Alps: los suplantadores
la deriva. Resulta irónico y revelador que en medio de una crisis política y social tan fuerte como la que vive actualmente Grecia, uno de sus mejores realizadores, Giórgos Lánthimos, proponga una alegoría muy ácida sobre la identidad. El punto de partida es brillante: un grupo de personas –una joven gimnasta, su entrenador autoritario, un médico y una enfermera– ofrecen sus servicios como suplantadores de personas recién fallecidas con el propósito de aliviar el dolor de la pérdida en familiares y amigos cercanos.
El nombre que elige el grupo es Alpes, en referencia a la cordillera europea y bajo la premisa de que en el género humano una persona apenas puede, en definitiva, diferenciarse tan poco de otra como las montañas en un paisaje alpino.
A lo que asiste el espectador en esta extraña comedia negra es a la disolución progresiva de toda distinción entre las identidades de los improvisados comediantes que prestan los servicios referidos y las de las personas desaparecidas. Lo que en un principio parece ser una simple operación lucrativa se vuelve síntoma de descomposición de las identidades involucradas en el juego.
Poco importa que los personajes no se parezcan físicamente a las personas que suplantan, lo importante es la repetición de gestos y rutinas, de faenas sexuales y sentimientos vacíos, la extraña homogeneidad que a final de cuentas cancela toda originalidad y distinción en un ser humano.
Una cinta anterior de Lánthimos, Canino (Dogtooth, 2009), refería la historia de un hombre que encerraba a sus hijos durante largos años con el fin de protegerlos de las amenazas de una realidad hostil y corruptora. En Alps: los suplantadores, la tiranía del padre de familia se ve remplazada por una sensación más inquietante aún, la orfandad total de quien se ve privado de su propia identidad en el proceso mismo de apropiarse de una ajena.
Llevando la alegoría a un extremo, Lánthimos pareciera comentar sobre el drama de su propio país incapaz de encontrar una identidad sólida en la unión forzada del continente europeo, suplantando temporal y fallidamente un ideal de prosperidad, librado en consecuencia a la marginalidad y al desamparo de una crisis sin salida.
Alps: los suplantadores contiene, en la sequedad de su lenguaje y en el surrealismo de sus narrativas, los fermentos de una crisis existencial tan dramática y severa como la fragmentación de identidad de una nación entera.
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