na de las consideraciones centrales de la crítica de la economía política era la tendencia a la concentración y la centralización del capital. Lo primero ocurre cuando se incrementa la cantidad absoluta de capital bajo control de un individuo o un grupo, lo segundo, cuando se redistribuye el capital existente y queda bajo el control de pocas manos. En ambos casos se agranda el grado de monopolio.
La crisis de 2008 acrecentó la concentración en el sector bancario, como se ve de modo claro en el caso de Estados Unidos. Entre 1935 y 1999 los activos de los tres bancos más grandes representaban entre 10 y 15 por ciento del total de los activos del sistema bancario. Pero desde 1999, cuando se revocó la ley Glass-Steagall, que separaba las actividades de financiamiento comercial y de inversiones, la concentración ha crecido de modo continuo superando el 40 por ciento de los activos.
Visto de otro modo, los datos indican que en 1970 los cinco bancos más grandes concentraban 17 por ciento de los activos totales, los 95 bancos grandes y medianos representaban 37 por ciento y 12 mil 500 bancos más pequeños el restante 46 por ciento. En 2010 las cifras respectivas fueron de 52 por ciento para los cinco más grandes, 32 para el grupo de 95 grandes y medianos, y 16 por ciento, pero en este caso sólo para 5 mil 700 bancos pequeños.
En cuanto a los créditos para los negocios pequeños y medianos, los 20 bancos grandes sólo participaban en 2010 con una proporción de apenas 16 por ciento; los bancos medianos con 30 y los bancos pequeños con 54 por ciento del total. Así que la asignación de los recursos también se aglutina en las empresas de mayor tamaño, lo que indica la concentración y centralización en la industria y el comercio.
Las transacciones más grandes, relacionadas con inversiones de todo tipo y con instrumentos muy variados, muchos de carácter eminentemente especulativo, crean un entramado muy estrecho entre los bancos de mayor tamaño y generan un riesgo creciente, que tiende a ser sistémico.
La concentración de activos y de riesgos de los seis bancos más grandes de Estados Unidos (J.P. Morgan Chase, Goldman Sachs, Bank of America, Citigroup, Morgan Stanley y Wells Fargo), indica que tienen 35 por ciento de todos los depósitos y 53 por ciento de los activos. Los ingresos que generaron en 2010, sustentados en el alto nivel de deuda que contraen, fueron de 56.1 mil millones de dólares (billones según se cuenta allá) lo que equivale a 93 por ciento de todos los ingresos por transacciones de todos los bancos.
Más datos: el ingreso por transacciones de los cuatro bancos más grandes representaban ese mismo año una cantidad superior al ingreso (antes de impuestos) de todos los otros bancos. Esta es una dimensión de la magnitud del riesgo que entraña la arquitectura del sistema financiero y la concentración de los recursos.
El asunto es todavía más intrincado si se advierte que esas empresas de gran tamaño se tienen unas a otras como principales contrapartes de las transacciones que hacen en los mercados. De tal manera si una de ellas tiene pérdidas cuantiosas se provoca un efecto adverso inmediato en las demás. Así se ve la razón y la magnitud de la intervención que tuvo que hacer el gobierno de Bush y la Reserva Federal, luego de la quiebra de Lehman Brothers en 2008. Pero el asunto clave es que la condición de riesgo sistémico no se ha reducido, sino al contrario.
La tendencia de la economía capitalista a la concentración tiene que ser compensada permanentemente con la legislación y las reglas acerca de la competencia. Esta es esencialmente una disputa política que tiene un componente técnico cada vez más complejo. La ideología neoliberal prevaleciente favorece a las fuerzas del mercado que no son de índole competitiva como se sostiene.
En el caso del sector financiero, por ejemplo, el entorno creado por el enorme tamaño de los bancos más grandes y el tipo de operaciones que pueden realizar acrecienta el riesgo del sistema económico en conjunto. Esto es lo que hay detrás del debate acerca de la condición de ser demasiado grandes para quebrar
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El poder financiero de los bancos más grandes tiene a la sociedad como rehén. Los incentivos son propicios para que dicho poder se ejerza en condiciones en las que se magnifica la propensión al riesgo de los operadores, y que esto sea tolerado por los directores y, también, por los consejos de administración. Las pérdidas de carácter privado se socializan mediante las políticas fiscales y monetarias.
Esta es una parte relevante de lo que está detrás de la expansión del crédito hipotecario y las operaciones de cobertura en la crisis de 2008 y que va hasta los hechos más recientes como son: las billonarias pérdidas por inversiones muy riesgosas en J.P. Morgan; la fijación ilegal de la tasa Libor, en la que participó Barclays, y hasta el caso de lavado de dinero por el que fue penalizado HSBC.
La organización de esta industria clave para la operación de la economía de mercado compleja y de alcance global es hoy un factor que provoca fuertes distorsiones en la asignación de los recursos, la concentración del ingreso y la riqueza, y las políticas públicas. La mayor parte de la medidas que se toman al respecto son cosméticas, mientras la estructura del conjunto del sistema económico y político sigue siendo la misma.