egreso de París, donde permanecí tres semanas con un clima natural perturbado ¿o normal? Frío, viento, lluvia, un día asoleado, estival, y de nuevo, otra larga racha de frío, viento, lluvia; por fin, antes de regresar, tres días continuos de sol, mucha gente por las calles, los restoranes repletos, los parques, los camellones de los bulevares, los muelles del Sena de nuevo habitados por vagabundos, o los del Canal San Martín con parejas en el pasto –abundancia de pastos bien cuidados en la ciudad, verificación comparativa–, flores en profusión y muchísimos niños casi desnudos en sus poussettes. Me entra de repente una enorme nostalgia de mis años de estudiante en la Ciudad Luz, en la década del cincuenta del siglo pasado: antes me conmovían más sus monumentos, por ejemplo el Louvre y Notre Dame, estaban negros de tizne y parecían personajes de novela de folletín.
Salí para París justo el 6 de mayo, día en que se celebraron las elecciones francesas y nuestro desabrido debate nacional, exhibido en los televisores del aeropuerto, al que los viajeros no hacían demasiado caso. Llegué justo el día en que Francois Hollande triunfó; una semana después, el 15, se llevó a cabo la transmisión de poderes, cosa admirable sobre todo si se compara con el largo interregno al que nos someten en México desde julio hasta diciembre, periodo durante el cual nuestros políticos ejercen con mayor eficacia los mandatos del año de Hidalgo y el estado de derecho se vuelve aún más precario que de costumbre.
Leo la prensa, elijo el Nouvel Observateur, una revista de izquierda que empezó sus actividades de manera admirable hacia la década de los 50 y luego dirigida desde 1964 por Jean Daniel. Una fotografía muestra al presidente haciendo sus compras cotidianas en el supermercado cuando aún estaba en plena campaña, por lo que, además de otras cosas semejantes, ha sido rebautizado como el señor Normal. Y aunque haya quienes digan que fue un golpe publicitario, es difícil imaginarse a Josefina la diferente haciendo sus compras en Wal Mart y mucho menos a Peña Nieto en el mismo predicamento.
Se trata de honrar a la república, leo, mucho más grande, importante y sagrada que quien la representa: es decir, agrega Hollande, el Estado les pertenece a todos. En esta ceremonia de cambio de poderes el protocolo y los símbolos se atemperaron. Primero, la ceremonia habitual adecuada a los postulados republicanos, luego, un doble homenaje a Jules Ferry, el hombre que decretó la instrucción obligatoria y a Marie Curie, genio científico, quienes revolucionaron la vida cotidiana de los franceses y, por fin, un regreso al pueblo de París, con un discurso en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad...
Sigo revisando la prensa, registro ahora una nota frívola, la publica la revista Elle, fundada justo después de la guerra en 1945 y dirigida por mujeres muy inteligentes como Francoise Giroud y sin embargo catalogada por algunos como una publicación sexista que manifiesta menor interés en los mecanismos que mantienen la desigualdad femenina para ocupar posiciones políticas que en la manera específica en que se vestirían cuando accediesen al poder; y aunque en el número de mayo que reviso se elogia el decreto de Hollande que promueve la paridad absoluta en sus ministerios, una parte importante del reportaje se dedica a describir los atuendos de las nuevas funcionarias y la sencilla aunque chic vestimenta de Carla Bruni antes de dejar el Eliseo. Otro dato subrayado en el artículo es la ausencia en el acto de Segolène Royal. la antigua pareja sentimental del presidente y sus cuatro hijos, quienes presenciaron la ceremonia en sus televisores; asimismo, la nota se detiene en la ahora primera dama Valérie Trierweiler, quien llevaba tacones altísimos para esa ocasión. Y en el encabezado se subrayan unas palabras de la nueva compañera del presidente: Segolène Royale era la mujer política, yo soy la mujer del político
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