Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El (inexistente) debate presidencial
L

a prensa mundial encontró irrelevante, a justo título, el remedo de debate entre los candidatos a presidente de México y sólo destacó la concepción cabaretera de los organizadores, así como la edecana –llamémosla así– que se tomó prestada a Playboy.

La candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, por ejemplo, habló de un México paralelo al real y llegó a pedir votos para mantener la paz conquistada, en el momento en que aparecieron colgados en un puente otros nueve muertos, que se agregan a los más de 50 mil asesinados hasta ahora, y cuando tres periodistas y una colaboradora aparecieron desmembrados y despedazados. El México sobre el cual hablaba parecía haber sido gobernado por marcianos y no por su partido, en sus dos desastrosas presidencias sucesivas, o por el aliado del mismo, el PRI, con anterioridad.

El candidato de éste, Enrique Peña Nieto, formado en la camarilla de fraudulentos y mafiosos de Atlacomulco, además de feroz represor de los campesinos de Atenco a costa de muertos, heridos, violaciones masivas de hombres y mujeres, y de condenas aberrantes hasta de 106 años de cárcel por defender sus tierras, como no podía hacer otra cosa se limitó a desperdiciar retórica barata.

Por su parte, el supuesto candidato ciudadano, en realidad apadrinado por el PRI y por Elba Esther Gordillo, burócrata del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación al que controla con métodos que no excluyen ni la muerte de sus opositores, trató de aparecer independiente para robarle algunos votos al del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador.

Éste, en vez de aprovechar la ocasión para decir que la emigración de 10 millones de mexicanos, el narcotráfico y la violencia son fruto de la destrucción de la economía campesina y del aumento de la miseria provocados por los neoliberales de PRI y PAN, y de prometer un plan inmediato de empleos y contra la corrupción, entró en el juego de acusaciones mutuas y trató de aparecer cauto y moderado entre los mafiosos e impresentables.

Según las encuestas, Peña Nieto perdió 14 puntos, aunque aparece primero, y López Obrador subió bastante, pero el problema real reside en conquistar los votos de los que creen que todos son iguales y no vale la pena ir a las urnas, los cuales son numerosos, sobre todo entre los jóvenes más pobres.

A esos AMLO no los convenció ni podía convencerlos con su intervención tan opaca, falta de garra, de lo que se supone en los medios conservadores debe ser un estadista responsable, o sea, uno que no quiere asustar a los del establishment para que éstos lo puedan aceptar. Cantinflas habría dicho: ¡Ahí está el detalle, joven! O sea, en la elección del interlocutor por parte de quien debía presentarse como el promotor de un cambio.

En efecto, la alternativa era y es simple. Hablar a los que comandan para hacerles ver que una alternancia, un simple cambio de persona en el gobierno no es peligrosa, y que les podría resultar conveniente y necesario reducir la violencia y la corrupción fomentadas por quienes hasta ahora gobernaron. O, por el contrario, darle la espalda a esa gentuza y a sus partidos y dirigirse directamente a los únicos que podrán ser protagonistas del cambio: los trabajadores y los pobres de México, muchos de los cuales aún votan por sus explotadores y verdugos o se abstienen por asco a todo y a todos.

La pobreza de la actuación de AMLO en el debate proviene de que habló como miembro presentable y honesto de la familia política infame, al estilo de los viejos priístas de izquierda o del PRD de 1988, cuando, por el contrario, debería haber hablado como tribuno popular, ajeno por completo al establishment y adversario irreconciliable de esos políticos y de esa política.

En vez de ponerlos en el banquillo de los acusados como causantes del desastre y de exigir que se entierre ese pasado tan lleno de crímenes contra el país y sus habitantes, AMLO entró en el juego de ellos y se puso a su nivel. Dejó, es cierto, una imagen de honestidad –lo cual no es poco en la política mexicana–, pero la honestidad no garantiza ningún cambio ni es una virtud sino una obligación.

Para convencer de que se desea y prepara un cambio hay que machacar algunas propuestas simples: aumentos de salario, plan de trabajo para los jóvenes y para reducir la desocupación, reconstruir el sector rural destruido por las cláusulas leoninas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, plena vigencia de los derechos humanos y democráticos, y fin de la represión y militarización, reducción a la mitad de los sueldos de parlamentarios, ministros y presidente, defensa del agua y el petróleo para el desarrollo nacional, defensa de los derechos y condiciones de vida de los emigrados y organización de los mismos, ruptura de la sumisión a Estados Unidos y planes de integración y defensa común con los países latinoamericanos.

Nada de esto es, en sí mismo, anticapitalista, como no lo fue la política de Lázaro Cárdenas. Pero son propuestas necesarias, aunque no suficientes, para movilizar, organizar, cambiar la relación social de fuerzas y la moral de quienes consideran inaceptable este régimen, desarrollar la solidaridad, la creatividad, la autorganización, la autonomía y la autogestión en todo el territorio.

No se trata sólo de poder controlar el fraude en las mesas de votación sino, sobre todo, de crear una relación de fuerzas y una movilización popular que hagan que los fraudulentos paguen muy caro su intento de torcer la voluntad popular. Sin una movilización popular, López Obrador difícilmente ganará, y si gana, porque los otros se hunden de aquí a julio, difícilmente podrá hacer valer su triunfo.