s un verdadero logro para la comunidad científica de México que el tema de la investigación científica y tecnológica haya comenzado a ser discutido por los candidatos presidenciales. López Obrador abrió el camino cuando, hace unas semanas, convocó a un foro en el que anunció que, de triunfar, su gobierno integraría una secretaría de ciencia, tecnología e innovación, al frente de la cual estaría el doctor René Drucker. En ese foro se plantearon las añejas demandas de la comunidad científica para que esa urgencia sea atendida desde el gobierno con más recursos y con mayor participación de los propios interesados.
El pasado 23 de marzo, a convocatoria de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación Aplicada y el Desarrollo Tecnológico (Adiat), se celebró otro evento en la ciudad de Monterrey en el que participaron los candidatos presidenciales de las principales fuerzas políticas del país, Andrés Manuel López Obrador, Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto. Cada uno de ellos expuso lo que le pareció en torno al problemático desarrollo de la investigación científica y tecnológica. Pudo aquilatarse en esa ocasión el verdadero compromiso de los abanderados y la seriedad de sus propuestas.
Todos reconocieron que hay que invertir más en ese renglón, pues hasta ahora, y también lo reconocieron todos, ha sido uno de los más descuidados por las políticas oficiales, generando un terrible atraso estratégico. Peña Nieto, en particular, optó por compararnos con Corea del Sur, cuya inversión ha sido del 3 por ciento del PIB y en los demás países de la OCDE es en promedio de 2.33, mientras que en México es apenas del 0.4. El mexiquense deploró esa situación y se comprometió a un aumento en los recursos; pero no dijo nada más.
La panista se regodeó en una retórica huera que apenas alcanzó a plantear lo único que los derechistas saben decir: abrir las instituciones de educación superior al sector empresarial y fortalecer la participación de la iniciativa privada en la ciencia y la tecnología. Ninguno de los dos candidatos de la derecha dijeron cómo van a instrumentar algo que pueda ser llamado una estrategia de desarrollo científico y tecnológico, por la sencilla razón de que demostraron que no lo tienen. Además, ambos lucen mucha cola que les pisen, pues sus gobiernos han sido los responsables del estancamiento de nuestro país en la materia.
López Obrador fue claro en sus enunciados. Ofreció aumentar el número de investigadores, que cifró en 18 mil, para llevarlo a 50 mil. Él sí propuso cómo hará las cosas. No sólo con una política de austeridad y ahorro, sino, justamente, impulsando el desarrollo de aquellas áreas de la economía en la que se derrochan cuantiosos recursos y en las que el desarrollo científico y tecnológico es básico. Se refirió a dos de ellas: la producción de alimentos y el sector energético. No ha habido desarrollo económico ni científico por incuria y por desdén de los gobernantes desde hace ya más de treinta años.
“Apostaron –dijo– a que podíamos comprar los alimentos en el extranjero; nos convertimos en importadores y destinamos más de 25 mil millones de dólares para adquirir productos agropecuarios que podemos producir en el país”. Para ello se requieren inversiones e innovaciones científicas y técnicas. Los campesinos no pueden producir con bajos precios a sus productos y con los pulpos intermediarios que los encarecen artificialmente. La ciencia y la tecnología tienen ahí un amplio campo de aplicación y no sólo para los procesos productivos, sino para la ampliación de la infraestructura que sirva a la producción de alimentos.
En el sector energético retrocedimos durante los pasados 30 años porque, en lugar de desarrollar la industria petrolera y la eléctrica, creando nuevas fuentes de energía, desarrollando plantas generadoras, ductos y refinerías de petróleo y gas, todo se fue entregando a los intereses privados trasnacionales (al igual que los bancos), no hubo inversión y sí saqueo indiscriminado de las ricas finanzas energéticas y llegamos al colmo de acabar prácticamente con los centros de investigación tecnológica que había, el Instituto Mexicano del Petróleo y el Instituto de Investigaciones Eléctricas.
López Obrador fue más allá: debe llevarse a cabo una transformación total del sistema educativo y engancharlo al desarrollo científico y tecnológico. Para ello es indispensable impulsar, en particular, la educación superior, para aumentar de 2.5 millones en 2012 a 5 millones en 2018 el número de jóvenes universitarios de 19 a 25 años. “Para llegar a esa meta –dijo el candidato de la izquierda–, vamos a garantizar ciento por ciento de inscripción a todos los muchachos que quieran estudiar en el nivel universitario, porque ha sido infame e irresponsable lo que se ha hecho: rechazar a los que quieren ingresar a las escuelas públicas, con el pretexto de que no pasan el examen de admisión… No hay cupo, no hay espacio en las universidades públicas porque no cuentan con presupuesto suficiente”.
En ello, López Obrador coincidió con el rector José Narro, de la UNAM: si quieren que eduquemos a más jóvenes, dennos los fondos necesarios para acrecentar nuestra planta. De otra manera no habrá más que dolorosos rechazos de jóvenes que ni todas juntas podrán absorber las instituciones de educación superior, públicas y privadas. No se debe olvidar, por lo demás, que son las instituciones públicas de educación superior las que desarrollan el grueso de la investigación científica y tecnológica. Entre la UNAM, con sus centros de investigación, y el Instituto Politécnico Nacional, con su Cinvestav, siguen produciendo más de dos terceras partes del total nacional y, eso, con el ahorcamiento presupuestal al que los gobiernos, priístas y panistas, los han sometido.
A mediados de los años ochenta, los universitarios enfrentamos un grave problema: en las oficinas del gobierno de Miguel de la Madrid se especuló en torno a un gigantesco plan de reforma educativa que estuvo a punto de realizarse: crear una serie de centros de investigación modelo, de excelencia
los llamaron, financiados por el gobierno y por los privados, y dejar que perecieran las universidades y demás centros públicos de educación superior, para que de ésta forma comenzaran a hacerse cargo los sectores empresariales, ya con el modelo del Tecnológico de Monterrey y de otras instituciones privadas. En los tiempos del rector Sarukhán, tuvimos que dar una gran batalla para preservar nuestra Alma Máter.
El rector comenzó a llamar a empresarios y altos funcionarios públicos para mostrarles las instalaciones universitarias y hacerles ver el trabajo de nuestros centros de investigación, pasándoles la más amplia información acerca de los logros que se habían hecho. Entonces la UNAM sola podía presumir que en sus centros se efectuaba más del 70 por ciento de la investigación científica nacional y, en muchas ramas, el cien por ciento. Los universitarios tuvimos que presionar a Salinas de Gortari para que dejara de impulsar su estúpido proyecto y un buen día tuvo que aceptar que la UNAM era el motor del desarrollo cultural del país.