Elisa y sus amigos
ara el público vibrante que colmaba el teatro del Palacio de Bellas Artes la noche del 20 de febrero, la presencia de la primera bailarina de la Ópera de Berlín, la mexicanísima Elisa Carrillo Cabrera, y de los bailarines extraordinarios que la acompañaban, miembros de renombradas compañías del mundo, revestía una significación especial y emocionante.
Elisa, de hecho, parece ser la única bailarina mexicana triunfadora en Europa y en el complejo mundo del ballet a gran nivel, aunque la gran chilena mexicana Lupe Serrano logró el estelar en el afamado American Ballet Theatre de Nueva York, en los años 50 y 60, y hubo fuertes rumores de la presencia importante de otra mexicana en el ballet de Stuttgart, Ana Cardúz, de quien perdimos la pista hace años.
Doña Elisa es una hermosa y dotada criatura originaria de Tlaxcala, que se inició en las artes de Terpsícore en la Academia de la Danza Mexicana, para después recorrer las aulas de los mejores profesores en Europa y Estados Unidos.
El coraje y la decisión de esta joven valerosa y audaz, así como el apoyo de su familia y una férrea disciplina, florecieron permitiéndole bailar en los mejores teatros del mundo como primera bailarina.
En la gala Elisa y sus amigos los bailarines mostraron calidad y fortaleza técnica, pues no había a cuál irle, ya que todos tenían un imponderable dominio académico y gran sentido artístico. El virtuosismo y el carisma se proyectaron a raudales en el enorme foro del Palacio de Bellas Artes.
La reacción del público fue apoteósica; había gente que parecía romperse las manos aplaudiendo, mientras gritaba bravos.
En su primera participación de un total de tres, Elisa bailó una Giselle perfecta, acompañada de Semyon Chudin, del Ballet Bolshoi, también en una interpretación exacta e impactante por su increíble figura y proyección. Ambos mostraron la calidad de sus conocimientos, dominio técnico y una sensible interpretación del drama de la joven engañada, pero llena de amor aún más allá de la muerte.
En la segunda intervención, Elisa, ahora con su esposo, Mikhail Kaniskin, también del ballet de la Ópera de Berlín, interpretaron un sui géneris pas de deux, en el que, con humor y juego ligero de formas y posiciones, hicieron una parodia del rigor académico de las secuencias y combinaciones del código balletístico, naturalmente dominado a la perfección. Ofrecieron un simpática faceta, que hizo las delicias de los apasionados del ballet, quienes rieron a carcajadas y aplaudieron las puntadas de Elisa, aludiendo a lo circense del ballet. La coreografía es de Christian Spuck.
Con clara intención de mostrar la apertura conceptual de coreógrafos y bailarines, se presentaron temas y estilos de variada índole, de notable versatilidad. Finalmente, Elisa interpretó una Llorona mexicana, cantada espléndidamente por la soprano Gloria de la Cruz y los trovadores de Rogelio Gaspar. La coreógrafa Xenia Wiest mostró a una Elisa diferente, en una especie de danza moderna. La coreografía fue un homenaje a los mexicanos. El público lo captó y, perfectamente entregado a la bailarina, aplaudió sin reparos.
Otro hecho importantísimo es que México cuenta con una bailarina de nivel mundial, auténtica, verdadera, lo que significa el fortalecimiento de la danza clásica en este país. Elisa y su esposo pueden considerarse unos de nosotros, y no sería difícil que colaboraran en el desarrollo del ballet profesional en México.
La Compañía Nacional de Danza participó con Onegin en esta memorable función.
Tras casi tres horas de función, maratón de virtuosismo y arte, los nombres de los amigos de Elisa quedaron sembrados en el gusto y el corazón de un público apasionado. Ellos son: Ashley Bouder, Jared Angle, Semyon Chudin, Mikhail Kaniskin, Anastasia Matvienko, Denis Matvienko, Vladimir Malakhov, Evan MacKie, Nadja Saidakova, Iana Salenko y Dino Tamazlacaru.