uillermo Santamarina afirma ser el explorador (no curador), porque creo que eso sería imposible) de la nutrida muestra exhibida en la galería central de este universo de cemento y de corredores que alberga varias de las más importantes dependencias artísticas de nuestra capital, el Centro Nacional de las Artes (CNA).
Allí se exhibe Ciudad Bragar, México, como homenaje al pintor Phil Bragar nacido en Nueva York en 1925 y aposentado en nuestro país, de una vez por todas, en 1954. Llegó y se inscribió en La Esmeralda (Centro Histórico), donde permaneció hasta 1959.
No es una retrospectiva, sino una seleccicón de lo que ha realizado aproximadamente en las pasadas dos décadas.
Decir que es expresionista
es decir todo y nada. No guarda nexos con los expresionistas canónicos (del tipo Beckman y José Clemente Orozco), aunque algo tiene que ver con Rouault y Kirchner, pero más por afinidad que por influjo. Sus distorsiones le depararon una maniera directa, brusca y rápida que lo ha acompañado a lo largo del tiempo, sin que aparentemente le haya importado demasiado ni la fama ni las ventas, lo que lo ha movido es su absoluta compulsión a expresarse, cosa que conocemos quienes hemos seguido su trayectoria a través no sólo de sus exposiciones (las ha tenido en el Museo de Arte Moderno, en Bellas Artes y en muchos otros sitios, señaladamente en la Galería Pecanins), sino igualmente de su trato personal.
Pudiera advertirse que sus pinturas parecieran destinadas a ser emplomados, aunque eso es un dislate, porque nunca pensó en llevarlas al vitral. La brocha, el pincel, la espátula y ocasionalmente la acumulación de densos grumos de pigmento acompañan sus configuraciones en las que –salvo una excepción a la que me referiré después– ofrecen siempre rostros humanos o figuras erectas, cortadas o vueltas de cabeza.
Se exhiben algunas esculturas, todas negras, todas de madera y todas acompañadas de clavos, resultan emblemáticas de sus inquietudes miedos y frágiles conquistas
, como anota Santamarina en la cédula de sala.
Esta vez Phil prescindió de una costumbre suya que siempre he alabado. Solía imprimir una especie de suplemento en papel periódico, tamaño tabloide, que daba cuenta de sus quehaceres. Ahora recurrió a otro medio: señalizó la puerta de la galería recubriéndola con un plástico engrapado, con impresiones que muestran algunos de sus motivos, incluyendo del lado derecho su fotografía de cuerpo entero.
Hay autorretratos suyos, pero debo confesar que todos ellos (o retratos de diversas personas) que ha realizado, se parecen más que nada a sus propias configuraciones, sean estas aisladas o en grupo.
Aunque Phil Bragar, igual que otros colegas suyos nacidos allende nuestras fronteras (pienso en su tocayo irlandés, Phil Kelly y viendo para atrás, en el propio Pablo O’Higgins) es más mexicano que los nopales o el mole de olla, los mexicanismos no son frecuentes en su obra, salvo en la serie en la que rindió homenaje, a través principalmente de Coatlicue, al hombre prehispánico
, acompañado de algunas glosas: de máscaras o piezas de cerámica.
Se exhiben dos series de obras gráficas que constituyen puntos de observación importantes, porque permiten detectar sus predilecciones formales. Me refiero a las litografías que realizó sobre Los mandamientos de la ley de Dios, en los que ilustró principalmente las prohibiciones, como: Thou shall NOT commit adultery , aunque el más cómico es el que ordena honrar al padre y a la madre, como si fueran figuras míticas ante las que se encienden velas, como si de tlatoanis se tratara.
En esa misma vitrina se exhibe el conjunto de xilografías sobre El proceso, de Kafka.
El autor condensa en la pieza inicial que K
no tuvo idea de quién lo acusó, de por qué fue acusado ni de qué se le acusó. La serie alude a un testimonio aplicable a tiempos actuales y pasados, a la vez que ofrece momentos magistrales, como el que ilustra el episodio de La Catedral, con elementos mínimos.
La serie mencionada como excepción, líneas atrás, se titula Viento interior: son cinco cuadros (podrían configurar un políptico), todos en tonos grisáceos sin que ninguno sea gris.
En efecto, las superficies parecen agitadas por una especie de viento (pero no de ventarrón). Estos cuadros sin rostros ni figuras se museografiaron atinadamente frente a la vitrina que despliega las series de litografías y xilografías.
Al igual que sucede con los madamientos
, en las pinturas al óleo y al acrílico, Bragar hace gala de un humor no abrupto, sino subrepticio, como ocurre con los dos cuadros de multitudes. En el que ofrece a los personajes de frente, los blancos de los ojos son repercusiones de las ventanas del conglomerado de edificios habitacionales citadinos que les hacen fondo.
La Marcha de la humanidad contiene una brevísima metáfora visual de las formulaciones siqueirianas sobre las masas
.
La exposición Ciudad Bragar, México tiene vigencia hasta el 23 de marzo.