El único, no el último
na joven lectora pregunta si morir con dignidad depende de la actitud del moribundo, del entorno afectivo y atención médica que lo rodeen, o de todo junto
. Le respondo, en opinión estrictamente personal y a partir de de algunos aleccionadores e inolvidables testimonios, que cada cabeza es una muerte y que la experiencia de ésta es individual, única e intransferible.
Por ello queremos ver a la muerte como ajena, como de los otros, de preferencia extraños o presencias antipáticas, aunque a diario los que mueren, conocidos o no, nos restrieguen nuestra condición de mortales y además con un final incierto en tiempo y forma. Así, la inevitable muerte, trátese de un exitoso o de un cualquiera ante la sociedad, por el milenario ofuscamiento de ésta se nos vuelve amenaza, castigo, frustración.
Esta ordinaria condición ineludible de mortales, de seres que inevitablemente tenemos que morir por el simple hecho de haber nacido, es problematizada y dramatizada por falta de matices, por defectuosa educación, costumbres irreflexivas y cantidades industriales de prejuicios civiles y religiosos en torno a la muerte. Se entiende: la muerte humana por natural, no el asesinato indiscriminado al defender a la patria, o por combatir los buenos a los malos, o por quedarse sin aliento frente a una máquina o una magra cosecha, o por ser un jubilado que prefiere matarse a tener que rebuscar comida en la basura
. Esos son crímenes conforme a derecho.
Morir con dignidad dependerá entonces no sólo de la solidaridad y de una infraestructura médica que acorte o prolongue la agonía, sino además de cómo se haya enfrentado la propia vida y nuestra condición de mortales, no obsesionados o amedrentados por ese ineludible pero azaroso final, sino con los ojos abiertos para vivir cada día con la alegre certeza de que es el único, no el último. Ello expande la vida, afina los sentidos y atenúa los miedos.
Temer es de los ingredientes más eficaces para una vida escasa de espíritu y una muerte poco digna, tras una existencia acobardada ante lo inevitable y sin poder llevarnos, si bien nos va, más que los trapos con que cubran los restos de quienes fuimos. Requisito indispensable para amar, dormir, meditar e incluso estornudar, es la disposición a disolvernos, a soltar y a soltarnos. Si tememos a la muerte, disolución extrema, también tendremos miedo al amor, al sueño, a la meditación y en peligro a estornudar.