uien diga que la tendencia del voto evangélico será abrumadora en favor de alguno de los candidatos desconoce las complejidades y diversidad de la población protestante en México. Estamos hablando de más o menos 10 por ciento de los habitantes del país, y posiblemente de entre 5 y 6 por ciento del total de quienes emitirán su voto en las elecciones presidenciales del próximo 1º de julio.
El peso demográfico de los evangélicos en México es contrastante. Es notable en estados como Chiapas (24.5 por ciento), Tabasco (22.2), Campeche (18.2), Quintana Roo (16.2) y Yucatán (11.6). Su presencia en lo que Carlos Monsiváis llamó El Cinturón del Rosario
, las entidades del Bajío y occidente, es débil, más o menos 10 veces menos que en Chiapas.
La búsqueda abierta y constante del pueblo evangélico por los candidatos a la Presidencia de la República se inició en las elecciones de 2000. Quien más apuntó a ese colectivo fue Vicente Fox. Con promesas y ofrecimientos se hizo de cabilderos entre algunos líderes evangélicos del país. Alguno de ellos incluso comunicaba que estaría al frente de la dirección de asuntos religiosos o, por lo menos, en el Congreso, como senador o diputado. Si ese anzuelo fue lanzado por Fox, al otro día de ganar las elecciones lo dejó abandonado en el fondo de las aguas.
Seis años después, en las agitadas elecciones de 2006, el sector evangélico –tal vez sea mejor escribir neoevangélico y/o posevangélico– que tuvo más activismo electoral fue el que quiso ver en Felipe Calderón una especie de ungido para encabezar el gobierno de la nación. Incurrieron en francos excesos, incluso al propagar la idea de que Calderón estaba dejando el catolicismo romano y leía asiduamente la Biblia. La punta de lanza de tal aseveración fue la agrupación Casa sobre la Roca, que se presenta como asociación civil cuando en realidad es una asociación religiosa. Al hacerse el calderonismo de la Presidencia de la República, en cuestionadísimas elecciones, el grupo evangélico/posevangélico que lo apoyó tuvo una accidentada escisión y los antes unidos en la causa se transformaron en acérrimos enemigos.
En los procesos electorales de 2000 y 2006 hubo liderazgos evangélicos nacionales y regionales que favorecieron decididamente a candidatos que no fueran del Partido Acción Nacional (PAN). Los más organizados, en lo que podemos llamar la izquierda evangélica, fueron grupos que se caracterizan por tener mayor información de los asuntos públicos y una posición en favor de la democratización de las estructuras del poder. Estos núcleos hicieron campaña en favor de Cuauhtémoc Cárdenas en 2000, y de Andrés Manuel López Obrador en 2006.
Con más recursos a su disposición, en los espacios identitarios vinculados al neoevangelicalismo es donde las movilizaciones en favor de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, han trascendido a los medios informativos. Sus partidarios la presentan como la opción más cercana a los intereses de quienes buscan la transformación espiritual de México. Argumentan que hay coincidencias de valores éticos con la propuesta panista. No se dan cuenta, por ingenuidad, desconocimiento de los postulados históricos y teológicos del protestantismo, o bien por simple pragmatismo en la obtención de posiciones político/partidistas, que se están plegando a una agenda bien diseñada desde el conservadurismo católico que busca minar las bases del Estado laico.
A diferencia de otros países, donde el protestantismo ha logrado construir entidades representativas amplias que tienen cierto nivel de interlocución con los gobiernos, partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil, en México no hay un organismo que pueda tener en su seno a la mayoría de las denominaciones evangélicas y que exprese la visión, necesariamente plural, del conglomerado diverso que son las iglesias de esta confesión.
En la presente coyuntura electoral es la población evangélica más joven, y con estudios universitarios, la que evidencia creatividad en las redes sociales para argumentar en favor de uno de los candidatos, Andrés Manuel López Obrador. Hace llamados a ejercer el postulado protestante del libre examen, a no dejarse cautivar por posibles compromisos contraídos por algunos liderazgos con los candidatos de las otras opciones partidistas, y desenmascarar discursos religiosos que encubren intereses bien identificados. No falta la posición crítica hacia el candidato de su preferencia, pero consideran que en los tiempos de crisis que vive el país la propuesta lopezobradorista es la mejor para que haya paz y justicia en México.
Concluimos como iniciamos: la naturaleza diversa del universo evangélico mexicano dificulta en extremo un voto corporativista. En su interior se expresan preferencias por los tres candidatos y la candidata a la Presidencia de la nación. Por más que algunos liderazgos fugaces salgan a declarar que los protestantes se volcarán en masa para favorecer cierta candidatura, lo cierto es que tal expresión es más un deseo personal que reflejo de la realidad. Lo responsable es defender una opción, exponer argumentos, buscar persuadir a los otros y otras, pero no chantajear con palabrería dizque espiritual que busca amedrentar. Tampoco se vale hacer uso faccioso de las predicaciones manipuladoras, llenas de citas bíblicas totalmente descontextualizadas.