Con lleno total, comenzó la temporada del cuento clásico en el Castillo de Chapultepec
La delicadeza y destreza técnica de los bailarines de la compañía, dirigida por Sylvie Reynaud, el llamativo vestuario, efectos e iluminación, podrán disfrutarse hasta el 22 de abril
Domingo 8 de abril de 2012, p. 2
Con un lleno total en el patio del Castillo de Chapultepec, una noche de Luna y claridad y una atmósfera de magia medieval fuera de toda duda, en especial para los espectadores más pequeños, comenzó la nueva temporada de La bella durmiente, de la Compañía Nacional de Danza (CND).
El conocidísimo cuento del escritor Charles Perrault no distrajo la expectación del público, que más que explorar los contenidos, entramados y sustancias de la historia se mostraba sobre todo interesado en las formas.
Así que los llamativos vestuarios, los tutús, los tocados, las diademas, las pelucas nobiliarias, la escenografía, las sillas monárquicas, los pendones, los escudos, las luces, sus colores, el hielo seco que antecedía a la resentida hada Carabosse y hasta el caballo y el carruaje de los príncipes Aurora y Desiré, fueron el centro de atención.
Así sucedió de manera principal con las formas y los movimientos por antonomasia en el mundo de las artes: los de la danza, los del ballet clásico y su delicadeza, gracia y destreza técnica, con sus giros, frenos, saltos, puntas y piroutes.
No importaba si el paso de una situación a otra –así las separaran 16 o 100 años– se diera con sólo ir a oscuros; si los integrantes e invitados de la corte no danzaran y estuvieran casi siempre de pie, casi incómodos; o si el rey Florestán y la Reina estuvieran hasta el fondo y al extremo del escenario, a veces confundidos entre los súbditos.
Como tampoco cabía la pregunta inútil de ¿por qué se les olvidó invitar a Carabosse al bautizo de Aurora, si aquella era tan vengativa y poderosa? O, ¿por qué, cuando se celebraban los 16 años de la princesa, el hada mala se le pudo acercar a regalarle un nuevo huso de oro para que se pinchara y muriera, sin que nadie, ni las hadas buenas, lo impidieran?
Menos aún importaba dónde quedó el polvo que el tiempo deposita sobre cualquier materia, mientras todo el reino dormía un siglo entero. ¿Qué fue, en tanto, de los reinos vecinos o de los animales del bosque? ¿Cómo daban mantenimiento al enorme castillo?
O, ¿qué fue de Carabosse y de las otras cuatro hadas: la de los Jardines Encantados, la de la Fuente de Cristal, la de los Pájaros Cantores y la de la Vid Dorada?
¿Por qué Desiré se enamoraba tan pronto de Aurora, a quien sólo había visto unos segundos, dormida desde hacía 100 años, y sin conocer su voz, su mirada y su carácter? Y, sobre todo, ¿qué sucederá cuando se percaten de que la princesa tiene ya 116 años y su esposo, a lo mucho, 20?
Nada de eso venía al caso, como tampoco las diferencias y coincidencias de esa encantadora fantasía medieval con las vulgares fantasías electrónicas de la era neoliberal y globalizada.
Por eso quizás la libérrima y siempre gozosa parte final de La bella durmiente, en la que sin razón extraliteraria alguna –por otro lado innecesaria en este caso– aparecen a bailar en la boda: ¡El Gato con Botas, la Gatita Blanca, el Pájaro Azul, la princesa Florine, Caperucita Roja y el Lobo!, todos ellos también creaturas de Perrault.
Realmente encantados, Aurora (Aurora Vázquez, Agustina Galizzi y Blanca Ríos) y Desiré (Érik Rodríguez, Harold Quintero y José Urrutia) corresponden a esos seres, a la corte, a los reyes y al público con el mejor momento dancístico de toda la obra, solos y en pareja.
De tal modo que la narrativa de Perrault, la bella música del maestro Chaikovsky, la coreografía original de Marius Petipa y la adaptación de Jorge Cano, con música grabada de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, sólo tuvieron que subirse de nuevo al tren de la tradición artística clásica, de la gratificante convención espectáculo-espectadores.
Ese es por estos días, y hasta el 22 de abril, el encantador y nada soporífero trabajo de la Compañía Nacional de Danza, dirigida ahora por Sylvie Reynaud, con la participación de la Compañía Nacional de Danza Folklórica y la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea.