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Ver día anteriorMartes 17 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Falsificadores de la historia; Hidalgo, padre de la patria
L

os flamantes falsificadores de nuestra historia odian que Miguel Hidalgo haya abierto la puerta para que el pueblo tomara en sus manos su propio destino. Tienen pesadillas con la plebe y la canalla, a la que quisieran ver permanentemente contenida. Hoy dejaré pasar su idea de la turba saqueadora para mostrar que, al afirmar que Hidalgo nunca habló de independencia, sencilla y llanamente mienten. Es cierto que no podemos saber a ciencia cierta las palabras textuales con las que Hidalgo arengó a sus feligreses la madrugada del 16 de septiembre, pero un testigo presencial escribiría después que gritó:

“No existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos [...]

Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad.

Otro de los primeros compañeros de Hidalgo escribió que, en vísperas del 15 de septiembre, el cura lo invitó al movimiento con las siguientes palabras:

Pues bien, se trata de quitarnos este yugo haciéndonos independientes; quitamos al virrey, le negamos la obediencia al rey de España, y seremos libres; pero para esto es necesario que nos unamos todos y nos prestemos con toda voluntad, hemos de tomar las armas para correr a los gachupines y no consentir en nuestro reino a ningún extranjero. ¿Qué dices, tomas las armas y me acompañas para verificar esta empresa? ¿Das la vida si fuere necesario por libertar a tu patria?

Además de estos testimonios indirectos, hay numerosos textos firmados por Hidalgo, en los que se habla de independencia y de libertad: en una proclama redactada probablemente en Celaya, en septiembre de 1810, dice Hidalgo:

El día 16 de septiembre de 1810, verificamos los criollos en el pueblo de Dolores y villa de San Miguel el Grande, la memorable y gloriosa acción de dar principio a nuestra santa libertad.

¿Qué libertad? Lo explica en una proclama fechada en octubre:

“El sonoro clarín de la libertad política ha sonado en nuestros oídos. [...]

La libertad política de que os hablamos es aquella que consiste en que cada individuo sea el único dueño del trabajo de sus manos y el que deba lograr lo que lícitamente adquiera para asistir a las necesidades temporales de su casa y familia; la misma que hace que sus bienes estén seguros de las rapaces manos de los déspotas que hasta ahora os han oprimido, esquilmándoos hasta la misma substancia con gravámenes, usuras y gabelas continuadas.

Posteriormente, en Guadalajara, el cura Hidalgo publicó numerosos documentos fechados en nuestro Palacio Nacional. Formó un gobierno. Publicó una gaceta. Convocó a un Congreso nacional que dicte leyes suaves y benéficas y gobierne con la dulzura de padres. ¿No es eso luchar por la independencia política? Claro que lo es, a menos que uno no lea, o no quiera entender. Podríamos seguir con los decretos de Guadalajara, decretos de un jefe de Estado, algunos de ellos de enorme alcance, como el de la abolición inmediata de la esclavitud o el relativo a las tierras de los pueblos, pero no haríamos sino abundar en lo dicho: sólo mintiendo puede afirmarse que Hidalgo nunca habló de independencia y libertad; sólo mintiendo puede afirmarse con tan solemne autoridad que no tenía ideas.

Deberían advertir estos desmitificadores que en todos los procesos de independencia de América, los inicios fueron vacilantes y poco claros en lo que respecta a proyectos e ideología. Los propios padres fundadores de Estados Unidos, a los que tanto admiran González de Alba y Zunzúnegui, que iniciaron su guerra en 1774 y derrotaron finalmente a los ingleses en 1781, no definieron su modelo de Estado hasta 1787, y los debates más interesantes se dan en ese año, en torno a El federalista, de Madison, Hamilton y Jay (y por cierto, señores Zunzúnegui y González de Alba: todos esos libertadores y no sólo Hidalgo, y también quienes los combatieron, fueron intolerantemente religiosos. No entenderlos es querer juzgar aquella coyuntura con los criterios del presente).

Para saber qué ideas tenía Hidalgo hay que leer. Yo sé que leer puede resultar tedioso y cansado, pero no hay otra forma de conocer la historia. Les recomiendo, señores desmitificadores, los cuatro volúmenes de Miguel Hidalgo y Costilla: documentos sobre su vida, publicados y compilados por Felipe Echenique y Alberto Cué (INAH, 2010). Elijan ustedes, si quieren, a Iturbide como padre de la patria, pero no mientan en torno a Hidalgo.