Opinión
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Lecciones de la historia
E

l Distrito Federal tuvo municipios libres, conforme a la Constitución de 1917, por poco más de diez años, hasta el 28 de agosto de 1928, fecha en que se aprobó la reforma propuesta por el entonces presidente electo Álvaro Obregón. Por cierto, este gobernante, que dio marcha atrás a puntos fundamentales de la Constitución que él mismo apoyó para que se promulgara y entrara en vigor, cuando era leal a Carranza, murió el 17 de julio de 1928, poco antes de que su reforma regresiva se aprobara; fue asesinado por un vecino de la capital, ciudad que él veía con cierto desdén de revolucionario norteño.

Durante muchos años, los habitantes del Distrito Federal vivimos sin disfrutar a plenitud los derechos políticos que los demás habitantes del país tenían, al menos en el texto de la ley; no elegíamos ni al gobierno central ni a las autoridades de los extintos municipios convertidos en delegaciones.

En la exposición de motivos del proyecto de reformas de la fracción cuarta del artículo 73 constitucional, los promotores tuvieron la franqueza o la ingenuidad de dar la razón que tuvieron para cercenar derechos a los capitalinos: evitar los riesgos de la democracia.

Tanto Obregón como Calles sabían que los habitantes del Distrito Federal podían, y frecuentemente lo hacían, organizarse para elegir a sus gobernantes locales. Conforme a la Constitución y al proyecto de Carranza, tenían ese derecho los habitantes de la ciudad de México y también los de los demás municipios: Gustavo A. Madero, Coyoacán, Mixcoac y los otros en que se dividía entonces el Distrito Federal.

Corrieron los años y en el último cuarto del siglo XX los capitalinos recuperamos nuestro derecho a elegir gobernantes locales. En diversos momentos la ciudadanía del Distrito Federal, antes y después, ha mostrado conocer sus prerrogativas políticas, actuar informada y estar politizada; no fácilmente se deja envolver por la publicidad.

Quienes se encuentran ahora gobernando el DF y sus delegaciones, y quienes aspiran a gobernar próximamente, no deben olvidar las lecciones de la historia; la población de esta ciudad es participativa y protesta en forma organizada cuando se toman medidas o decisiones sin contar con la opinión pública.

Es muy importante recordar que el cambio que exige nuestro país, con más urgencia que nunca, se inició ya en esta capital, y de ahí se extenderá a todo el territorio nacional. Hace unos años se decía que esta ciudad era muy peligrosa y que la delincuencia imponía sus reglas en amplios sectores del Distrito Federal.

A la llegada de los gobiernos progresistas, esta creencia se fue borrando y, con un trabajo constante y firme, la imagen de la capital cambió y lo que sucedía, esto es, que ciudadanos asustados emigraran a provincia en busca de seguridad, se revirtió, y ahora de muchas partes del país los ciudadanos en busca de seguridad y orden vienen al Distrito Federal y, lo mismo de los estados del norte que de las costas y de la meseta central, buscan avecindarse en la ciudad capital que, hospitalaria, les ofrece más oportunidades de trabajo y mayor tranquilidad y seguridad.

Quienes están transitoriamente arriba no deben nunca menospreciar la opinión y la participación de los gobernados; pueden engañarlos e imponerse eventualmente, pero a la larga mediante expresiones directas, en las calles y en las manifestaciones, o bien por la vía del voto, tarde o temprano les piden cuentas cuando lo hacen mal o no los escuchan, pero en el caso de la ciudad de México, por muchas razones históricas y culturales, la exigencia y la participación cívica son mayores.

Por ello, es bueno que gobernantes actuales y aspirantes a gobernar no pierdan de vista a los informados y participativos habitantes capitalinos, que no les cansen la paciencia, porque de lo contrario en las próximas elecciones podríamos encontrarnos con sorpresas y composición de fuerzas políticas inesperadas y diferentes.