egún lo descubrió Prometeo, eso de retar a los dioses puede traer consecuencias muy dolorosas. En Prometeo, la película, varios personajes pagarán el precio de sentirse creadores. Como ya lo ha aclarado su propio director, Ridley Scott, no se trata tanto de una precuela de Alien, el octavo pasajero, sino de una propuesta diferente que se lleva a cabo en el mismo hábitat hostil de la exitosa serie y que, de alguna manera, anticipa las condiciones para la creación del temible monstruo.
Prometeo inicia con grandes ambiciones. En el críptico prólogo, un demiurgo (¿o superhombre?) se sacrifica con el fin de dar origen a varias especies. En la siguiente secuencia, dos arqueólogos, Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) y su pare- ja Charlie Holloway (Logan Marshall-Green), descubren en 2093 una cueva en una isla escocesa, decorada con pinturas rupestres, en las que una figura humana señala varios círculos. Resulta que estas coinciden con elementos gráficos hallados en otras ruinas arqueológicas de todo el mundo; la posición de los círculos representa la exacta alineación de unos planetas en una galaxia muy, muy lejana. Shaw deduce que en uno de ellos radica el origen de la humanidad.
Así inicia un viaje espacial en la nave epónima, financiado por la poderosa compañía Weyland y comandado por una gélida ejecutiva, Meredith Vickers (Charlize Theron en modo canino), cuyo objetivo no es precisamente científico. De una tripulación de 17 miembros, el más importante es David (Michael Fassbender), un perfeccionado androide que ha modelado su conducta imitando al T. H. Lawrence interpretado por Peter O’Toole. Desde luego, la llegada al destino será el principio de una serie de catástrofes.
De repente, Prometeo abandona sus meditaciones cósmicas, teológicas y creacionistas. Los guionistas Jon Spaihts y Damon Lindelof (uno de los autores de la serie Lost) han acudido a influencias que mezclan a Nietszche, Lovecraft y hasta Erich Von Daniken, sólo para urdir el violento encuentro entre los exploradores y sus posibles creadores. Por su parte, el ya septuagenario realizador parece haber despertado del letargo que produjo ese Robin Hood tan soso y desangelado. Después de conseguir secuencias de elaborada elegancia y espectacular composición, Scott se divierte escenificando momentos cada vez más delirantes que, desde luego, mantienen su parentesco con el linaje Alien.
Shaw resultará una imbatible heroína en el molde de Ripley. David continuará la línea de androides de motivaciones ambiguas, aunque también lleva rasgos de replicante (su relación con el magnate Weyland recuerda a la de Roy Batty con Tyrell en Blade Runner). La corporación privada nuevamente aparece como una entidad maligna, interesada sólo en su propio beneficio. No hay un equivalente de la escalofriante secuencia en que un alien bebé estalla desde las vísceras de su víctima, pero sí hay una cesárea autoinducida susceptible de traumar a cualquier mujer embarazada. Y no podría faltar una ilustración de cómo surgió el prototipo del alien, con todo y su dentadura retractable.
Varios videos suplementarios, que se pueden ver por Internet, refuerzan la idea de que Prometeo apuntaba a muchas direcciones más complejas, como un esquizofrénico con el ADN cruzado. Si Alien era una película de horror disfrazada de ciencia-ficción, esta insinuaba en sus inicios una línea reflexiva de ciencia-ficción; después se arrepiente y acaba en un entretenido ejercicio gore con monstruos de diferentes tamaños y sabores, incluyendo un chipirón asesino. Uno imagina a Scott y sus colaboradores diciendo: Tenemos una premisa final que no tiene sentido. ¿Qué tal si nos dejamos de disquisiciones filosóficas y echamos desmadre?
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Prometeo (Prometheus)
D: Ridley Scott/ G: Jon Spaihts, Damon Lindelof, basado en elementos creados por Dan O’Bannon y Ronald Shussett/ F. en C: Dariusz Wolski/ M: Marc Streitenfeld/ Ed: Pietro Scalia/ Con: Noomi Rapace, Michael Fassbender, Charlize Theron, Idris Elba, Guy Pearce/ P: Scott Free, Dune Entertainment, Brandywine Productions. EU; 2012.
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