scasos días después de la catástrofe ocurrida en el complejo nucleoeléctrico Fukushima Daiichi, Japón, por el terremoto de 9 grados Richter del 11 de marzo de 2011, seguido por un devastador tsunami, se informó que en Europa se repartían tabletas de yodo. Los temores se dirigían a plantas instaladas, por ejemplo en Bélgica, que usan, como es el caso también de Estados Unidos, el mismo modelo y fabricante que en Fukushima.
El gobernador de Lieja explicó que esas pastillas se repartirían por millones
porque ayudan a reducir notablemente el riesgo de cáncer
. En ese momento advertimos desde estas páginas que los compromisos políticos de Obama con el cabildo nucleoeléctrico, la manipulación informativa de la operadora Tokyo Electric Power (Tepco) y el gobierno japonés, no permitían calibrar la dimensión del accidente (La Jornada 24/3/11). En pocos días fuentes científicas lo equipararon al ocurrido en Three Mile Island, Estados Unidos, 1979, de nivel cinco en la escala de incidentes nucleares, y un mes después se elevó a nivel siete, semejante al de Chernobil porque, según las autoridades, las sustancias radiactivas liberadas alcanzaban alrededor de 10 por ciento de las emitidas por la planta de Chernobil
, en Ucrania, en 1986.
Esa fue una subestimación abismal. Ya entonces Robert Alvarez, ex consejero del secretario y asistente del Departamento de Energía (DE) para Asuntos de Seguridad Nacional y del Medio Ambiente del gobierno de Clinton, advirtió que un solo depósito de barras en Fukushima contiene quizá entre tres y nueve veces la cantidad de Cesio-137
lanzada en Chernobil y compartimos su temor de una diseminación radiactiva oceánica y atmosférica mundial, por las condiciones precarias y riesgos estructurales de los reactores y de los depósitos de refrigeración donde se alojan las barras de combustible usado, altamente radiactivo, cuyos niveles de agua bajaban, mientras se dificultaban los intentos por evitar su sobrecalentamiento.
Un año después el peligro aumentó y además de inminente es, en efecto, de dimensión global y no sólo local. Así advirtió Mitsuhei Murata, ex embajador de Japón en Suiza, al secretario general de la ONU y al primer ministro de Japón Yoshihiko Noda, en carta del 25 de marzo 2012, en la que solicita una urgente evaluación del reactor número 4 que contiene un depósito de enfriamiento con mil 535 barras, porque podría estar fatalmente dañado
por las réplicas y temblores. Más aún, a 50 metros hay un depósito común para seis reactores que contiene ¡6 mil 375 barras!
.
Consciente de las consecuencias para las presentes y futuras generaciones –y la biota global–, Murata consignó que no es exagerado afirmar que el destino de Japón y de todo el mundo dependen del reactor número 4. Esto lo confirman los más confiables expertos como el doctor Arnie Gundersen o el doctor Fumiaki Koide
.
La carta de Murata, a disposición pública en el sitio electrónico del eminente diplomático japonés Akio Matsumara, (www.akiomatsumara.com) acompaña una entrevista de Matsumara a Alvarez, donde se revela que, según el DE, el total de barras usadas altamente radiactivas de ese complejo nucleoeléctrico asciende a 11 mil 421. Entre otros datos relevantes Álvarez indica que el depósito del reactor número 4 está a 100 pies del suelo y contiene unos 37 millones de curies de radioactividad de largo plazo y que, además, presenta daños estructurales y está a cielo abierto
, por una explosión de hidrógeno ocurrida luego del accidente que hizo trizas la cubierta. De ocurrir un terremoto o cualquier otra eventualidad que secara el depósito, advierte Alvarez, podría producirse un fuego radiológico catastrófico que lanzaría diez veces la cantidad de Cesio-137 que se registró en el accidente de Chernobil
. Pero como Fukushima contiene 11 mil 421 barras, la radiactividad por Cs-137 sería cerca de 85 veces la cantidad de Cs-137 lanzada en Chernobil, según cálculo del Consejo Nacional de Protección a la Radiación de Estados Unidos
.
El orden de magnitud es inmenso: sería el equivalente a todo el Cs-137 lanzado por todas las pruebas atmosféricas de armas nucleares, más Chernobil y todas las plantas de reprocesamiento del mundo
(ibid). Esta aclaración es vital para comprender que la prevención de la catástrofe no estaría tanto en la distribución de tabletas de yodo ¡a 7 mil millones! de seres humanos, sino en la concientización y movilización ciudadana de cara al cabildo nucleoeléctrico de Estados Unidos, Japón, México y el mundo.
Luego del desastre en Fukushima, Alemania (y no Estados Unidos), marca la pauta: en 2020 su mezcla energética excluye la nucleoelectricidad: 43 por ciento será de gas y carbón y 57 por ciento provendrá de fuentes renovables como viento, sol, biomasa, etc. El asunto no es menor. Como dice Matsumura, ahora “podemos captar qué quiere decir ‘85 veces mayor al Cs-137 lanzado por Chernobil’: significa la destrucción del medio ambiente mundial y de nuestra civilización”.
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