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o soy un creyente. Lo fui de niño, luego el don de la fe comenzó a abandonarme. No estoy orgulloso de ello, no me avergüenza tampoco, sencillamente es lo que sucede
. A lo largo de 35 años de trayectoria como cineasta, quien declara lo anterior, el italiano Nanni Moreti, ha sometido a un irónico escrutinio crítico sus propias incertidumbres existenciales como artista, hombre de izquierda, personaje mediático, agnóstico recalcitrante, fustigador también de los dogmas ideológicos y los símbolos de la autoridad. En su cinta más reciente, Habemus Papam, relata la historia de un cardenal, el padre Melville (Michel Piccoli, formidable actor octogenario) que luego de ser elegido Sumo Pontífice se niega categóricamente a asumir la nueva misión pastoral por considerarse indigno de un cargo semejante.
Durante las largas sesiones de una votación cardenalicia, pacientemente atendidas por una muchedumbre en la plaza del Vaticano, que habrá de concluir con el tradicional humo blanco que indica que Papa ya tenemos, los cardenales expresan, uno a uno, su propia inquietud frente a una designación tan añorada como temida. Sólo Melville permanece impávido, último de los posibles candidatos, sorpresa mayúscula a la hora de la decisión unánime.
Habemus Papam es el registro de la larga interrogante en torno a los motivos por los que el cardenal Melville se considera indigno de la nueva misión, y con el talento humorístico propio de Moretti, también la ocasión para describir jocosamente la vida cotidiana de los altos jerarcas eclesiásticos en la Santa Sede, obligados a la reclusión para disimular la reticencia y resguardar la identidad del nuevo Papa, forzados también a llamar a un sicoanalista (el propio Moretti) para que con delicadeza y respeto explore las vacilaciones morales o las posibles confusiones mentales del prelado.
Todo este tratamiento cargado de una finísima ironía contrasta con la sátira política que el también realizador de La misa ha terminado (1985) enderezó en 2006 contra una figura política, el dirigente Enrico Berlusconi, en El caimán (Il caimano), una cinta aún sin estrenar en México. En dicha película, en lugar de una honrosa reticencia a asumir un poder considerable, se trataba de una penosa terquedad a no querer abandonarlo. En vez de humildad, una descomunal arrogancia. Entre el Quirinale del Cavaliere y el Vaticano que describe Moretti, hay un abismo enorme. Y es que el tono crítico de Moretti parece por momentos apaciguado. La sátira política parece ceder el sitio a la extravagancia lúdica y casi angelical que propone días de encierro forzado con el sicoanalista organizando juegos de voleibol con prelados de todas las naciones, como un insustancial llamado a la concordia sentimental de las buenas voluntades. Una globalización de la tolerancia y el buen humor que contrasta con el solitario deambular de un papa Melville anónimo, que luego de burlar la vigilancia del Vaticano recorre Roma y se confunde con sus habitantes, asiste a los ensayos de una obra de Chéjov (La gaviota) y rememora ahí su propia afición por el teatro y la memorización de largas tiradas, observando la vida al aire libre, lejos de liturgias, encierros y ritos interminables, acrecentando sus incertidumbres y la conciencia de no poder conciliar su vocación humanista con el fasto de las altas jerarquías eclesiásticas. Menos aún con el cargo que se le conmina asumir con plegarias multitudinarias y partes noticiosos en todos los diarios y cadenas televisivas.
Habemus Papam es, bajo las apariencias de una comedia ligera, un enérgico llamado al cambio en una institución religiosa más que nunca renuente a cuestionar su inmovilismo y sus propios errores (uno, la intransigencia del dogma que defiende el celibato sacerdotal al tiempo que minimiza o encubre una de sus consecuencias más nefastas, la pederastia incontrolable). Moretti no hace una obra de denuncia; de ello se encargan ya con mayor eficacia las redes sociales. Pone en escena a un hombre discreto y generoso, cargado de culpas propias y ajenas, un ser genuinamente cristiano que se niega a asumir una gran misión pastoral en el seno de una Iglesia católica renuente al cambio. Del tratamiento ligero, en apariencia complaciente, de buena parte de la cinta, el director de La habitación del hijo transita a un tono agridulce y mordaz que no permite al espectador una salida fácil. Nanni Moretti plasma en esta cinta, como en otras obras anteriores suyas, la desazón de su propia incertidumbre religiosa, moral, política, misma que logra transmitir a sus espectadores. Es una virtud saberlo hacer por las vías más inesperadas y sorprendentes. Habemus Papam es una comedia maliciosa y crítica, dueña de una gran vitalidad y madurez artística.