e sientan junto a la puerta de sus pequeños establecimientos para leer el periódico a media mañana. Así esperan a los clientes. Tienen motivos particulares para seguir fieles a la letra impresa en rotativa, la que mancha las yemas, aunque no pongan reparo en usar la Red para descargar modelos o divulgar sus logros con la comunidad interesada, los colegas, pero también criminólogos, forenses y artistas. Pero como los escritores, los decoradores de cuerpos son adictos a la tinta, y nunca se curan.
Pacientes y meticulosos, leen con orden las noticias. Sorben de la taza el café de cada día, consideran, disienten, ironizan, comentan para sí, reaccionan de distintas maneras. Pasan rápido las secciones de negocios, eso seguro, pero en otras se demoran. En las caricaturas.
En otro tiempo poca gente se pintaba la epidermis. Los marinos (sirenas, anclas, mascarones de proa), los guerreros maoríes o nubios (con sus cicatrices simétricas), los desertores de la Legión Extranjera, los fanáticos, los proscritos, los enamorados sin remedio. En la actualidad los decoradores de cuerpos gozan de una demanda generalizada. Recurrente, porque la gente vuelve, se puebla de trazos. Cada quién su adicción. Empiezan a extinguirse las generaciones libres de tinta. Hasta las pupilas de colegio de monjas en una escapada capaz que se pintan. Un no sé qué de pecado alienta el recurso, no pocas veces combinado con la perforación.
Cuando salen a la calle para leer los periódicos y beber café, los decoradores de cuerpos llevan lentes oscuros. No es que quieran pasar de incógnitos, sino que se cuidan de los excesos de la luz. Sus ojos necesitan mantenerse precisos, finos, afilados. Son dos sus maldiciones, una la miopía, la otra el mal de Parkinson. Igual que al neurocirujano, en su pulso y la delicadeza de su puntería les va la vida.
Si lo superficial es profundo, los decoradores de cuerpos son decoradores de almas. A ellos acude quien anhela lo indeleble, aspira a rozar la eternidad de la carne. El dolorcillo puntillista, en deuda con Seurat, puede resultar un noviciado terrible, pero hay quien halla en las agujas un inconfesable placer y sí, sobre todo mujeres, alcanzan el orgasmo en medio de lágrimas y en silencio, pues el operador queda fuera de su interior, como el dentista o el peluquero, y cada pellejo es un mundo.
Por eso los decoradores de cuerpos son gente reservada, comprensiva, servicial. Al cliente lo que pida donde lo pida. El silencio hace al monje, como el hábito al asesino. Pero nunca niegan un consejo si se les pide.
Salen a leer el periódico junto a la puerta de su localito para enterarse de lo que les importa, y de lo que no. Miran pasar transeúntes, carros. Siguen aprendiendo a suspirar. Entrecierran los párpados, imaginan combinaciones de grecas y figuras. Retratistas de la ilusión como los antiguos fotógrafos de estudio, recorren con la vista en la intemperie superficies corporales y pliegues de desconocidos con algo de nostalgia suspendida en el aire.
Buenas, les llega un cliente; si nuevo, reticente e inseguro, si experimentado, ansioso por comenzar. Unos ya saben lo que quieren, otros apenas lo van a averiguar. Se quitan los lentes oscuros y escuchan con atención intuitiva lo que se pide de ellos. ¿Aquí? Ajá. ¿Esto? Sí. Y esto. ¿seguro? Son gente así, no sé si me explico. Gente así.
Habrá quien prefiera el corte inmediato, con su dosis de dolor y sangre ajena, pero además de cruel, el procedimiento es pasajero, perecedero. Los vampiros están de moda más que siempre, pero aún así nadie se atreve, o se atreve poco, o está en la cárcel. (Sin contar a los descuartizadores, que andan desatados pero pertenecen a otra república imaginaria). No son paraísos equívocos los que ofrecen los decoradores de cuerpos. El suyo es un servicio serio, profesional y artístico, real como todas las verdaderas libertades.
¿Qué te gusta de la piel lacerada?, se preguntan al paso del tiempo los decoradores de cuerpos, que también tienen vida. ¿Las cicatrices? ¿La marca? ¿Qué es lo que lames cuando la besas? ¿Cuándo la muerdes? Saben que el tatuaje es muchas cosas: una declaración, un adorno, una protesta, un error, una obra de arte. Pero no olvidan que en el origen fue una herida. Una herida pintada.