e vale llorar. Más cuando alguno de los absurdos de la vida –que tiene muchos– intempestivamente y sin previo aviso, nos arranca compañeros apreciables. La tragedia de este jueves en que un accidente
provocó que se volcara el autobús en que viajaban 31 estudiantes y tres profesores de la Facultad de Economía de la UNAM es uno de ellos. ¿Accidente? Aparentemente. Y, sin embargo, existe el imperativo de explicarlo, de identificar sus causas. Y de señalar responsables. Con toda justicia. No más, pero tampoco menos. Y proceder. Muy probablemente haya mucho más que una conducción irresponsable. Esto sólo exigiría –en términos legales– un agudo peritaje. Y la exhibición no sólo de la licencia del conductor, sino también de su certificado de capacitación y su constancia de aptitud psicofísica.
Más todavía. Obliga a responder varias preguntas. ¿Qué solvencia y robustez tienen en México los vehículos del llamado autotransporte federal de carga? ¿A qué nivel de mantenimiento se obliga en México a ese tipo de autotransporte federal, por el que oficialmente se ha optado a pesar de su absurdo energético, ambiental y –acaso también– humano? ¿Qué nivel de revisión y supervisión se tiene realmente sobre su situación técnica, y su capacidad y condiciones de carga? ¿Y –finalmente– qué nivel de supervisión sobre su operación concreta? En todos los casos no sólo hay leyes y reglamentos. También responsables. Ante todo propietarios de vehículos. Conductores. Encargados de mantenimiento y vialidad de carreteras y autopistas. Incluso diseñadores y constructores de las mismas. Inspectores y verificadores de condiciones físico-mecánicas de vehículos de la SCT. Supervisores en casetas y patrullas de la PFP que observan las condiciones de conductores, vehículos y tránsito. Al menos.
Fotografías y videos permiten –al menos– cuestionar no sólo la robustez del vehículo, sino la efectividad de la aplicación de normas. Y de verificaciones, si las hubo. Hay algo más –mucho más– que el lamentable desprendimiento de la segunda caja
que embistió el autobús. Sí, de nuestros queridos compañeros que en el seno de un grupo de no menos de 700 estudiantes más, en agosto del año pasado ingresaron a la Facultad de Economía con la ilusión de acceder a una formación universitaria sólida y solvente.
¿Qué buscaban, qué anhelaban? Permítaseme citar algo de lo que recientemente me han señalado compañeros de ellos: anhelamos no sólo trabajar en sectores como el gubernamental, el industrial o el financiero, sino también entender las causas de la pobreza, la miseria y el desempleo; buscamos tener una formación que nos permita tener un ingreso mejor y regresarle al país todo lo que nos ha dado; adquirir bases sólidas para trabajar profesionalmente y para sugerir cambios en la realidad social de nuestro país; intentamos estudiar cómo se estructura y se mueve la sociedad, y cómo y desde dónde puede cambiarse un país
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María Fernanda Alvarado Arroyo, Daniela Bárcenas Flores, Axel Escalona Islas, Blanca Leticia Hernández Hernández y Gilberto Octavio Santiago Barrios pertenecían al grupo de jóvenes que en agosto pasado iniciaron la aventura de formarse como economistas en la UNAM, en nuestra querida y hoy doliente y enlutada Facultad de Economía. Y este jueves, muy de mañana, salieron de práctica con el estimadísimo compañero profesor Paulo Scheinvar y dos profesores ayudantes más.
Formado en la Facultad, Paulo era apasionado de estas prácticas, apasionado de descubrir los términos de la sustentabilidad
Dicen algunos de los que sobrevivieron que el ambiente del autobús era festivo. No podía ser de otro modo. Y por eso mismo – justamente– dentro del dolor, la pena y el luto, pero también de la rabia por el acontecer cotidiano de accidentes como éste, rescatamos el entusiasmo y la vitalidad de nuestros compañeros fallecidos para continuar con ese ánimo que los condujo, por una parte, a iniciar con entusiasmo su formación profesional como economistas hace unos meses y, por otra, a mantener durante cerca de 30 años un ejemplar compromiso de docencia e investigación.
Todos ellos se convierten hoy en inspiración incuestionable para quienes tenemos el privilegio, el enorme privilegio de experimentar día a día la contagiosa esperanza en una vida mejor que nos transmiten nuestros estudiantes en las aulas, en la biblioteca, en los talleres, en los centros de cómputo, en los auditorios, y también –sin duda que también– en las prácticas de campo a pesar de que, como en este caso, aparentemente la fatalidad nos las niegue. Y digo que aparentemente porque como nunca, el testimonio de nuestros compañeros fallecidos, pero también de los que aún pelean por su vida, y de los que ya están libres de peligro, sí, el testimonio de vitalidad y el entusiasmo por seguir delante de todos ellos, nos conmueven y nos animan a eso, a seguir adelante. Más aún, nos invitan a luchar y esperar siempre lo mejor. Incluso contra toda esperanza. Para que por nuestra raza hable el espíritu. Sus familiares, todos, de verdad que todos, pueden sentirse orgullosos de ello, y de ellos. De veras.