Sábado 23 de junio de 2012, p. a16
El consenso es aplastante: Riley Ben King toca la guitarra como los mismísimos dioses
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Lo dijeron Jimi Hendrix y Stevie Ray Vaughan y otros idus de marzo y abril y todos los meses y los años y lo dicen Ron Wood y Keith Richards y Eric Clapton y todos los dioses del Olimpo de la guitarra rock que explica sus prodigios por haber amamantado de la ubre nutricia y única: el blues, blús, bluuuusss.
¿Cuál es el secreto de la inmortalidad de este hombre que apenas tiene 86 años?
El mayor de ellos consiste en que no posee uno sino mil secretos: a saucerful of secrets (un platillo de secretos) como indica el título de una pieza maestra de Pink Floyd (grupo de maestros a su vez que amamantan en la cultura blues).
Enumeremos algunos, aunque casi todos son secretos a voces: en primer lugar, como a él mismo le gusta enorgullecerse: es de Mississippi, hijo de un matrimonio roto, trasterrado hacia y desde los oprobiosos plantíos de algodón; sobrino de un pastor que tocaba la guitarra como oveja descarriada; también, sobrino de un campeón mundial de peso welter: Sonny Liston. Cada episodio de su larga vida es un eslabón que confirma su peso específico, aunado a su volumen físico: he aquí a un personaje de leyenda.
Su secreto mayor, los ingredientes con los cuales cocina magia: supo entender el lado oscuro y untarlo sobre el lado brillante del sonido inconfundible de T-Bone Walker, ese blusero de rompe y rasga, es decir: blusero de cepa, y supo confundirlos, en un melt pot incandescente, con los efluvios burbujeantes del sonido que inventó otro icono de color oscuro, relámpagos su emblema: Django Reinhardt. El resultante: una música de la más pura raigambre bluesera que posee, al mismo tiempo, un no sé qué y se aproxima a territorios más digeribles. La potencia de su prestigio habla sola.
Pero eso no es todo: como pocos y muchas veces como nadie, sabe preparar una mezcla explosiva de rhythm and blues y el estilo Delta del Mississipi en un compás incesante, cuasi percusivo, taladro de flor de azucena y la magia se vuelve prestidigitación: de pronto entre sus cuerdas surge una segunda voz que enfatiza las notas haciéndolas elásticas, estirándolas, tirándolas al piso y recogiéndolas para lanzarlas hasta el cielo, en un efecto de deslizamiento progidioso que deja a todos, nos deja, atónitos, enhiestos, con dirección al firmamento.
Estamos hablando del señor Riley Ben King, quien luego de trabajar en sus primeras juventudes (hoy vive su octava juventud, a sus 86 añitos) domo DJ, adoptó como nombre artístico B.B. King pero dejó atrás la primera B con punto (B.) de su nombre original: Riley B. King, Riley Ben King, para abrir paso al automote Blues Boy: B.B., y como tal acaba de lanzar al mercado, a sus 86 años, un nuevo disco, que aunque no contiene composiciones nuevas, mantiene el atractivo de su toque guitarrístico de magia, cantilación y ensalmo.
B.B. King Live at the Royal Albert Hall 2011 se titula el disco y es doble: uno con audio y el otro con el concierto filmado para dvd, luciendo invitados de lujo: Susan Tedeschi, Derek Trucks, Ron Wood (neoSatanísima Majestad), Mick Hucknall (cantante muy compuesto de Simple Red) y el mismísimo Slash. Con su participación, todos ellos confirman su raigambre: el noble blues.
Entre los bonus tracks, una entrevista con el Be.bé. de 86 años, donde repite la historia de cuando tocaba en un pueblo de Arkansas, 1949, mientras dos hombres se peleaban por una empleada del antrito y en su revolcarse provocaron sin querer un incendio que hizo salir a todos en estampida incluyéndome a mí
, dice King, pero regresó a rescatar su guitarra entre las llamas y desde entonces a todas (las guitarras) las llama Lucille.
Lo que no quizo recordar en esa entrevista el Be.Bé. Rey es cuando regaló una de sus hermosas Lucille al Papa hoy beatificado, para vergüenza de media humanidad y beneplácito de la otra (de la otra mitad de humanidad, no de la otra Lucille).
Lo que siempre resulta inolvidable es escuchar en un concierto en vivo a B.B. King, aunque se la pase platicando y cada vez toque menos. Pero eso sí, como dicen ahora todos, aunque lo haga sólo unos minutos ya, toca la guitarra como los mismísimos dioses.
Larga vida a B.B. King.