Opinión
Ver día anteriorMiércoles 11 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EU: declinación y desaliento
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on la declinación del ex senador de Pensilvania Rick Santorum a seguir compitiendo en las elecciones primarias a la presidencia de Estados Unidos, el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney se convierte en el virtual abanderado del Partido Republicano para disputar la Casa Blanca al actual mandatario, Barack Obama, en los comicios de noviembre entrante.

La suspensión de la campaña de Santorum representa la salida de la contienda de un candidato relacionado con posturas cavernarias e impresentables en terrenos de libertad sexual y reproductiva, derechos sociales y civiles –particularmente los de las minorías– y del principio de separación entre las iglesias y el Estado, características que le granjearon simpatías en sectores ultraconservadores, como el Tea Party. En consecuencia, no han faltado interpretaciones que sugieran que la declinación de Santorum representa un desplazamiento del bando republicano al centro político, y un triunfo del sector más moderado de ese partido, aglutinado en torno a la figura de Romney.

Tal apreciación es cuestionable: si bien es cierto que el ex gobernador de Massachussets no ha incurrido en extremos de conservadurismo como los de su correligionario –quien entre otras cosas llegó a comparar la homosexualidad con el abuso sexual infantil y culpó a las universidades de la pérdida de fe de los jóvenes–, también es verdad que en meses recientes radicalizó su propio discurso con afán de convencer a los votantes estadunidenses de extrema derecha, y que algunas de sus posturas en temas como la reforma hacia un sistema de salud universal, las medidas de control y regulación de los grandes capitales y la inmigración indocumentada resultan indistinguibles, por retrógradas, de las del ex senador de Pensilvania.

Así pues, sin desconocer los matices existentes entre Romney y Santorum, la virtual candidatura del primero no marca diferencia alguna en la apuesta del Partido Republicano por regresar a la Casa Blanca en las elecciones presidenciales de noviembre entrante sobre la base del conservadurismo político y social, el neoliberalismo económico, el patrioterismo y la arrogancia imperial.

Ante tal perspectiva, la falta de estatura política del virtual contendiente republicano –manifiesta en su incapacidad de lograr una victoria aplastante y contundente sobre sus competidores– y el hecho de que Barack Obama sea colocado como favorito en los distintos sondeos podrían ser elementos de tranquilidad para la sociedad estadunidense y para el mundo, de no ser porque el propio mandatario sigue sin poder escapar, en su campaña por la relección, de las ambigüedades y las contradicciones que han caracterizado su periodo presidencial.

Por un lado, Obama dice impulsar el programa de reformas sociales que formaba parte de su candidatura en 2008 y redita promesas incumplidas, como la de lograr una reforma que regularice la situación de millones de migrantes que viven en el vecino país; por el otro, el primer político afroestadunidense en ocupar la Casa Blanca ha derivado, acaso con la intención de seducir a los sectores conservadores, en la postura tradicional belicista, arrogante y falta de comprensión del orden internacional que caracterizó a su antecesor en el cargo, como queda de manifiesto con su hostilidad hacia Irán y Corea del Norte. Y aunque las críticas formuladas por Obama en contra de Romney han consistido hasta ahora en presentar al segundo como representante de los grandes capitales y las empresas, lo cierto es que el propio mandatario ha sido incapaz de meter en cintura a los intereses especulativos que causaron el descalabro económico de 2008-2009.

Así pues, habida cuenta de los perfiles de quienes se disputarán la oficina oval en noviembre próximo, la sociedad estadunidense y la comunidad internacional enfrentan una disyuntiva poco alentadora: la continuidad de un gobierno que ha sido decepcionante e incapaz de remontar las inercias legadas por su antecesor, o una alternancia que implicaría la profundización de la rapiña económica, el militarismo y el colonialismo, la fobia antimigrante, la insensibilidad hacia los problemas sociales y otros rasgos proverbiales y desastrosos de la superpotencia.