a crisis económica en Europa no amaina. Este hecho es en sí mismo relevante por la magnitud de su efecto adverso en la actividad económica, es decir, en la producción y el empleo. Se trata del conjunto de las economías más ricas del mundo. Apenas empiezan a advertirse algunos signos positivos cuando al poco tiempo aparece una nueva recaída y síntomas claros de la fragilidad financiera que prevalece.
Así se trate de los dos rescates de Grecia o de los ajustes impuestos por el nuevo gobierno español, la crisis no se aplaca y los inversionistas exigen mayor precio por los capitales que colocan en la deuda europea. Es una carrera en círculos, como el perro que trata de morderse la cola. Y esos son apenas los casos más sonados en los días recientes. Quedan aún muy expuestas las economías de Italia, Portugal e Irlanda.
En fin, que una vez más la directora del FMI, la señora Lagarde, advierte que la situación griega es muy precaria, las cuentas públicas no se cierran y que aquel gobierno podría declararse en quiebra y, en efecto, salir del euro. Funcionarios griegos admiten que se necesita un tercer rescate para lograr un precario balance en las finanzas.
Si Grecia quiebra habrá una presión todavía más fuerte sobre España. Ahí, el gobierno del Partido Popular ahonda de modo permanente los recortes del gasto y busca elevar los ingresos con aumentos de impuestos. Nada alcanza, sin embargo, en un entorno de creciente recesión económica y enorme desempleo. El espacio de un mayor ajuste es el de los servicios públicos: sanidad y educación.
En el horizonte está el uso de los recursos del fondo de estabilización europeo; pero eso exhibiría lo débil que es hoy la economía española y que los bancos son los más frágiles de la región. El gobierno se resiste pues ha empeñado su capital político, ganado en las pasadas elecciones, en su capacidad para administrar la crisis.
Por su parte, el gobierno alemán, que en efecto maneja las riendas en la Unión Europea exige más de lo mismo. Los burócratas de Bruselas hacen el trabajo de apretar el pescuezo, eso sí, con una convicción a toda prueba.
El ajuste recesivo es cada vez más oneroso, no alcanza para cubrir los hoyos fiscales en buena parte de Europa y pospone la posibilidad de un renovado crecimiento al bajar los niveles de inversión, consumo y gasto social. El debate político es bastante tímido y la gestión de la crisis se sustenta en criterios técnicos ortodoxos que se mantienen ajenos a cualquier crítica.
La situación es muy similar a la que analizara Harold Laski en un ensayo publicado en 1929: Los peligros de la obediencia. Ahí, dice que los ciudadanos no nos cansamos de repetir que no somos responsables por los actos de los gobiernos, pero la verdad es que éstos subsisten porque nosotros los consentimos
. Advierte que nos reprimimos para evitar las consecuencias de transgredir las normas tal y como son impuestas. En el caso que nos ocupa puede añadirse que consentimos a los gobiernos cuando alientan el gasto y las deudas excesivas y, luego, cuando contraen de modo rotundo.
En Estados Unidos la crisis no es, en esencia, menor. El gobierno de Obama la ha encarado de forma distinta que en Europa. La Reserva Federal ha expandido grandemente la liquidez y junto con las medidas fiscales se ha evitado una recesión profunda. Pero el crecimiento no se afianza y tras efímeros avances vuelven las recaídas. En marzo cayó de nuevo el número de empleos creados, sólo 120 mil (la expectativa eran 205 mil), es la cifra menor desde octubre. La tasa de desempleo bajó marginalmente porque la gente ha dejado de buscar trabajo.
La discusión con respecto a la política económica es ruda. La izquierda argumenta que las medidas monetarias y fiscales no han sido suficientes para alentar la expansión productiva. La derecha critica ferozmente y arremete contra el banco central y la gestión del gasto. Los candidatos republicanos que optan por enfrentar a Obama en las próximas elecciones son, sin excepción, contrarios a la gestión de la demanda agregada y se aproximan a los criterios europeos de contracción para lograr un ajuste, con el que creen que sentarán las bases para el crecimiento.
Así que el entorno externo de la economía mexicana no mejora y cualquier expectativa de crecimiento, así como la formulación de las políticas públicas del próximo gobierno, están sujetas a una creciente incertidumbre sobre cómo se desenvuelva la crisis financiera global.
No en balde en Banco de México ha tomado medidas de prevención. El gobernador Carstens ha señalado que las reservas internacionales suman ya 150 mil millones de dólares, a las que se añaden una línea de crédito de otros 75 mil millones, lo que rebasa el total de las deudas pública y privada del país.
Este seguro es necesario en la situación prevaleciente, pero es muy caro y, además, el escenario está sujeto directamente a la recuperación estadunidense. Pero no puede descartarse un efecto negativo proveniente de la debilidad de los bancos extranjeros que operan en el país, así como de los grandes vaivenes de los flujos de capital que repercuten de modo amplio en las condiciones de la producción y el valor del peso.