue una rebelión armada en contra de la dictadura de Batista, el socialismo por la vía democrática que postulaba Allende en Chile correspondía precisamente a un proceso electoral democrático con otras características muy diferentes, que se iniciaba en 1970.
La vía chilena al socialismo despertó gran interés en otros países y/o grupos revolucionarios, no solamente en los campos de la acción y de la lucha, sino también entre los teóricos de varias universidades. Cientos de jóvenes se fueron a Chile a estudiar y a colaborar con el gobierno de Allende, así como maestros que querían ver de cerca esta nueva opción al socialismo por la vía democrática que se abría en ese país.
Salvador Allende, una vez en el poder, se significó por la lealtad que guardaba a los grupos integrantes de la coalición que lo llevó a la Presidencia de la República y a este primerísimo plano de la atención internacional que lo seguía con interés. Tengo para mí que esto fue así al grado de que Allende se mantuvo en los primeros meses, desde el Palacio de La Moneda, como el líder de la Unidad Popular, y que los grupos más radicales precipitaron los acontecimientos que crearon las circunstancias que se dieron para hacer posible el golpe de Estado, concebido en la Casa Blanca por el presidente Richard Nixon, el secretario de Estado Henry Kissinger, y el comité cuarenta
que se integró en Washington, tal como lo relata el propio Kissinger en la primera edición de sus memorias.
Cuando Salvador Allende cobró conciencia de que por el camino del liderazgo de la Unidad Popular no podría llegar a controlar y expedir, por ejemplo, la ley de las tres áreas de la economía, de los senadores Hamilton y Fuentealba, de la Democracia Cristiana, votada en el Senado con el apoyo del Partido Nacional, de extrema derecha, en la que se anularon al jefe del Ejecutivo las facultades para expropiar empresas y nacionalizar otras, como las extranjeras que monopolizaban la extracción del cobre, la gran riqueza de Chile, y las de las comunicaciones, todo lo cual vino a sumarse a la rápida consolidación de las condiciones para dar el golpe de Estado, encabezado por el general Augusto Pinochet y apoyado por la Marina estadunidense, que realizaba en esos momentos las maniobras conjuntas Unitas, iniciadas en Valparaíso en la madrugada del martes 11 de septiembre de 1973.
Se requería ya con urgencia, para entonces, y aun para antes de esos días, en el Palacio de La Moneda, un jefe de Estado que pudiera dominar la conjugación de fuerzas internacionales y de los empresarios nacionales que habían sido afectados por el programa de las cuarenta medidas, lanzado en la campaña, para gobernar Chile por el camino del éxito de una tercera vía en que los ideales igualitarios del socialismo se combinaran con las libertades políticas de la democracia, en un proceso emanado de elecciones libres
(Luis Maira, presentación del libro Instantes de decisión, Gonzalo Martínez Corbalá, editorial Grijalbo).
Pero ya era demasiado tarde. El presidente líder fue atacado por militares desleales, bombardeando el palacio presidencial de La Moneda, y obligándolo a quitarse la vida por propia mano, para dejar a salvo la dignidad del dirigente chileno más notable de los últimos tiempos. Chile no necesitó en ningún momento de un apóstol, sino de un jefe de Estado, que, superado el momento inevitable de la acción de un líder que en la praxis teórico-práctica, unificara a los grupos de la coalición que luchó hasta el final como Unidad Popular. Que se continuara la lucha, no solamente en las calles de Santiago, sino en la tribuna de la ONU, y otras de carácter internacional, tanto como en el interior del país, por el fortalecimiento de las instituciones que hubieran expedido unas leyes que a su vez consolidaran la democracia en Chile.
En otras palabras, lo que México requiere, en estos momentos, y en las actuales circunstancias, para dirigir el desarrollo del país, y para reintegrar la paz y la tranquilidad, no es un líder en Palacio Nacional, ni tampoco un apóstol. Necesitamos, indiscutiblemente, un jefe de Estado, que asuma cabalmente las funciones de gobierno que le corresponden.