ndrés Manuel López Obrador, candidato de las izquierdas a la Presidencia de la República, simboliza con los marginados (50 millones), la espera y la desconfianza. Esa espera que no tiene origen ni fin como olas del mar que se ondulan y ondulan y siguen a merced del azar caprichoso. La magia, la idealización, el enamoramiento cotidiano
y la religión le permiten encubrir la espera con resignación y silencio.
Esa espera que poetizó don Tomás Segovia, traductor del sicoanálisis y de sus propias imágenes a la palabra musical en versos conmovedores que nos enfrentan a la espera.
Ceremonial del moroso
“Empiezo posponiendo
Empiezo por la pura suspensión
Por no querer saber cómo empezar
Empiezo anticipadamente triste
De manchar la pureza de la espera
Empiezo por callar
Por soñar con salvarme de un aciago lenguaje
Que empieza consigo mismo
Ansiando que con él empiece todo…”
“Sin decir todavía
Estoy diciendo ya
Diciendo que no hay hoja en blanco
Diciéndolo aquel que busque oír
Sentado en este día de la historia
Diciendo que es posible moverse
Que es posible soltar esa fe en el vacío
A la que tanto apego tengo todavía
Diciendo pues calladamente
Que la hoja está ya siempre empezada
Ya empapada de mundo
Polvorienta de tiempo rasgada de vida…”
La mente de los marginados destila un lenguaje (de espera) y de desconfianza y unos símbolos diferentes a los del lenguaje literario de los habitantes de la ciudad. Tan es así que uno de los problemas que será cada vez más agudo consistirá en hallar la forma de traducir estos lenguajes que tienen la misma construcción, pero diferentes significados, lo que estructurará, a su vez, un lenguaje diferente.
La política, que es fundamentalmente lenguaje (al poder por la palabra), tendrá que abocarse a su conocimiento, así como a las sensaciones y el sentimiento que la conmueven. El lenguaje de los marginados no coincide, salvo en algunas raíces, con el que emplea la prensa, la radio, la televisión y los textos. Los marginados tienen su prensa en las fotonovelas y diarios deportivos, básicamente imagen y pocas palabras, como su vida. Claro que el lenguaje de los marginales no tiene por qué ser igual al de las clases media y alta de la ciudad. El de los marginales viene del campo con otro entorno y otras estructuras y desarrollos mentales que se expresan en un lenguaje diferente.
Por otra parte, el lenguaje del marginal no es uno e inimitable, sino diverso y múltiple, de acuerdo con las circunstancias y la variedad de los distintos campos y culturas mexicanas. No existe un campo mexicano, y menos un campesino mexicano en las distintas entidades, sino infinidad de campos y campesinos mexicanos, con diferentes lenguajes, producto de desarrollos estructurados en diversidad de relaciones y escenarios. Su denominador común es el choque cultural con el lenguaje y símbolos de la ciudad, y una orientación en tiempo y espacio igualmente distinta.
El lenguaje de los marginados, sin posibilidad de entender el lenguaje simbólico de la ciudad (político), se desorganiza e inicia una vida continua de pérdidas, sin entender tampoco el lenguaje de otros marginados provenientes de otras culturas de nuestra geografía. Ante este sombrío panorama, lentamente aprende un lenguaje con símbolos más sencillos que los de la ciudad, identificándose con otros como él en la pasividad, la depresión, la violencia contenida, la proclividad a expresarse sin sentido, la incertidumbre y el caos acompañados de una corte de desnutrición y mortalidad infantil y la causada por la violencia entre ellos. Los escenarios diferentes retroalimentan estructuras y formas de ser y con ellas el lenguaje de unos y otros.
No es lo mismo ver llover sobre la ciudad desde la ventana de un hogar confortable y con comodidades, que contemplar la destrucción del tugurio y las pertenencias arrasadas por el agua y el lodo por desastres naturales en medio de la zozobra, el frío, el desamparo y el miedo, como sucede año tras año en esta época, mientras se espera…
El lenguaje sencillo y natural de los marginados surge sin coyotes ni intermediarios, y va de la penca del maguey al juego de garganta. El lenguaje literario de la ciudad tiene infinidad de coyotes, líderes charros e intermediarios y sus sindicatos y capillas, así como sus avisos de ocasión y ofertas de empleo; y requiere de mucha química y modales sofisticados pero izquierdosos, para llevar una cuba al paladar, acompañado de la expresión de pensamientos que son paradojas y requiebros del lenguaje.
En cambio, al lenguaje de los marginados sólo se le conoce por fuera, pero sin sentir su fuerza, intensidad ni significados: (ton’s qué, qué de qué, o qué; o cómo de qué, yaaa…, mi carnal, no entiendo ni madres, qué onda) o sea la disociación esquizofrénica de dos lenguajes que no encuentran su recíproca interdependencia, lo cual es gravísimo y se expresa en las votaciones.
Andrés Manuel López Obrador con un lenguaje que llega a los marginales y la gente sensible profundizó con el dolor de la palabra que no es nuestra, es impuesta, no fija, se nos va y en la espera es incapaz de ser transcrita al papel, pero… sigue y sigue. Melancolía de siglos que es dolor medular y se ancla en lo fugaz y temporal. Esa espera que fue el canto del poeta singular que fue Tomás Segovia.
A lo que en su moroso camino se perdió
Y así siempre lo que deja dicho
Con la sed de decir seguirá diciendo.
Ceremonial del moroso
en espera,
espera…