na de las exportaciones más redituables para los bolsillos del pueblo mexicano ha sido, sin lugar a dudas, la venta de fuerza de trabajo en Estados Unidos. La historia empezó tan atrás como la fiebre del oro en California, en lo que habían sido los territorios mexicanos. Hacia allá fueron cientos de mineros, inmigrantes propiamente dichos, a trabajar en la minas de los estadunidenses.
Cuenta Carey McWillians en su famoso libro Al norte de México (1968), que en los años 50 del siglo XIX un minero apellidado Comstock se quejaba de metales bajos y materiales azules
que dificultaban la tarea de aislar el oro, un minero mexicano que pasaba por ahí al ver las piedras azuladas gritó emocionado: ¡plata, plata, mucha plata!
Sólo entonces Comstock se dio cuenta que estaba frente a una de las minas de plata más ricas del mundo.
No obstante, la ruta hacia California era complicada en aquellos años y tenía que hacerse por mar. Los migrantes partían del puerto de Acapulco. Allí se juntaban con otros latinoamericanos buscadores de fortuna y con experiencia minera, como peruanos y chilenos. De aquellas épocas quedaron en la tradición popular las famosas chilenas
de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, que no son otra cosa que cuecas chilenas traídas por los inmigrantes.
Pero el verdadero flujo migratorio de mano de obra mexicana a Estados Unido empezó en 1884 con la llegada del ferrocarril a Ciudad Juárez y su conexión con El Paso, Texas, y toda la red ferroviaria del vecino del norte. Se puede afirmar que desde ese día se selló una alianza permanente entre la oferta de mano de obra barata mexicana y la demanda de trabajadores no calificados por parte de Estados Unidos.
México es un país de emigrantes, aunque haya tenido que pasar más de un siglo para que se reconociera como tal. Sólo en años recientes se ha tomado conciencia de la importancia y relevancia del fenómeno migratorio en nuestro país.
Más aún, según el Banco Mundial, México figura en su informe de 2011 como el primer país exportador de mano de obra a escala mundial con 11.8 millones de emigrantes. En segundo lugar se ubica la India, con 11.4 millones; en tercero Rusia, con 11.4, y en cuarto lugar China, con 8.3 millones.
Pero así como las cifras sobre la población suelen ser bastante confiables, las de emigración no lo son. Ocupar el primer lugar en cuanto a exportación de mano de obra a escala mundial es, ciertamente, una noticia alarmante. Como quiera, cuando de cifras migratorias se trata, es mejor leer entre números.
En efecto, las cifras de los migrantes mexicanos son confiables, pero las de los indios, rusos y chinos no lo son. O por lo menos habría que discutirlas. En el caso de la migración México-Estados Unidos ha habido un avance notable en cuanto a la medición del flujo de indocumentados. Las cifras del medio académico, en especial las elaboradas por el Pew Hispanic Center, con Jeff Pasell a la cabeza, coinciden básicamente con las cifras de la Migra (DHS).
Desde hace varios años se utiliza el mismo método estadístico para determinar la cifra de migrantes indocumentados, que es la más difícil y complicada de elaborar. Y tiene un grado de confiabilidad muy alto, con un margen de error cercano a 5 por ciento. Por el contrario, en Europa, la contabilidad de la migración irregular está en una fase inicial y el anterior esfuerzo realizado por la Comisión Europea, con el reporte Clandestino
de 2009, estima una población entre 1.9 y 3.8 millones de migrantes irregulares. Con semejante margen de error, cercano a 100 por ciento, se puede concluir que sus métodos de medición y control son bastante limitados.
Sucede algo similar con las cifras de India y China. En el caso de India existen diversas categorías de migrantes y de nacionalidades, lo que hace complicada la contabilidad y la distinción entre la diáspora y los migrantes. El sistema colonial inglés dispersó a la mano de obra de origen indio por el mundo entero. Los trabajadores indios, al igual que los culíes chinos, fueron la alternativa más eficaz para cubrir los faltantes de mano de obra de las colonias, cuando se suprimió la esclavitud.
En el caso de China, el Banco Mundial registra tan sólo a 8.3 millones de migrantes. Pero en el medio académico se considera que sólo en el sudeste asiático (Indonesia, Tailandia, Malasia y Singapur) hay 8 millones de emigrantes chinos y repartidos por otras partes del mundo hay otros 12. La diáspora china (que incluye a los migrantes y a los de segunda y tercera generación) ha sido estimada entre 35 y 40 millones.
A diferencia del caso mexicano, que se trata de una migración unidireccional (98.7 por ciento se dirige hacia Estados Unidos) los casos indio y chino se caracterizan por su notable dispersión, y esto complica su contabilidad.
En el caso de Rusia las cuentas se explican por otro tipo de razones. La URSS estuvo completamente cerrada a la migración en sus dos vertientes, no se podía entrar ni salir. Pero al interior del imperio ruso había una gran movilidad. Los rusos estaban repartidos por todas las repúblicas, mientras que ucranianos, moldavos y armenios podían vivir en Moscú, se trataba de una migración interna. Pero con la independencia de las repúblicas, estos migrantes internos pasaron a ser migrantes internacionales. No se movieron de lugar, pero son migrantes estadísticos: se movieron las fronteras no las personas.
Como quiera que sea, México figura entre los cinco primeros países exportadores de mano de obra. Y es una realidad que no podemos ocultar ni desdeñar. Más de 10 por ciento de los mexicanos radican en el exterior, lo que ubica a nuestro país entre los exportadores masivos de personas.