or qué un general con más batallas que estudios vio en la educación, el arte y la cultura una plataforma para el desarrollo y nuestros políticos con muchos más estudios que el sonorense Álvaro Obregón no lo han visto así?
Lo mejor del caso es que esa visión de Estado, esa apuesta política con profundo carácter social funcionó y muy bien en un México empobrecido por la guerra. Cohesionó al país, reconstruyó el tejido social, generó empleos y le dio al Estado mexicano una presencia que ninguna otra dependencia gubernamental le podía dar. En lugares tan apartados donde no había siquiera agua potable ni servicios básicos de salud, había maestros y esa especie de extensionistas que apoyaron a Vasconcelos en su lucha por la alfabetización y la lectura y que no eran otros que maestros en sus tiempos libres y los alumnos más aventajados que decidieron sumarse a esa cruzada.
Más aún: las ondas expansivas de aquella apuesta por la educación, el arte y la cultura aún nos siguen beneficiando. Los murales de Diego Rivera, por ejemplo pintados a instancias de Vasconcelos, continúan su tarea educadora y se han convertido, incluso, en atractivos puntos turísticos que generan dividendos. Los incrédulos pueden consultar las entradas al MoMA de la más reciente exposición de Diego Rivera en Nueva York para que vean que los monigotes
como peyorativamente algunos han llamado a sus murales, siguen provocando gran interés… y divisas. Sólo un dato: mil mexicanos se hicieron amigos del MoMA, dando su respectiva cuota, cautivados por el genio de Rivera mostrado en la exposición.
¿Por qué la mayor parte de nuestra clase política formada en las mejores universidades nacionales y extranjeras no ha visto esa verdad de Perogrullo? ¿Qué les impide ver que invertir en ciencia, arte, educación, cultura es plataforma para el desarrollo?
Algunos dicen que nuestros políticos no han vislumbrado esa verdad de oro porque no existe un Vasconcelos que se las haga ver. Y es cierto que no existe otro Vasconcelos pero han existido y existen otros intelectuales de acción y reflexión como el autor del Ulises criollo, que han insistido sobre la necesidad de invertir en la cultura como una prioridad del país.
Pienso en Octavio Paz, en Carlos Monsiváis y en Elena Poniatowska por mencionar algunos. Y lo han hecho, debo subrayarlo, de manera desinteresada. A Paz, Carlos Salinas le ofreció crear una secretaría de cultura, hacerlo secretario y no aceptó; a Monsiváis lo cortejaron gobiernos priístas y panistas para incluirlo en sus nóminas pero desoyó ese canto de las sirenas porque Carlos quería que lo escucharan no que lo contrataran. Y más recientemente Elena Poniatowska ha dejado en claro que aunque el movimiento de López Obrador la quiere como secretaria de cultura en caso de ganar las elecciones, ella no se imagina en ese lugar.
Ahora que se acercan los comicios presidenciales convendría que gane el candidato que gane considere a la educación, al arte y la cultura como una prioridad de gobierno: como un asunto básico de la seguridad nacional y como una plataforma, la única, capaz de generar riqueza de manera lícita. ¿No es eso lo que requiere el país?
Sólo la educación, el arte y la cultura pueden regenerar el tejido social destruido por el crimen organizado, combatir la violencia sin derramamiento de sangre, generar empleos y formar una sociedad del conocimiento, la mejor herramienta para competir en un mundo cada vez más globalizado.
De no ser así prolongaremos una década de sueños guajiros que confundieron la eficacia administrativa con la numerología, la pachanga cohetera y con matracas con la inversión cultural y el desarrollo educativo con la tecnología.
No más computadoras para todos cuando no todos tienen agua ni energía eléctrica. No más megabibliotecas para que terminen siendo monumentales cibercafés. No más supersueldazos a los funcionarios de cultura como si fueran Dios Padre porque además Dios Padre, dice Elena Poniatowska, no cobra.