l presidente Barack Obama busca relegirse, pero se ha topado con muchos obstáculos. La economía estadunidense no se recupera y el desempleo se ha mantenido a niveles relativamente altos. Ciertamente heredó una situación económica (y financiera) muy mala y ha tenido que hacer frente y ofrecer soluciones a problemas que no causó. Además, ha tenido que idear una estrategia para sacar a sus soldados de Irak y Afganistán, otro legado muy pesado y costoso.
En su afán por resolver esos problemas se rodeó de personas que no fueron las idóneas, ya que algunos de sus consejeros más cercanos formaron parte del grupo que causó los problemas. Pienso en su equipo de economistas.
En el terreno militar sus decisiones ya en la Casa Blanca tampoco estuvieron muy acordes con sus promesas como candidato. Y una vez en la presidencia, sus palabras también han estado reñidas con sus acciones. Cambió los tiempos de la retirada de Irak y aumentó la presencia de tropas en Afganistán. Su discurso en Praga acerca de la eliminación de las armas nucleares no concuerda con su petición al Congreso para aumentar el renglón del presupuesto militar precisamente destinado a mantener y mejorar el arsenal nuclear estadunidense.
De ahí que Obama haya decepcionado a muchos de los que lo apoyaron en la elección de 2008. Su mensaje fresco, claro y esperanzador de entonces atrajo muchos votos, en particular entre los jóvenes. Ahora la lista de quejas incluye el rescate de los bancos e instituciones financieras; sus concesiones al Partido Republicano a fin de lograr su respaldo a la reforma del sistema de salud; su titubeo en materia de medio ambiente; la cárcel en Guantánamo, y varios otros asuntos que han decepcionado a quienes lo eligieron.
Hay otro tema que también es fuente de preocupación. En efecto, en los últimos meses se ha intensificado el debate sobre cómo Estados Unidos está cambiando la manera de conducir la supuesta guerra contra el terrorismo internacional. Al parecer, hacia diciembre de 2008 el presidente saliente George W. Bush le encomendó a su sucesor dos proyectos que estaban desarrollándose y que Obama aceptó y mejoró: el uso de vehículos (aviones) sin tripulación (los llamados drones) y la guerra cibernética. Sobre esto último hablaremos en un futuro artículo.
A principios del mes pasado murió Abu Yahya Libi en Pakistán, víctima de un bombardeo llevado a cabo por un drone. En otras palabras, fue asesinado a control remoto. Todos hemos visto los avioncitos que se manejan a control remoto y que son un juguete bastante exitoso. Pues bien, el drone es un juguetito que ahora lleva a cabo ataques contra los dirigentes de Al Qaeda. Estados Unidos los utilizó en Irak y ahora en Afganistán, Somalia, Yemen y Pakistán. En este último país los ataques han causado víctimas inocentes, complicando así las relaciones con sus dirigentes.
Libi era el número dos de Al Qaeda y su muerte fue festejada en Washington. Pero su muerte confirma que Estados Unidos se ha embarcado en un tipo de actividad militar sumamente peligrosa.
En un principio los drones fueron utilizados como un instrumento de reconocimiento de las posiciones del enemigo. Hoy aún se utiliza una pequeña versión con ese fin.
Con el tiempo fueron armados con bombas. Israel fue uno de los pioneros en este campo. Construyó modelos cada vez más grandes y sofisticados. Tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos hizo lo mismo. Hoy también los posee China, que los exhibió en la feria de aeronáutica en Zhuhai en 2010.
A partir de 2001, Estados Unidos empezó a explorar la manera de atacar a Al Qaeda en las regiones montañosas de Afganistán, a las que no podía enviar tropas terrestres ni tampoco aviones tripulados por personas. Lo que se inició como un modesto intento por la fuerza aérea fue tomado por la CIA y se convirtió en un proyecto importante y secreto. De ahí que no hubo discusiones en el Congreso ni el público en general. De hecho ahora parece que las operaciones militares de los drones están a cargo de la CIA y no del Departamento de Defensa.
El debate sobre los drones ha cobrado mayor interés tras las revelaciones de que en los casos más importantes es el propio presidente Obama quien decide cuándo y contra quién se utilizan. Las críticas le han llovido.
The New York Times manifestó sus dudas acerca de la legalidad de acciones que matan a individuos, incluyendo a estadunidenses y extranjeros, lejos de un campo de batalla sin saber a ciencia cierta de que se trata de terroristas. ¿Quién supervisa las decisiones del presidente y cómo las justifica? En 2008 Obama se pronunció en contra de la guerra en Irak y condenó el uso de tortura contra los prisioneros capturados tras el 11 de septiembre. Ahora parece preferir eliminar a los sospechosos de pertenecer a Al Qaeda en lugar de encarcelarlos.
Cada semana el presidente Obama recibe una lista de personas que se cree están vinculadas a Al Qaeda. Un equipo de expertos en terrorismo elabora esa lista y el presidente decide a quiénes se debe atacar con drones en Somalia y Yemen y en casi todos los casos en Pakistán.
Suele decirse que en la guerra y en el amor todo se vale. No sé si sea cierto en el caso del amor, pero ciertamente no lo es en la guerra. Hace ya unos siglos que se ha venido reglamentando la conducción de la guerra.
Como candidato Obama abogó por el respeto al marco legal en la lucha contra Al Qaeda. No cabe duda de que la guerra contra el terrorismo internacional no se puede catalogar fácilmente dentro de las guerras tipificadas y reglamentadas por el derecho internacional. Pero Obama, presidente y jurista, no debe actuar al margen de la ley.