Opinión
Ver día anteriorDomingo 8 de abril de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Hospitales virreinales
L

os hospitales para pobres que se crearon en la Nueva España durante el virreinato con características muy propias, tienen raíces en el pensamiento de grandes figuras religiosas de la Europa renacentista. Podemos mencionar a Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, fray Luis de León y San Juan de la Cruz. De acuerdo con doña Josefina Muriel, a estas ideas se sumó la visión racionalista de Tomás Moro, según nos platica la notable historiadora en su obra Hospitales de la Nueva España.

Del primer nosocomio que tenemos noticias precisas es el de la Concepción de Nuestra Señora, ahora conocido como de Jesús; éste fue obra personal de Hernán Cortés, quien expresa en su testamento que se ha de hacer en reconocimiento de las gracias y mercedes que Dios le ha hecho en el descubrimiento y conquista de la Nueva España ... e para descargo e satisfacción de cualquier culpa o cargo... que pudiera agraviar su conciencia.

El resultado fue un magnífico hospital con su iglesia adjunta y con los sistemas más avanzados de la medicina de la época. Ahí se efectuaron las primeras autopsias para la enseñanza de la Real y Pontificia Universidad y fue el sitio en que se redimió fray Bernardino Álvarez, al cuidar con devoción a los enfermos más pobres.

La institución fue tan bien planeada por el conquistador que hasta la fecha existe. Por muchos años se sostuvo de las rentas que para el efecto dejó destinadas Cortés y de la obligación que estableció a sus herederos de velar por su mantenimiento; así, durante 400 años ellos estuvieron vinculados a la administración del Hospital de Jesús, hasta 1932, en que pasó a manos de médicos eminentes.

Resulta notable que aun exista y continúe con la misma función, pero más milagroso es que conserve sus hermosos patios, escaleras, artesonado y unas pinturas grutescas impresionantes. Hay que aclarar que toda esta belleza está envuelta por una poco agraciada construcción del siglo pasado, la que hay que penetrar por alguna de su oscuras entradas rodeadas de comercios, para admirar el interior. La iglesia adjunta luce en la bóveda del coro una de las obras más importantes de José Clemente Orozco: Apocalipsis.

Otro hospital importante fue el de San Juan de Dios, fundado por los piadosos juaninos en 1604; esta orden se caracterizaba por atender a los más pobres de los pobres y con las peores enfermedades excepto locos, leprosos y sifilíticos, que tenían nosocomios especiales. Durante un siglo y medio fue una institución modelo por su excelente atención a los enfermos que llegaban a más de cinco mil al año.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII la dedicación juanina había decaído, al igual que la de los otros hospitales y había corrillos entre la población denunciando este hecho; era popular el dicho si malo es San Juan de Dios, peor es Jesús de Nazareno, refiriéndose a los sanatorios que hemos mencionado. Así vemos que esas quejas que aún subsisten sobre nuestras instituciones de salud, no son nuevas.

El Hospital de San Juan de Dios sufrió a través de sus 300 años de vida múltiples vicisitudes, entre otras un gran incendio en el siglo XVIII que requirió su reconstrucción, lo cual resultó positivo ya que surgió un edificio mayor y más bello, que es el que existe hasta la fecha. En los años 70 del siglo XX, tras varios años en el abandono fue restaurado para alojar al Museo de Artes Aplicadas Franz Mayer, con las colecciones del anticuario alemán cuyo nombre lleva el museo, radicado en México desde 1905 hasta su muerte, en 1975.

El edificio es de una gran belleza al igual que la iglesia adjunta, aún dedicada al culto. El enorme patio principal con su fuente de azulejos y fresco verdor, tiene mesitas en los pasillos para reposar frente a un café con un pastelillo o un emparedado. Es uno de los sitios más gratos en que pueda uno estar, después de haber disfrutado sus excelentes exposiciones temporales o la colección permanente, que nunca cansa.