a semana pasada Jenna Talackova, de 23 años, considerada en los certámenes de belleza una de las mujeres más hermosas de Canadá, fue aceptada finalmente para participar en el concurso en el que se elige a la representante de ese país en Miss Universo. Algo que parecería tan banal como una pasarela en la que se promueve una concepción estereotipada de lo femenino, adquiere, sin embargo, gran importancia, pues la joven, originaria de Vancouver, fue reconocida al nacer como niño.
En efecto, durante la infancia y la adolescencia, Jenna contaba con todos los atributos biológicos de un varón. Pero rebelándose ante esta condición, se sometió a los 16 años a tratamientos hormonales y a los 19 a una intervención quirúrgica para cambiar de forma irreversible su sexo. Ahora es una mujer, reconocida legalmente como tal y protegida por las leyes contra la discriminación, por lo cual, al menos teóricamente, hoy está en condiciones de ser elegida la mujer más bella del planeta.
La transexualidad, también llamada disforia de género (disforia del griego difícil llevar
, y contraria a la euforia) es una condición en la que una persona está inconforme con su sexo biológico y expresa de distintos modos su deseo de ser, vivir y ser tratada como del sexo opuesto. Desde un punto de vista sicológico, y recurriendo al lugar común –que en este caso resulta útil–, se trata de mujeres atrapadas en el cuerpo de un hombre, o de hombres en un cuerpo femenino. La incomodidad que produce poseer caracteres sexuales que no corresponden con la propia identidad sexual y de género, puede derivar en estrés y problemas a nivel familiar, ocupacional y social. Por ello no es extraño que se recurra a procedimientos hormonales y quirúrgicos para restablecer un fenotipo que corresponda con las verdaderas identidades.
Es importante señalar que se trata de algo muy distinto a la intersexualidad (como el hermafroditismo o seudohermafroditismo, ahora llamados desórdenes del desarrollo sexual). Se trata de una condición muy diferente, pues en este caso no existen datos fehacientes de alteraciones genéticas o ambigüedad orgánica.
En algunos medios se le considera una enfermedad mental; por ejemplo, en la cuarta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DMS, por sus siglas en inglés), cuya autoridad para algunos es incuestionable –opinión que no comparto, pues ha incurrido en el pasado en errores garrafales, como considerar, hasta antes de 1973, a la homosexualidad como patología. También en la Clasificación Internacional de Enfermedades (IDC-10 por su abreviatura en lengua inglesa), que incluye al transexualismo en un capítulo titulado Desórdenes de la identidad de género
, por cierto, avalada por la Organización Mundial de la Salud.
Es de esperar que con el tiempo esto cambie, como puede constatarse en los adelantos publicados para la quinta edición del DMS y en algunos estudios médicos (ver este mismo espacio en La Jornada 3/4/12).
Sin embargo, la medicina y la sicología evolucionan lentamente. Resulta interesante observar que a nivel social, contrariamente a lo que se piensa, en el caso de la transexualidad las leyes han reaccionado más aprisa que los criterios científicos
expresados en el DMS-IV y el IDC-10.
El desarrollo de las legislaciones para la protección de los derechos humanos ha dado en varios países sustento y protección legal a las personas que cambian de sexo. Lo anterior muestra que hay una transformación en la que las leyes avanzan mientras otros sectores se van quedando rezagados y confirma, a mi juicio, las tesis de Michel Foucault sobre el papel de la medicina, la sicología y las leyes como dispositivos de control de la sexualidad humana, los cuales, sin embargo, se mueven, aunque de forma no sincrónica.
En algunos países como el Reino Unido, por ejemplo, se ha establecido legalmente que el transexualismo no puede considerarse enfermedad mental ni de algún otro tipo. Entre los factores sociales asociados a estos cambios, no puede desconocerse la labor de las organizaciones civiles que luchan por los derechos de las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgéneros.
La aceptación de Jenna Talackova en el certamen de belleza, al que me referí al principio, no ha sido un proceso exento de obstáculos. Sin embargo, las leyes en Canadá figuran entre las más avanzadas en la defensa de los derechos humanos y le han otorgado su respaldo. Jenna cuenta con acta de nacimiento, pasaporte y otros documentos oficiales que la acreditan legalmente como mujer. Inicialmente fue descalificada y su nombre borrado del listado de finalistas, pero ante la advertencia de emprender acciones legales por discriminación contra el magnate Donald Trump, dueño de los concursos Miss Universo internacional y de su versión canadiense, se produjo una rectificación, y ahora forma parte de las mujeres más hermosas del mundo, de acuerdo con los estándares y concepciones impuestos en esas competencias.
Lo interesante aquí es que el transexualismo abre un boquete, que parece ser definitivo, en una actividad humana que promueve esas nociones sobre la belleza femenina.