uando este artículo llegue a sus manos, Grecia habrá acabado de votar, al igual que Francia. En ambos países muy posiblemente ganarán las elecciones sendos grupos de centroizquierda. Pero mientras el centroizquierda francés, con eje en el Partido Socialista y en los ecologistas, busca salvar el euro y la Unión Europea, que es en realidad la unión de los capitales financieros, y propone apenas algunas tibias medidas para paliar la protesta popular y los peores efectos de la crisis del capitalismo sobre el pueblo francés, el centroizquierda helénico propone en cambio medidas radicales (auditoría de la deuda externa, para pagar sólo lo legítimo; nacionalización del sistema bancario; moratoria inmediata del pago de la deuda), que esencialmente están dirigidas contra el capital financiero internacional y el gran capital europeo, y en particular el griego (como los armadores).
En Francia, el Partido Socialista, aprovechando un sistema electoral que quita representación a las minorías, obtendrá casi seguramente la mayoría absoluta en el Parlamento, en el cual los neofascistas del Frente Nacional, absorbiendo votos del sarkozismo, entrarán tras 24 años de ausencia pero en pequeño número, al igual que los militantes del Frente de Izquierda. Pero queda el hecho de que la derecha, sumando todas sus fuerzas (los partidos gaullistas, conservadores, de centroderecha y el Frente Nacional) sigue siendo mayoritaria y el centroizquierda ganó sólo gracias a la división entre la derecha y la ultraderecha fascistoide pero, una vez en el gobierno, se dividirá sobre la base de las políticas energéticas y ambientalistas (entre los socialistas productivistas, por un lado, y los verdes, por el otro) y sobre la base de las políticas sociales y de la política exterior, que seguirá siendo atlantista e imperialista (entre los socialistas que gobernarán y, en la sociedad, los sindicatos, los partidarios del Frente de Izquierda y la extrema izquierda).
Ahora bien, la derecha conservadora, como en los años 30 del siglo pasado, se fusiona cada vez más con los fascistas, mientras la izquierda radical también crece y no confía en François Hollande (el Frente de Izquierda pasó de 4 por ciento a 11 por ciento en el primer turno de las elecciones presidenciales y tiene mucho mayor peso en las luchas sindicales y en las ocupaciones de fábricas). Un gobierno reformista y democrático muy tibio, en un país conservador y sin grandes movimientos sociales, deberá enfrentar así la radicalización y la polarización del país, estimulada sobre todo por el derrumbe del euro y de la Unión Europea. El eje de ésta –la alianza entre Francia y Alemania– es frágil. Esa fragilidad se comunicará al resto de los países e Italia, España, Irlanda y Portugal se deslizan ya hacia un desenlace griego
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En Francia han aparecido ya fábricas de 3 mil 500 obreros ocupadas por éstos durante un mes y resurgieron las manifestaciones combativas. La crisis movilizará a la vez a sectores obreros y populares y a sectores racistas, fascistas. Puesto que la izquierda no tiene ya, como en el siglo pasado, un modelo
aparentemente socialista (la Unión Soviética) y la derecha carece de los puntos de apoyo que le daban Mussolini y el nazismo, el proceso será tortuoso y confuso. Pero en los momentos de crisis los elementos sociales tienden a decantarse por su peso clasista, de modo que entraremos en un proceso donde la crisis económica y la política se entrelazarán y alimentarán mutuamente y, por lo tanto, pueden esperarse convulsiones sociales y golpes de escena.
De ahí la importancia que adquiere un pequeño país como Grecia, de sólo 11 millones de habitantes y que representa apenas 2 por ciento del PIB europeo. La deuda externa griega, de 450 mil millones de dólares, es tres veces superior a la deuda argentina en 2001, y la desocupación llega a 22 por ciento, y supera 50 por ciento en el caso de los jóvenes. La moratoria y el no pago de esa deuda a los usureros alemanes y franceses agravarían la crisis financiera europea. Grecia está ya pagando al contado sus importaciones de alimentos y combustibles, pues no los produce. Si su nuevo gobierno aplicase el programa de Syriza, que muy posiblemente ganará las elecciones (le calculan un 30 por ciento de los votos), la derecha internacional buscará un bloqueo inmediato y, casi seguramente, un golpe militar.
Syriza es un frente, nacido de un Partido Comunista del interior
que creó el frente Synaspismos, el cual se amplió posteriormente con trotskistas, maoístas y ex militantes del Pasok socialista. Agrupa la parte más numerosa y militante de la juventud obrera y popular del país pero no es políticamente homogéneo, aunque sí es democrático en su vida interna y carece de cuadros formados. La extrema derecha, por su parte, sigue influyendo en las fuerzas armadas y policiales y la derecha tiene lazos estrechos con el capital financiero internacional. Estados Unidos, además, amenaza a Grecia con la potencia de Turquía. La situación, pues, es complicada, y un desenlace positivo depende sólo de la fuerza y organización de los trabajadores. Éstos, que tienen una larga tradición combativa, ocuparon e hicieron funcionar diarios, hospitales, fábricas, talleres, como hace diez años en Argentina.
Es más que probable que Syriza absorba casi la mitad de los votantes del sectario y estalinista Partido Comunista KKE, más una parte importante de los votos del Pasok e incluso casi un tercio de los votos de protesta que habían ido a los partidos nacionalistas de extrema derecha pero que ahora se alejan de ellos. Podría así lograr mayoría en el Parlamento y gobernar, pero debería enfrentarse a la tarea de organizar un poder popular que le permita aplicar su programa.
Su deseo de permanecer en el euro le será negado por la Unión Europea y el capital financiero. Quedará, por lo tanto, sólo un camino: nacionalizar, planificar los recursos y la producción, cambiar las bases de la economía y de la sociedad. Eso sería un ejemplo que el gran capital se esforzará por impedir y que todos los demócratas del mundo, por el contrario, debemos sostener y hacer posible.