De promotores, criadores, prohibidores y defensores
ada día es más difícil aludir, sin ofender a la inteligencia, al comportamiento de los involucrados en la fiesta de toros en nuestro país, pues se sabe que fuera de España esa tradición fue dejada más que a su originalidad a los particulares criterios de inversionistas autorregulados que de la ciudad de México a Lima, pasando por Quito, Bogotá y Caracas, simplemente confundieron la globalización del toreo con la hispanización del negocio a costa de los propios países.
En la recién concluida temporada grande 2011-2012 en la Plaza México se otorgaron medio centenar de orejas y tres rabos; en esa aldeana obsesión por los trofeos y no por la grandeza, donde los figurines importados nuevamente hicieron de las suyas, desplegando maestría y arrojo frente a novillones dóciles o de plano parados, y una vez más el promotor dio la espalda a la afición al ofrecer combinaciones infames, incluir cartuchos quemados, dejar fuera a diestros que realmente interesan y no repetir a toreros mexicanos que triunfaron –el dinero se destina a extranjeros ventajistas consentidos de la empresa.
Sin embargo, los críticos positivos echaron las campanas al vuelo, calificando el serial de grandioso
, no obstante la alarmante mansedumbre generalizada, pues de 135 toros lidiados, incluidos varios de regalo, con trabajos se salvaron seis o siete ejemplares verdaderamente bravos, con calidad y transmisión. Si ejes viales y deportes de alto riesgo siguen cobrando más víctimas que el toreo, la explicación no es un mayor nivel técnico en los diestros, sino una inexcusable disminución de la casta en las reses por los ganaderos. De edad, trapío y astas íntegras, mejor ni hablar, por lo que gradas vacías y tedio fueron puntuales asistentes al desprestigiado coso.
Los jueces de la Plaza México, cuyo manirroto criterio para conceder apéndices irrita a los exigentes que van quedando, reflejan, más que falta de conocimientos o de carácter, la nefasta politización de la fiesta de toros en el país, en manos de potentados solapados por funcionarios, y a quienes lo último que interesa es la autenticidad de la tauromaquia y lo primero llevar esta fiestecita en paz, sin hacer olas ni caer en exigencias que molesten a unos y a otros, mientras el público, cada día menos informado, paga por lo que no ve. Esta falta de compromiso de las autoridades del DF y delegacionales se refleja necesariamente en unos jueces de plaza atados de manos, e incluso advertidos de no tomarse en serio, sino de acatar órdenes extrataurinas. Así no hay tradición que resista.
Ante este panorama sustentado en el voluntarismo y mediocridad de unos y la indiferencia y el silencio de otros, incluso directamente perjudicados, no es de extrañar que la inefable Asamblea Legislativa del Distrito Federal, con brújula para la politiquería pero sin imán para apoyar las causas ciudadanas, con la misma frivolidad de los autorregulados dueños del espectáculo taurino y de los funcionarios que los encubren, se enfrasque en la holgazana tarea de prohibir en vez de legislar con relación al espectáculo taurino en el DF.
Revestidos de la actitud seudomodernizadora y de la incultura compasiva adoptada por los separatistas catalanes, estos jóvenes metidos a legisladores han preferido ignorar aspectos medulares de la fiesta, cuya revisión y eficaz legislación es imperiosa, como serían el desmantelamiento gradual de una tradición centenaria, gracias a la ineficaz autorregulación de sus promotores; los criterios de otorgamiento de licencia de funcionamiento de un coso; sanciones y causas de revocación de ésta cuando se incumple la Ley para la Celebración de Espectáculos Públicos en el Distrito Federal, y la convocatoria para escuchar, con cuestionamientos sustentados, a los indolentes aficionados y a los diferentes sectores implicados. Ello sería abordar el tema con verdadero espíritu legislativo, no con demagogia.
Abolir una tradición, en lugar de tomarse el trabajo de meter en cintura a la mafia de potentados que se apropió de la fiesta de toros en México, es lo único que se les ocurrió a estos asambleístas acomodaticios. Pero como en todo crimen que se respete, hay que preguntar: ¿A quienes beneficia el asesinato de esta tradición? Lo bueno es que el grupo Bibliófilos Taurinos de México ya declaró triunfador de la pasada temporada a Julián López El Juli. Con estos defensores, lo mejor que puede pasarle a la fiesta de los Alemán y de los Bailleres es que desaparezca.