n el acto que se celebró en la Plaza de Mayo, convocado por el Sindicato de Camioneros, con el apoyo solidario de poco menos de la mitad de las organizaciones gremiales de la Confederación General del Trabajo (CGT), 50 mil o 60 mil obreros llenaron la plaza para reclamar el cese del cobro del impuesto a las ganancias, a los salarios de los trabajadores, la eliminación de juicios y condenas por luchas sociales, y la estatización del Banco Hipotecario para iniciar un amplio plan nacional de empleo que, con la construcción masiva de viviendas en todo el país, dé trabajo digno a desocupados y precaristas; el fin de la tercerización y del trabajo sin prestaciones, y la independencia de los sindicatos en relación con el aparato estatal (del cual, hasta ahora, la burocracia sindical era parte y puntal).
El acto fue, pues, bajo la cobertura de un enfrentamiento entre parte de la burocracia sindical (del sector que expresa la influencia burguesa en el movimiento obrero y procura consenso al gobierno del Estado capitalista y a éste mismo), un conflicto indirecto entre los trabajadores, por un lado, y, por otro, el aparato estatal aliado a los patrones. Esto marca una ruptura con el peronismo clásico, en el cual el presidente era, por fuerza, líder, y el movimiento obrero un simple instrumento leal del mismo (una mera rama
de su aparato).
El líder camionero Hugo Moyano, en efecto, separa ahora a un sector estratégico del movimiento obrero del Partido Justicialista (PJ), a cuya dirección renunció, y del aparato estatal, a sabiendas de que, al asumir el 12 de julio nuevamente la secretaría de la CGT, el gobierno creará una CGT dos, la de los gordos
y los independientes
, que funcionará como un rodaje más del Estado. De modo que los camioneros aceptan un papel de oposición obrera arrastrando detrás de sí a su
parte (no peronista) de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), secretaría Michelli, como los gordos arrastrarán a la oficialista CTA, secretaría Hugo Yasky.
El nuevo pluralismo estuvo presente en el acto: participaron contingentes dirigidos por Víctor de Gennaro, ligado a la Iglesia católica, además de la Corriente Clasista y Combativa, maoísta y ex kirchnerista. También asistieron fuertes columnas del sindicalismo democrático, influenciado por el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), y militantes de muchas organizaciones de izquierda, tanto de origen peronista como de la izquierda anticapitalista no partidaria.
La coparticipación en un solo acto y la lucha que acaban de dar estos sectores y el moyanismo por metas comunes, ayudará al FIT, o a la parte menos sectaria del mismo, a romper sus prejuicios antiperonistas y a ser aún más eficaz en su trabajo sindical democratizador, junto a tendencias combativas no socialistas, como la Juventud Sindical, sobre todo en los sindicatos de los gordos y los independientes
, que se identificarán con el gobierno y reprimirán, junto con éste, a todos sus opositores (tanto a los del FIT como a los moyanistas).
La diferenciación en el acto entre Facundo Moyano, secretario de la Juventud Sindical, y su hermano Pablo, de Camioneros, y la diferenciación política esbozada entre el primero y Hugo Moyano (sobre la necesidad de no poner una barrera contra la juventud cristinista y sí ponerla, en cambio, contra la derecha oligárquica), obligará a la izquierda socialista a no meter a todos los peronistas
en una misma bolsa. En primer lugar, porque si el kirchnerismo, por razones sociológicas e ideológicas, no era ya el peronismo de Perón, el cristinismo –que prescinde de la CGT y del PJ– crea aún más contradicciones y grietas en el aparato gobernante, que habrá que saber aprovechar políticamente.
La izquierda socialista, que menosprecia los programas de Huerta Grande y La Falda, podría aprender a romper la actual dicotomía de su accionar entre el mero sindicalismo clasista y su propaganda socialista revolucionaria abstracta, y a poner los pies sobre la tierra de las reivindicaciones transitorias, nacionales y democráticas, capaces de ayudar a crear un pensamiento clasista, solidario, anticapitalista revolucionario. En efecto, si pudo hacer una acción en común con Hugo Moyano, quizás podrá hacerla con Facundo Moyano y su Juventud Sindical, tan despreciada hasta hoy.
Es indudable que las reivindicaciones del acto son insuficientes. Hay que agregarles la lucha por elevar el nivel de ingreso de 80 por ciento de trabajadores en nómina que no pagan impuestos porque ganan menos que la canasta familiar. Hay que cerrar, en efecto, el abanico salarial, pero no bajando la varilla de los obreros ricos
a los que apunta el gobierno, sino subiendo la inferior para disminuir las diferencias salariales que existen entre los especializados y los demás. Hay que acabar con los impuestos indirectos e imponer un gravamen directo a las ganancias de las grandes empresas, los soyeros y los bancos. Hay que elaborar un plan obrero y nacional para hacer frente a la crisis mundial y defender el mercado interno. De hecho, todo eso se planteará en las fábricas como conclusión del acto del día 27, porque el gobierno ha sufrido un fuerte golpe en su prestigio y en su capacidad de iniciativa; ha sido desafiado desde el frente obrero sin que la derecha oligárquica pudiese sacar de eso ningún provecho y aparece débil ante los gobernadores y alcaldes que se inclinan siempre por el que podría darles más ventajas. Moyano difícilmente puede llegar a un acuerdo duradero con el peronismo de derecha y, al mismo tiempo, radicalizar su política obrera para resistir al gobierno.
Eso abre un proceso de crisis tanto en el cristinismo como en las alianzas moyanistas actuales. Veremos, por tanto, toda clase de emigraciones de caudillos y de mezclas políticas inestables. Por último, el líder camionero convocó a un acto masivo para enfrentar al gobierno, pero terminó pidiendo que lo convoquen a discutir, que sean pluralistas. Como decía la poesía satírica “Caló el chapeu, echó su manto al hombro, requirió la espada… Fuese y no hubo nada”. Por tanto, hay margen in extremis para la reconciliación. Todo depende del miedo que tenga la presidenta.