Realeza y piedra de escándalo
n principio fundamental del código de conducta no escrito que rige la vida pública de la realeza, es no ser piedra de escándalo y mucho menos en los grandes encuentros de quienes presumen tener sangre azul. Y precisamente ése fue el que se impuso en el Palacio de la Zarzuela, en Madrid, al acordar no asistir a los actos programados para celebrar los 60 años de Isabel II en el trono inglés. El pretexto: el diferendo que ambos países sostienen desde hace 300 años por la ocupación inglesa de Gibraltar. Bueno es señalar que entre los reales invitados los hay con pésima fama, como los reyes de Bahréin, Jordania y Suazilandia que encabezan regímenes impopulares y represivos.
Pero los grandes ausentes son los reyes de España, que recientemente cumplieron 50 años de haber contraído matrimonio. Acordaron no celebrar sus bodas de oro ni en público ni en privado. Motivos sobraron para tal decisión, pero la gota que derramó el vaso fue el viaje de Juan Carlos a África en busca de elefantes. Y, sobre todo, para disfrutar de la compañía de Corina, la mujer 30 años menor que él y que le da amor y placer en la etapa invernal de su vida.
Para los de noble cuna, existe el agravante de que tan grata compañía es de origen plebeyo, aunque ostenta el título de princesa y Altísima Serenísima. Esos títulos los exigió y obtuvo luego de divorciarse de un noble alemán con mucho dinero, pero sin súbditos ni comarca que gobernar.
Abstenerse de celebrar las bodas de oro redujo, además, comentarios en los medios europeos y americanos que, sin embargo, han rememorado los detalles de la exitosa estrategia que en su momento armó la entonces reina Federica de Grecia para casar a su hija mayor, Sofía, con un príncipe. Y lo encontró a la medida: el que después sería designado rey por el dictador Francisco Franco. Y que desde 1976 es el jefe del Estado español.
La ausencia de Juan Carlos y Sofía en el jubileo de Isabel II no empañó esa celebración, la más importante del año para Inglaterra. Pero sí evitó, como decíamos antes, que los medios y la opinión pública se ocuparan todavía más de Juan Carlos, sus andanzas y su familia. Muestra de que el horno no está para pasteles son dos actos recientes: el partido de futbol para definir al ganador de la Copa del Rey, donde la silbatina a la casa real todavía resuena. Y las protestas contra el sucesor de la corona, Felipe, y su esposa Letizia, durante la feria del libro de Madrid.
Y como cereza del pastel, el proceso judicial que enfrenta el yerno del rey por diversos delitos, cometidos supuestamente con el apoyo de su suegro. Indigna a la ciudadanía española el trato de seda que da la justicia a quien acrecentó su fortuna a costa del erario. Y que su esposa y socia en dichas maniobras (la infanta Cristina), no sea tocada ni con el pétalo de un citatorio.