Perder el poder y el partido
os cuatro candidatos a la Presidencia de la República estamparon sus firmas en solemne documento. Se comprometieron a cumplir lo que dicta la ley. Y un suspiro de alivio ahogó las carcajadas a las que invitaba la involuntaria ironía. Menos mal.
Todo parece indicar que hoy votará un elevado porcentaje de los ciudadanos que integran la lista nominal de electores. 79 millones 454 mil 802 mexicanos aparecen en las listas distribuidas en 143 mil 151 casillas, donde un millónes 2 mil 57 ciudadanos integran las mesas directivas. Elecciones federales de presidente de la República, 500 diputados y 128 senadores del Congreso de la Unión, así como elección de gobernadores en seis estados: Chiapas, Guanajuato, Jalisco, Morelos, Tabasco y Yucatán, y un jefe de Gobierno del Distrito Federal; 579 diputados locales, 876 ayuntamientos, 16 jefes delegacionales y 20 juntas municipales: 2 mil 127 cargos de elección popular en juego.
Y algo más de un millón de representantes de los partidos políticos y candidatos, así como miles de observadores, mexicanos y del extranjero, se suman al ejército de los insaculados para que el azar tuviera su intervención inicial en esta jornada. Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri rubricaron el compromiso de cumplir con la ley. Lo otro: inconformarse, lamentarse, enfurecerse y manifestar su desacuerdo con el resultado, ni con un juramento ante todos los fetiches, ídolos, iconos y dioses. De todos modos, menos mal que firmaron y calmaron los nervios de la gente de bien y de los desconfiados o realistas en extremo que tiemblan ante los amagos de López Obrador. Fiel al estilo, a la reafirmación de que es el pueblo el único que decide quién ganó.
El documento de las cuatro firmas en el IFE quedará para los coleccionistas de ensalmos y exvotos. Los votos de hoy se van a contar y van a contar. En cuanto se anuncien los números del conteo rápido y se den a conocer los resultados del PREP, se acabaron los dimes y diretes en torno a las encuestas y los augurios triunfalistas o pesimistas. El día en que el tribunal resuelva las quejas e impugnaciones, dicte sentencia: se acabó el cuento. Como en los palenques: ¡Este ganó y este perdió! Mañana lunes empiezan las labores de auténtica reflexión en los partidos políticos y entre quienes se ocupan de la cosa pública. Llegó la hora de resolver el rumbo del poder constituido y responder al envilecimiento del discurso político, el desprestigio de los partidos y el desprecio manifiesto por la clase política en estos años de transición sin rumbo.
Pero hoy es día del sufragio efectivo, de la democracia formal tanto tiempo pospuesta a nombre de la democracia real. Con el voto mayoritario hay que dar el mandato de la reforma política, la reforma de estado, que no se agota en la alternancia, que exige reconocer la urgencia del cambio de régimen; reconocer que la erosión de la confianza de los ciudadanos en sus dirigentes y las instituciones políticas demanda ir más allá de lo electoral; aceptar que la democracia sin adjetivos ha sido confiscada por los dueños del dinero y del poder mediático; que la legitimación de los gobernantes por el voto popular está ligada al desafío ciudadano, a la expresión del desacuerdo con el poder constituido y los poderes reales, el dinero, la Iglesia, el Ejército, así como el poder mediático del ágora electrónica y el salón de espejos de las redes sociales.
Antes de anticipar las respuestas de las izquierdas y la derecha confesional, del sueño imposible de restauración del priato y su cesarismo sexenal, hay que reconocer que en la democracia electoral, como en cualquier otro sistema, hay una tensión contestataria que se agrava con la corrupción. El poder corrompe. La experiencia nos ha enseñado que el mal mayor no está en que corrompa a un individuo, sino en que éste corrompa las instituciones del poder. En El espíritu de las leyes, dice Montesquieu: Es experiencia eterna que todo hombre que tiene poder es movido a abusar de él; va hasta donde encuentra sus límites. ¡Quién lo diría! La virtud misma necesita límites. Para que no se pueda abusar del poder se requiere que, por disposición de las cosas, el poder detenga al poder
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Los pesos y contrapesos de los que hablan Madison y Hamilton en Los papeles del federalista. Los de la división de poderes que fijaron nuestros constituyentes y que resurgieron al desmoronarse el centralismo presidencial de poderes metaconstitucionales
. La derecha vino y se va entre balbuceos de incontinencia verbal de Vicente Fox y el fiasco del calderonismo. Pero el vuelco finisecular cambió radicalmente el ámbito de los poderes constituidos. A pesar de sí mismos, los de la transición en presente continuo, dan vueltas a la noria en otro sitio. La ensoñadora designación de Felipe Calderón como procurador general de la República de Josefina Vázquez Mota, no ofende a la investidura presidencial
, como dijeron los más papistas que el Papa: cierra el círculo de La Profesa a Los Pinos; reformula la advertencia de Ganar el poder y perder el partido
que hiciera Carlos Castillo Peraza. Hoy pierden el poder y están a punto de perder el partido.
Hoy enfrenta Andrés Manuel López Obrador el dilema del alquimista. En política, decía Lyndon Johnson, lo importante es saber contar. Hoy sabrá si cuenta con los votos necesarios para alcanzar la mayoría que otorga el mandato popular y deposita en un solo individuo el Supremo Poder Ejecutivo de la Unión. No son las cuentas del Gran Capitán. Ni cuentas alegres de feligreses del gran movimiento social que conduce. La ley electoral vigente prevé el recuento voto por voto, casilla por casilla; demanda que hace seis años lo llevó a erigirse presidente legítimo y a la proeza del recorrido por todos los municipios de la geografía nacional. Hoy votarán entre 40 y 50 millones de mexicanos. Hoy, sin contar con operadores de un aparato político, no habrá milagro. De ser así, lo deseable es que se pierda el poder y no el futuro de la izquierda.
Hoy habrá contado Enrique Peña Nieto con la mayoría de los sufragios. Y mañana tendrá que empezar la reforma del Estado, así con mayúscula; tendrá que detallar la forma y alcances de su propuesta para capitalizar Pemex y no alentar el descontento y la duda ante el manoseo de la privatización
; asunto imposible, además, sin haber llevado a cabo una reforma hacendaria, una profunda modificación tributaria, no sólo para cambiar el régimen fiscal de Pemex, sino para instaurar impuestos progresivos, que pague más quien más gane. Y algo más: que compense a los ingresos públicos lo que dejaría de recaudar del petróleo.
Hoy votamos. Y ahí queda el reto de la violencia, de los muertos y desparecidos en la guerra sin fin, en la que el Estado no puede rendirse. Pero si resolver. Es un problema de salud, social y de policía. Hay que distinguir entre seguridad nacional y seguridad pública: atender a ésta última es competencia de las autoridades civiles.
Las agresiones a Carlos Marín y Ricardo Alemán siembran tolerancia donde hay más de cincuenta periodistas asesinados. ¡Y a nombre de la democracia! Si de mí dependiera decidir entre tener un gobierno sin periódicos o periódicos sin un gobierno, no dudaría un instante en preferir esto último
: Thomas Jefferson.
Habrá que definir entre hoy y el 1º de diciembre lo que dedicamos del PIB a la educación, la ciencia y la cultura. De otro modo, la era del conocimiento será para nosotros la del oscurantismo.