n la etapa, la inercia del consenso político prefabricado y del borrón y cuenta nueva que quiso imponer el bloque dominante vía campañas de saturación mediática desde principios de 2006, hace aguas. La verdad monolítica, de estirpe maniquea y guerrerista que ha buscado implantar Felipe Calderón, también. El terrorismo de Estado pro oligárquico no logró el silenciamiento social. Los agentes del poder violento que mediante el caos, la tortura sistemática, la desaparición forzada y la ejecución sumaria extrajudicial quisieron lograr la sumisión y la parálisis de la sociedad gobernada –bajo la fachada de una guerra a las drogas
– fracasaron. También los papagayos y cagatintas de los medios, asalariados del poder real, y reproductores de la verdad oficial
y la ideología dominante.
La puntería del movimiento estudiantil #YoSoy132, con su exigencia de juicio político a Calderón, Enrique Peña Nieto y Elba Esther Gordillo, volvió a exhibir al régimen autoritario encarnado por los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, en tránsito hacia un pretendido Estado policial de tipo concentracionario. También fue certero el señalamiento del duopolio de la televisión (Televisa y Tv Azteca), como los principales instrumentos para la manipulación sicológica de la sociedad. Y si el despertar estudiantil erosionó el mito del candidato invencible y precipitó el regreso a una guerra sucia electoral siempre latente contra el enemigo
a exterminar: Andrés Manuel López Obrador, las revelaciones del diario inglés The Guardian documentan colusiones varias, demuestran que los poderosos nunca pueden dormir tranquilos y dejan entrever fisuras en el bloque dominante.
En un sentido más profundo y difuso, aflora en la coyuntura el movimiento pendular de la guerra a la paz y de la paz a la guerra. Aunque siempre ha estado ahí, de la paz política del falaz discurso massmediático regresamos, a la manera hobbesiana, a una guerra de todos contra todos. Esa que oculta el enfrentamiento entre el poder despótico y las diversas resistencias que se manifiestan en el territorio nacional, desde las autonomías zapatistas en Chiapas, al valle de Juárez, en Chihuahua, pasando por Atenco, Oaxaca, Cherán, la Normal Rural de Ayotzinapa, el territorio sagrado de Wirikuta y otras latitudes del gran camposanto
(Javier Sicilia dixit) en que ha convertido al país Felipe Calderón.
No está de más recordar que la guerra y el terror se diferencian de la política sólo por los medios, pero sin abandonar los fines, que siguen siendo los mismos. Exhaustos de soportar el miedo y el terror de la guerra
de Calderón, para muchos mexicanos las elecciones de julio son una opción para alcanzar una paz política que no se muestra como lo que en verdad es: una tregua. En su esencia finalista, el cambio verdadero
desafía al orden establecido. De allí que los que mandan –los señores del dinero que ejercen el poder real–, recurrirán una y otra vez a la fuerza si sus intereses se ven amenazados.
Como un continumm desde la matanza de Tlatelolco y la guerra sucia de los años setenta, pasando por el cerco militar de aniquilamiento contra el zapatismo en Chiapas, el Estado oligárquico amenazado recurre hoy al terrorismo mediático. Lo hace a través de tres mecanismos diferentes pero complementarios: la manipulación sicológica de las masas a través de la propaganda; el adoctrinamiento sicológico del personal de los órganos coercitivos del Estado y, en un tercer nivel, mediante la selección y preparación de los diferentes cuerpos especializados de la guerra antisubversiva, entre ellas, el adiestramiento específico en las llamadas técnicas de interrogatorio
. El conocido tercer grado
de la Gestapo, es decir, la tortura.
Disociados en apariencia, todos esos mecanismos están presentes en México. Incluida la tortura, y su punto límite, la desaparición de personas. Todos, han sido identificados de alguna manera por los integrantes del movimiento estudiantil #YoSoy132. Los universitarios están haciendo la tarea. Descubrieron que no alcanza el grito indignado, y están intentando comprender la magnitud y la naturaleza del horror; el origen y la naturaleza del discurso que justifica la barbarie, para decodificarlo y desmontarlo. Han identificado los mecanismos de una práctica autoritaria que echa mano de individuos conformados en la llamada personalidad autoritaria, prejuiciosa y conformista, que alude específicamente a una irracional modalidad de manejo de los valores ideológicos, políticos y morales, condicionada social y culturalmente.
La personalidad autoritaria –propia de los torturadores del sistema y de los comunicadores que generan opinión pública
– trabaja para la malformación de la conciencia social. Sobre la base de una profunda desinformación, la manipulación sicológica se encamina siempre hacia la exacerbación de la ambivalencia, en particular en el terreno de los fines y valores que movilizan a la persona. Paralelamente, se les ofrece a los individuos una escala de valores falsa, irracional y prejuiciosa, que logra imponerse en función de la minimizada capacidad crítica de las mayorías y con base en la persistencia propagandística de una versión estereotipada de la realidad.
Como en el torturado y en el entorno de las víctimas de la carnicería calderonista, la guerra sucia mediática electoral busca que el individuo viva en una constante tensión entre el miedo y la resignación. El sujeto queda sometido a un mensaje de doble lazo. De un lado la orden: No te metas
, que busca la intimidación y la parálisis por el terror. Del otro, lo intolerable del horror empuja al compromiso político y ético. El silencio y el olvido son aliados o cómplices del terror. En un país polarizado y torturado, la palabra engendra el esclarecimiento. Horizontalizar el pensamiento crítico genera conciencia social y ayuda a erosionar el voto del miedo. Ese es el gran aporte del movimiento #YoSoy132.