a victoria del Partido Socialista en Francia representa una oportunidad para cambiar las grandes líneas de la política macroeconómica frente a la crisis en Europa. Más aún, puede significar la apertura de un nuevo espacio político para redefinir los términos del pacto social que será el sustrato de la integración europea en el futuro. Mucha esperanza, y no sólo en Francia, rodea el ascenso de Francois Hollande a la presidencia.
Desde que estalló la crisis, el vendaval político ha llevado a cambios en Grecia, Holanda y ahora en Francia. No son los primeros gobiernos en caer por la crisis (recordemos a Berlusconi y Zapatero). Pero los tiempos están cambiando y detrás de estos remplazos comienza a asomar una nueva discusión de fondo sobre la integración europea. Quizás ya se agotó el tiempo de la austeridad, pero falta definir el perfil de una nueva discusión sobre la integración europea.
¿Qué puede hacer el nuevo presidente de Francia en la coyuntura actual? Para responder hay que reconocer que enfrenta dos grandes obstáculos. El primero es la serie de candados existentes en Europa para el manejo de la política macroeconómica. El segundo es la estrecha visión que tiene Berlín sobre la crisis y la integración europea.
Europa se instala en la recesión y el fracaso de la austeridad fiscal es evidente. Es normal porque el primer efecto de la austeridad es reducir el empleo, las prestaciones y la demanda. Eso disminuye el crecimiento y los ingresos fiscales, lo que agrava el problema del endeudamiento. El mejor ejemplo de la fallida receta de austeridad es Grecia: tiene dos años de aplicarla, la economía se colapsó y el endeudamiento no se redujo. La recesión parece irse extendiendo y llegará inevitablemente a Francia y Alemania.
En su primer discurso como presidente electo, Hollande afirmó categórico que la austeridad había dejado de ser una fatalidad. Pero enfrenta las restricciones impuestas por el Tratado sobre estabilidad (que entró en vigor en marzo). Ese pacto fiscal reduce el límite del déficit estructural de 1 a 0.5 por ciento del PIB, fija un mecanismo de corrección automática y consagra sanciones en caso de incumplimiento (multa de hasta 0.1 por ciento del PIB). Es la regla de oro neoliberal para constreñir la política fiscal. Ya Merkel advirtió a Hollande que no podrá renegociarse dicho tratado.
Frente a este panorama la derecha europea debe haberse percatado del fracaso de la austeridad. Pero se resiste a rectificar. Por eso hoy su discurso es el de las reformas estructurales para recuperar crecimiento y competitividad
. La más importante de esas reformas es la laboral para poder contratar y despedir a la gente como si fueran cosas. En el corto plazo esas políticas son de corte recesivo pues conducen a mayores despidos y una caída de la demanda agregada. En el largo plazo consagran un desolador paisaje social de desigualdad.
Hollande ofrece un proyecto fiscal de fomento al crecimiento y el empleo. El financiamiento proviene, entre otros puntos, de una reforma fiscal progresiva importante: propone gravar con tasa de 75 por ciento los ingresos más altos (por arriba del millón de euros anuales) y las empresas más poderosas. Las cuentas le permiten reducir el endeudamiento y el déficit fiscal. Para ello necesita el respaldo del poder legislativo.
El segundo desafío de Hollande se relaciona con la estrategia de Alemania frente a la crisis y el modelo de integración europea. Es claro que la economía alemana ha mejorado con la crisis. El desempleo está por debajo de 6 por ciento, los salarios han comenzado a mejorar (se mantuvieron largos años por debajo de los aumentos de productividad), los ingresos fiscales van bien y el déficit público se redujo por debajo de las exigencias de la UE. El abultado superávit comercial no se acompaña de una apreciación de la divisa europea gracias a la crisis en el Mediterráneo. Y las bajas tasas de interés del BCE permiten mantener tasas reales negativas en Alemania.
Para Merkel, Alemania no sólo debe superar la crisis, sino salir en una posición dominante. Pero al imponer la austeridad a su alrededor, Berlín debería saber que su mercado en Europa acabará por derrumbarse. Habrá que ver si esa política mercantilista puede ampliarse para abarcar otros mercados. Aun en ese caso, el sentimiento anti-germano en Europa puede exacerbarse y llevar a nuevas alianzas políticas para compensar el poderío alemán.
Hollande enfrentará grandes dificultades convenciendo a los alemanes de las bondades de un proyecto de integración diferente, uno basado en la solidaridad como eje rector del pacto social. Pero el desafío comienza en casa: tendrá que persuadir al electorado francés para que le otorgue una mayoría en el congreso en las elecciones de junio. La credibilidad y el poder de negociación que tanto va a necesitar Hollande deben serle entregados primero por sus compatriotas. Habrá que ver si los tiempos políticos favorecen a la izquierda en las legislativas en Francia.