n su intención de reducir el déficit fiscal a toda costa, los legisladores del Partido Republicano estadunidense aprobaron en la comisión de presupuesto de la cámara baja un gasto que en los próximos 10 años reducirá 261 mil millones de dólares destinados al desembolso de salud, de ayuda alimentaria para los pobres y de otras partidas similares destinadas al gasto social.
Su insistencia en imponer una política fiscal de austeridad, no sólo restrictiva sino draconiana, al gasto que beneficia a las mayorías resulta no sólo grave para la economía de esos sectores sino que amenaza con lastrar el proceso de recuperación económica del país iniciado hace un par de años. Su obcecada idea de que la reducción del déficit debe ponerse por delante de cualquier iniciativa destinada a promover el crecimiento, equivale a la prescripción de los curanderos de desangrar al enfermo para curarlo. A eso se reduce su propuesta, que no sólo estrangula el gasto social, sino también el destinado al de infraestructura y al de educación, rubros indispensables como medio para reactivar la economía y el empleo. A estas alturas ya no está del todo claro si lo que pretenden es hundir nuevamente al país en la depresión y de esa forma descarrilar el proyecto económico del presidente, o su propósito es aferrarse a un proyecto neoconservador que incluso va más allá de los sueños más delirantes del mismísimo Ronald Reagan y de Margaret Thatcher.
Por lo visto, quienes insisten en ese tipo de curas, no han tomado nota de la revuelta que en Grecia y España ha causado la austeridad que en Europa, con la señora Merkel a la cabeza, insisten en imponer en la política económica de esos países, para apoyarlos
a salir de su desastrosa situación financiera. Paul Krugman, entre otros economistas, ha insistido en algunos artículos en estas mismas páginas, que para reducir el déficit y el desempleo el Estado debe aumentar su gasto para reactivar la economía y es en el auge cuando el Estado debe restringirlo.
Contrario a ello, Mitt Romney promete un programa de austeridad en caso de ganar la presidencia, acorde con las recetas de sus compañeros del Partido Republicano en el Congreso. De acuerdo con una compilación de los sondeos más recientes de opinión publicados en The Washington Post, el presidente Barack Obama y Romney están virtualmente empatados en intención de voto. ¿Será tal el aislamiento de los estadunidenses, o buena parte de ellos, que no se percatan de lo que sucede en algunos países europeos en los que se insiste en imponer políticas de austeridad muy por el estilo de las que los republicanos pretenden? Ese aislamiento es tal vez una de las explicaciones por lo que insisten en equiparar la popularidad del presidente con la de Romney.
Aun entre los asesores de Romney hay quienes defienden la política keynesiana de gasto como medida para impulsar la economía. Sería irónico que Obama ganará esta batalla como ex presidente.