Cuando Héctor García llegó al paraíso
ada más entrañable que la sonrisa traviesa y siempre amorosa del fotógrafo Héctor García. De ahí la gran satisfacción de haber provocado en muchos momentos sus carcajadas y su mirada que iluminó diversos recorridos nocturnos por cabarets, viejas cantinas y muchas fiestas, que pasé al lado de ese incansable pata de perro, que llegó al paraíso varios años antes de su muerte.
Conocí a Héctor García, obviamente, en un coctel. Tengo la certeza de que ocurrió hace casi 20 años, pues en esa ocasión llevaba a mi hijo recién nacido. El fotógrafo se ofreció a darnos un aventón a mi domicilio, en un automóvil muy viejo, que estaba casi desbaratándose en el patio de su casa. Aquella vez estuvimos tomando cervezas hasta la madrugada.
La fascinación de Héctor García por la irreverencia, la locura, lo incorrecto, lo convirtió en cómplice de la revista Generación. Lo mismo ocurrió poco después con su inseparable compañera, María García, y al paso del tiempo también compartimos instantes alucinados con sus hijos Amparo y Héctor.
En La Jornada del pasado domingo se reproduce una crónica de Jaime Whaley de cuando la revista Generación realizó un antihomenaje a Héctor García, en el legendario cabaret Bombay, donde el fotógrafo se sentía como pez en el agua, pues recordaba nostálgico haber llegado a ese sacrosanto lugar cuando aun era adolescente.
Héctor García nos acompañó en el Bombay en varias ocasiones; en una de ellas compartió escenario con dos santones de la contracultura: el poeta beat Lawrence Ferlinghetti y el irredento Juan José Gurrola. También fue en el Bombis donde se montó la exposición fotografía de desnudo Las hijas de Eva, resultado de la última sesión que realizó el maestro antes de que su larga enfermedad le impidiera enfocar de nuevo su lente.
La historia de esa singular jornada fotográfica tiene de punto de partida el cumpleaños 83 de Héctor (2006), quien me pidió de regalo de aniversario que organizara una sesión con unas muchachas. Con la autorización de María y en compañía de su hijo Héctor, llegué una mañana a su casa con cuatro entusiastas amigas (Paula, Tanía, Fabiola y Mariana), que, generosas, se despojaron de sus vestimentas y posaron de manera espontánea en el escenario bucólico de un jardín urbano. Nuestro Premio Nacional ya se encontraba en silla de ruedas; sin embargo, su sonrisa juvenil era radiante y su cámara no dejaba de disparar. Al concluir la sesión dijo sin dudar: ¡Estoy en el paraíso!
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Los años siguientes fueron de deterioro paulatino de su salud. Estuvimos en varias de sus inolvidables fiestas de cumpleaños. Siempre me recibió con gran sonrisa y apretón de manos. Lamento mucho no haber estado presente en varios de los momentos en que fui convocado por María. Ni siquiera fui capaz de entregar el poema que escribí para él y que se publicó en el libro Barbarie, en septiembre del año pasado. Me conformo haberle dado una probada del paraíso, en el que seguramente ahora se encuentra.