a irrupción de las juventudes educadas en la contienda por el poder político viene a revolucionar, en un momento clave, la disputa por el poder. Su ausencia en el debate era, ahora puede apreciarse, sólo una fase previa, de larvada absorción, que cimentara su estelar aparición en la arena pública. Lo era porque la sonoridad de los llamados juveniles, con los que ahora hacen acto de presencia, viene precedida por la solidez de sus posturas, la clara direccionalidad de sus temores y el propósito reivindicador de los reclamos que expelen al aire. Exigen ser tomados en cuenta y piden respeto y atención a sus demandas. Rechazan el menosprecio asignado desde altas esferas a su formación de clase que, esperan, esté rociada con buenas maneras. No se resignan a permanecer ajenos, distantes, intocados por la tragedia nacional que, quiéranlo o no, les incluye y mortifica. Y, con apasionado temple, denuncian los manipuleos mediáticos para imponer a Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República. Sienten en carne viva, estos jóvenes despiertos, la ampolla que una vida democrática contaminada les causa.
Al presentarse de improviso ante el resto de la sociedad los jóvenes, (una gran porción de ellos universitarios y con instrumentos a su alcance para hacerse oír) no han sido, después de todo, recibidos con fanfarrias. Al contrario, y en fallido arranque, se les ha querido ningunear, aparecer como carne de consignas, ponerlos en los mismos cajones donde se arrumba a los indeseados, a los resentidos, a los despreciados. Se pretendió igualarlos con esos otros grupos humanos usados, asfixiados, atontados por la demagogia del poder establecido. Igualarlos con el inmenso batallón de expulsados del paraíso donde sólo caben pocos. Tales fueron los insultos con que se trató de minimizar las heridas inferidas a una candidatura insuflada y ya, para ese entonces, tambaleante. Esas fueron las tristes respuestas de aquellos ofendidos por sus disonantes voces, gritos y pancartas improvisadas. Después de todo, la alharaca desatada por el oficialismo opinócrata, bañado con aromas de rancio autoritarismo, fue la palanca impulsora de su merecida estelaridad actual.
La energía contenida de la juventud ha explotado y toca varios renglones del acontecer nacional. En su mero fondo se atisba el disgusto, la exasperación colectiva contra el manoseo alevoso y triunfalista de la incipiente vida democrática de la República. La creación de una candidatura mediática, diseñada para sostener la continuidad de un estado de cosas decadente, injusto, elitista, plagado de privilegios, es causal notoria del descontento. Ante tal desafío, un simple y hasta minúsculo reclamo juvenil desata todo un huracán que amenaza los propósitos continuistas del sistema establecido. Mas no es así de terrible ni tan abarcador. La marea opositora y promotora del cambio efectivo se ha estado gestando por todos los rincones de la patria. El periodo de concientización de su fuerza y ambiciones transformadoras ha sido penoso, larvado y enraizado en los meros cimientos de la sociedad. El enfrentamiento con el aparato de comunicación controlado por el oficialismo, el monstruo apaciguador de los afanes igualitarios, ha sido la constante. El pregón libertario, esparcido sin descanso ni cortapisas, fue entonado por muchos mexicanos, con AMLO a la cabeza, desde hace años. Poco a poco ha podido remontar, ahora se aprecia, obstáculos poco conocidos, pero no por ello, menos graves y descorazonadores.
El intento por controlar los daños se puso en marcha, tanto en el PRI como en Televisa y, con seguridad, se extenderá por otros vericuetos del sistema establecido. Los costos que emergieron con las protestas ya organizadas han puesto, sin duda, a temblar al aparato de manipulación que sostiene y pretende la prolongación del modelo vigente. El señor Peña Nieto, de improviso, se ha presentado ahora como el ariete de la transparencia, la apertura y la contención: gobernará, alega, también para los que lo detestan y temen. Lanza un decálogo, preparado en chinga de escribanos, que suena hueco, huele a rollo y choca con sus mismos orígenes, reflejos condicionados y desmedidas pretensiones. No logra tapar, con esas promesas y golpes de pluralidad, la inmensa cola del monstruo enroscada a su derredor. Televisa por su parte dio media vuelta o, mejor dicho, un giro apresurado que puede llevarlo al vacío, desconocido para sus telenovelas y conductores. Con la credibilidad por los suelos ha decidido remendar su torcido cementerio de imaginación y narrativa con que viste la actualidad. Al abrir, aunque sea un tanto, la atrancada puerta de la realidad circundante, ha dejado entrar una ráfaga de luz que encenderá lo indeseado por los plutócratas que dirigen, tanto al aparato de comunicación (televisoras en primer sitial) como a los partidos (PRIAN) Las protestas en marcha callejera ahora existen porque se les ha dado carta de estrellas y legitimidad. La cresta de esa ola, precursora de profundidades inéditas, se avizora, enorme y amenazante. La generación encargada de llevar a cabo la transformación de México ha pasado lista de presente, sólo le faltan algunos retoques y experiencia.